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Articulaciones, política e historia: del género de Lanteri al género de Evita



#LaSemanalDePyP
Por Flavio Rapidardi

Un recorrido por el devenir de la lucha de las mujeres durante la primera mitad del siglo XX para conquistar derechos que las igualaran a los hombres como sujeto activo de la vida pública y social. Los avances logrados durante el primer gobierno peronista y la figura de Eva Perón.

“De ahí, de estos hombres, cuyo único ideal era oponerse al ideal más preciado de sus padres, y de estas mujeres a quienes les negaban el derecho a buscar y a encontrar el verdadero sentido de su vida, nació este libro desesperanzado, estos personajes lamentables, estos diálogos destructivos, esa imposibilidad de redimirlo con un mensaje final porque nosotros no lo habíamos encontrado”.

Silvina Bullrich
La redoma del primer ángel. Crónica de los años 40

El género no es una cosa, ni solamente una posición de sujeto. A esta altura del debate ya podemos decir que es una relación. Y no hubo que ser muy creativos: ya Carlos Marx en Miseria de la filosofía argumentaba en su debate con Pierre Joseph Proudhon que las categorías articulaban relaciones sociales y que no debían arrojarse como piedras en las discusiones o en los análisis.

Tampoco vamos a desconocer la necesidad de agenciamientos subjetivos a la hora de reclamar derechos, consagrar políticas públicas o hacer una manifestación. Sin embargo, así como no pocos creyeron en algo llamado posmodernidad y su elogio al desgrano, equivocándose fiero al ritmo impuesto por la CIA, think tanks varios y su agente Fukuyama, también es cierto que cerrar la identidad a un esencialismo biologicista o constructivista social (desde la fenomenología hasta el estructuralismo) ha tenido productividades políticas, pero también limitaciones en el corset neoliberal y su configuración oenegeril como institucionalidad hegemónica.

¿Qué significa que el género es una relación? En primer lugar, para nada cronológico ni analítico, es un término marcado por una negatividad sistémica: varón/mujer. Pero también, el género es en sí mismo una relación como cruce de prácticas discursivas y no discursivas varias, no negatividad exclusiva, que no nos permiten hablar de “contradicción simple” o “contradicción principal” siguiendo las huellas del DIANMAT staliniano o del teoricismo maoísta. Retomando a Althusser y sus páginas más productivas, al proponernos “desmistificar” las propias instancias de la dialéctica, rechazando la idea de una “contradicción reducida a su más pura purificación (la del Capital y el Trabajo)”, nos invitó a devenires más históricos por la materialidad de la cultura bajo las formas de “rizomas”, “articulaciones”, la “sobredeterminación” y, necesariamente, y por nuestra situación neo y poscolonial.

El género como relación es siempre un eslabón articulante de relaciones sociales discursivas y no discursivas, retomando la noción leninista, sin entrar en este artículo, si este eslabón es el más fuerte o el más débil para no tener que deconstruir sus connotaciones genéricas, entre otras.

Sabemos que las filosofías, las teorías y las prácticas de género fueron, y en pocos casos aún lo son, la cabecera de playa del feminismo. Por su aparente asepsia y sus usos cosificadores, fue más fácil ingresar a los ámbitos académicos, políticos y otras formas de institucionalidad poniendo entre paréntesis, y a veces en el subsuelo, las consignas de un movimiento que no necesariamente fue popular ni liberador, ya que esta caracterización requiere de análisis específicos, contextualizados y territorializados en nuestra periferia, casi siempre coreuta de los debates “urbanos” en esas aduanas coloniales del intelecto en las que se pretenden universalizar nuestros papers, debates y perfiles profesionales.

Desarrollar “una” teoría de las articulaciones realizadas por la noción de género como relación sería una contradicción en los términos, así como también sería una renuncia absurda y liberal denegar las prácticas reflexivas que prefiguren posibilidades de pensar desde una noción de totalidad orientada en función de la hegemonía de turno. Ni individualismo metodológico, ni totalidad estática: pensar en y con el movimiento de la historia especificada por sujetos políticos en los que nos reconocemos.

Por eso, en el marco de una sucesión de intervenciones orientadas a repensar la hegemonía en la Argentina bajo la figura del “fénix” luego del arrase neoliberal, resulta fuertemente productivo historizar qué implicó el género y las luchas que allí se escudaron. Llevado a nuestra historia: ¿qué articuló Julieta Lanteri, los reclamos feministas y de las mujeres, Silvina Ocampo y Eva Perón? A simple reflexión sabemos que todas fueron distintas ¿Pero en qué consiste esa distinción? ¿En una posible cronologización y contextualización que mediría un grado de radicalidad posible contextualmente? Obviamente esta pregunta presupone una episteme progresista y liberal ¿Entonces debemos aceptar la inconmensurabilidad como presupuesto, lo que daría lugar a un patchword teórico? Pensando en todas estas tensiones y en el acuerdo propuesto de repensar un proyecto y programa de nación, proponemos la posibilidad de abrir espacios de reflexión políticamente productivos.

Para este fin la invitación es amplia. Así las disciplinas se afirman, pero también se desdibujan en el roce continuo entre contexto nacional y coyunturas internacionales, entre las pujas distributivas de la riqueza y la conformación de sujetos sociales. Desde esta perspectiva las preguntas que proponemos abrir son sobre el sentido que articuló el género de Julieta Lanteri. Ya no alcanza ubicar una voz y un lugar de enunciación en una cartografía, sino que debemos reconsiderar que quedó afuera del estatuto emancipador su inscripción en el padrón electoral de la ciudad de Buenos Aires en 1911 que exigía como requisitos tener una profesión liberal y pagar impuestos. El “género” de Lanteri, siempre leído en retrospectiva por supuesto, fue y es una articulación discursiva que tensó los límites de la inteligibilidad de la cultura y la sociedad en base a una serie de abyecciones. Su inclusión en las filas socialistas fue su momento de universalización. Tuvo un impacto político que hoy podemos categorizar como una ampliación liberal de una ciudadanía liberal en la que la desigualdad de clases o el carácter de factoría de nuestra economía pretendía no guardar ninguna articulación con la exclusión política de las mujeres como con la negativa a pensar su inclusión real de las mujeres sin profesión liberal o capacidad impositiva. El género de Lanteri ponía en discusión la exclusión, pero el socialismo de Juan B. Justo y su compañera al que adhería esta activista, no pensaba la posibilidad de cadenas equivalenciales ni la superación del racismo constitutivo de la escenografía política liberal de entonces: el género de Lanteri fue una apertura, pero como cono de luz tiene una sombra, fue también sólo un remedo a la hegemonía agropastoril que hegemonizaba en ese momento y que mostró su cruda crisis en el derrocamiento del “Peludo” Hipólito Yrigoyen.

Una historia de la lucha de las mujeres por sus derechos civiles y políticos es una configuración de sentido, un dispositivo discursivo que produce significados a partir de su propia construcción, de las inclusiones y de las exclusiones y del carácter abierto que cerramos a partir de acontecimientos que construyen nuevas miradas sobre lo ocurrido, y que suele resignificarse cuando el Búho (Fénix en nuestro caso) alza su vuelo.

Desde las mujeres que Enrique Larreta describe como las que llevaron los barcos río arriba cuando la primera fundación de Buenos Aires había “fracasado”, pasando por Ana Perichon y Lupe Cuenca, agentes de Liniers contra las invasiones inglesas; Juana Azurduy, defensora de cholos, indios y criollos; Macacha Güemes, mujer de la guerra gaucha; la Delfina, la montonera portuguesa; Encarnación Ezcurra, la organizadora política federal del populismo rojo punzó; Aurelia Vélez Sarsfield, la mujer liberal que luchaba por candidaturas como la de Sarmiento, hasta las luchas de Eufrasia Cabral, Elvira Rawson, Cecilia Grierson, Julieta Lanteri, Alicia Moreau, Victoria Ocampo y Eva Perón desde finales del siglo XIX y en el siglo XX, podemos trazar una línea de acontecimientos en los que las mujeres entendidas como colectivo particular marcaron el terreno, construyeron un plano de inmanencia sobre el que de generación en generación se fue configurando la participación política de las mujeres argentinas.

Pero en este proceso, y apelando a la diferencia que se pretende exclusiva, no faltaron los varones, muchos de los cuales combinaron el reconocimiento con el olvido como política: el desconocimiento de Rondeau a la lucha y a las tropas de Juana Azurduy es el paradigma. Pero hubo otros que se animaron a “traicionar” a su género, y muchas veces a su clase, a la hora de aceptar el riesgo de impulsar los reclamos de las mujeres en función de otro paradigma: el gesto que conformó a la lucha de las mujeres en una política que, como sostiene G. Simmel, articula intereses de diferenciación que en los hechos excede siempre a un colectivo en particular. Es decir, la política en esencia. Política como arte de gobernar con justicia.

La consagración del voto femenino será nuestro punto de inflexión. Esta decisión teórica y política no debe considerarse como un acto caprichoso que se funda en una supuesta “disputa de interpretaciones”, sino que a nuestro entender, esta innovación electoral debe considerarse como la consagración de las luchas previas y como el momento fundacional de una nueva sociabilidad. El peronismo significó un tipo particular de acceso de los sectores populares a la vida social y política de nuestro país.

Del mismo modo, la ley que permitió el voto de las mujeres debe considerarse como parte de esa ampliación de ciudadanía no ya meramente liberal, sino de inclusión social, que beneficiaba a las mujeres, sobre todo a las de sectores populares, y también a las de otras clases sociales. Del mismo modo que la Ley Sáenz Peña puede ser entendida como una reforma electoral pensada como el último intento de control de la aristocracia terrateniente sobre el empuje de los sectores populares pero, a su vez, como ampliación de la ciudadanía que en los hechos modificó no sólo el mapa electoral, sino también el mapa social y político de nuestro país de manera irreversible: la clase media con sus virtudes y sus limitaciones accedería por primera vez a la posibilidad de influir en el diseño de la nación. Y junto con ella los/as inmigrantes y su descendencia desdibujarían la patria criolla que había sido pensada como el dique de contención de los sectores que reclamaban derechos contra la república autoritaria y limitada de la oligarquía agrícola ganadera que había gobernado, no sin sobresaltos desde la constitución del Estado nacional a fines del siglo XIX.

La “ley Evita” fue parte de una política de “inclusión ciudadana” pensada al menos en tensión con el modelo liberal de derechos humanos como derechos subjetivos, y que se reflejó en los mejores índices de reparto del PBI hacia los sectores populares en toda la historia nacional. Es en este contexto que interpretamos la ley de voto femenino. Lejos de una genealogía idealista que reconstruiría la lucha de las mujeres como un continuum escrito en distinta letra, pero con la misma mano, fueron las luchas populares de mujeres y los sectores populares las que construyeron un umbral al que la sociedad argentina ingresó y desde el cual se construyó la historia que alcanza nuestros días.

Mucho antes de la sanción de la Ley de Voto Femenino, este derecho ya era una conquista sustanciada. Desde la Secretaría de Trabajo, Perón había fomentado los derechos de la mujer con la creación de la División de Trabajo y Asistencia a la Mujer bajo la dirección de Lucila Gregorio de Lavié. El futuro presidente delineaba ya un proyecto de nación que buscaba quebrar los intentos de reconstrucción oligárquica encabezados por Patrón Costa. Por obra del gobierno de la Revolución de Junio, en el año 1944 se consagra el derecho al salario mínimo a las mujeres y se reducen las brechas salariales entre varones y mujeres. Por ejemplo, en el año 1945, según Marysa Navarro, la diferencia en los sueldos de la industria alimenticia pasa del 40% al 20%.

Por esto la mujer no fue ajena a la revuelta del 17 de octubre. En este sentido se entiende el llamamiento a las mujeres para llenar la plaza y exigir la libertad de Perón. No sólo los varones abandonan las fábricas y las oficinas: miles de mujeres se suben a camiones, micros y muchas otras a pie se concentrarán en la Plaza de Mayo pidiendo la vuelta de Perón.

Ya en 1946, el peronismo en el poder anuncia su Plan Quinquenal y entre sus objetivos incluyó claramente el voto de la mujer como objetivo a lograr. Es por esto que el voto femenino debe ser leído en este contexto: la ampliación y la inclusión social que impulsó el primer gobierno peronista incluía a las mujeres como colectivo, pero también como sujeto popular en tanto los anuncios no fueron meras declaraciones en torno a su capacidad moralizadora de la política, sino a la necesidad de mejorar sus condiciones de acceso a la participación, consumo, ganancias y propiedad.

Esta perspectiva de ciudadanización fue la retomada por el peronismo, y con anterioridad pero con una perspectiva más de inclusión que liberal, por la revolución del 4 de junio. El 26 de julio, la Asociación del Sufragio Femenino fue recibida por Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión frente a las declaraciones de Farrell en ese mismo mes, quien había expresado que las mujeres votarían en las próximas elecciones.

El voto femenino era una cuestión de la relación del Estado con la sociedad civil, es decir, de ampliación de la ciudadanía.

Los debates en el Parlamento fueron distintos a los del ’32. Esta vez con mayoría oficialista y con una inexistente oposición conservadora, las intervenciones, salvo excepciones, se concentraron en apoyar el despacho en mayoría elaborado por John William Cooke, presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales. Los diputados presentes recuperaron en sus discursos las luchas feministas por el sufragio, la participación de las mujeres en la revuelta del 17 de octubre de 1945 y todos los proyectos presentados en la materia, comenzando por el de Alfredo Palacios en el año 1911. De este modo, la tradición feminista y la socialista fue recuperada, como otras tantas veces, en el debate por el bloque que respondía al gobierno del general Perón: el voto era un reivindicación de las mujeres, pero también la ampliación de la inclusión social a la mayoría de la población que había permanecido en el silencio impuesto por el machismo político argentino que sólo pudo ser quebrado a mediados del siglo XX mientras otras naciones de todo el mundo, inclusive América latina, habían alcanzado ese logro muchos años antes.

El género de Eva Perón se diferenció así del de Julieta Lanteri si pretendemos abandonar un enfoque historicista y progresista en estas reflexiones. Las mujeres (laburantes, urbanas y suburbanas) serán durante el gobierno peronista actoras privilegiadas en la construcción de la “revolución nacional”. “Las descamisadas” serán convocadas una y otra vez a la construcción de la “nueva Argentina”. Es así como Eva Perón, en su primer mensaje radial el 24 de julio de 1946 convoca a las mujeres del pueblo a participar activamente en las campañas del gobierno como la del abaratamiento del costo de vida (pensemos que hoy los “Precios Cuidados” convocan sin generización aparente). Las mujeres convocadas por el gobierno peronista a la obra de la reconstrucción del país eran aquellas que luchaban en las fábricas y en los barrios, las mujeres de los sectores populares. Las mujeres no sólo como “agentes moralizadoras de la política”, sino también como “agentes de la transformación” en ciernes palpable en el nuevo bienestar en los hogares, en las barriadas y en las fábricas. Un fervor tan lejano a la perplejidad pequeñoburguesa que Silvina Bullrich describe en sus Crónicas de los años 40.

La primera vez que Evita se refirió a los derechos de la mujer fue a tono con los ejes del debate parlamentario en el que se discutió la ley 13.010. Cuenta Marysa Navarro que el 6 de diciembre de 1946, en el Ministerio de Trabajo, se celebró la firma de un contrato de trabajo que favorecía a 20.000 trabajadores/as textiles. Y en este contexto, Eva Perón hizo sonar una advertencia que pronto cumpliría: “...a las mujeres también les llegará la oportunidad de hacerse oír y no ser explotadas como lo han sido hasta ahora...”. Esta fue su primera referencia que luego se multiplicará por cientos en distintos actos e intervenciones. Como sostiene Estela Dos Santos, el voto femenino era percibido como un “perfeccionamiento de las costumbres cívicas” y como un “acto de justicia”, posturas que no eran extrañas a los movimientos sociales y políticos modernizadores de mitad del siglo XX del que el peronismo formó parte.

En su discurso en la Plaza de Mayo, en el acto organizado por la CGT para festejar la ley, Eva Perón deja muy en claro el sentido del voto. Dijo allí:

Tenemos, hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz es también una guerra. Una guerra declarada y sin cuartel contra los que avergonzaron, en un pasado próximo, nuestra condición nacional. Una guerra sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre nuestro pueblo la injusticia y la sujeción... El voto que hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras manos. Pero nuestras manos no son nuevas en las luchas, en el trabajo y en el milagro perpetuo de la creación”.

La ley sólo es reparadora en las concepciones pequeñoburguesas. La ley fue sólo un paso en la lucha. Y esto lo entendió Eva, quien una vez sancionada y dictado el decreto, lanzó un gigantesco plan de censo y empadronamiento: el voto de las mujeres debía concretarse. Así, el Poder Ejecutivo ordenó en 1948 a su Ministerio de Guerra la tarea de otorgar Libreta Cívica a todas las mujeres y en julio del mismo año se dan a conocer las “Instrucciones para el empadronamiento general femenino”. En todo el país se dio a conocer este documento para que ninguna mujer se dejara de enterar de sus derechos y del modo de hacerlos cumplir. La ley del voto femenino ya era una realidad y su cumplimiento efectivo también. Como sostuvo Estela Dos Santos, “la participación política femenina que el peronismo proponía no se iba a limitar al formalismo político, sino que, por el contrario, lo político venía por añadidura: como institucionalización y consolidación de una actividad centrada en lo social”.

El feminismo brasileño lanzó en los años ’90 una campaña que decía “Tenemos la ley, vamos por los hechos”. Esta clara concepción política de tan obvia muchas veces no es vista, como la “carta robada”. Por eso Eva se lanzó a la monumental construcción de un partido político femenino con capacidad de negociación con las otras dos corporaciones de peso que conducían la acción de gobierno: el partido peronista masculino y la CGT. Es así como el 26 julio de 1949, mientras el movimiento peronista celebraba una multitudinaria reunión en el Luna Park, Eva trasladó a mil delegadas mujeres al Teatro Nacional Cervantes para dar inicio a la construcción del Partido Peronista Femenino. Este partido creó una férrea línea de cuadros políticos a los que dio el nombre de “delegadas censistas” y subdelegadas que recorrieron el país de punta a punta abriendo unidades básicas que tenían por objeto la difusión de la doctrina peronista y funcionar como una inmensa red de información que era utilizada para la obra de la Fundación Eva Perón. Ella misma eligió una a una las 23 delegadas, todas jóvenes y de distintas profesiones: amas de casa, obreras, una abogada, etc. Este proceso llevó a la apertura de 3.600 unidades básicas en todo el país.

Por otra parte, Evita despreciaba a las que ella llamaba las “mujeres burguesas” casi con la misma intensidad con que ella fue desplantada una y otra vez por la oligarquía conservadora y la pretenciosa pequeño burguesía argentina. Por esto aclara en La razón de mi vida:

Ellas pertenecen a otra raza de mujeres. Decir que se acercan a los hombres sería un insulto que los hombres no merecen”.

En este marco Eva Perón diferencia a las “mujeres auténticas”, las del pueblo, la de los barrios, las fábricas, las enfermeras y las amas de casa, de aquellas que con la llegada del peronismo se sumaron a la defensa abstracta de la libertad propuesta por la Unión Democrática respaldada por el embajador estadounidense Spruille Braden. La llegada del peronismo no sólo produjo una fuerte crisis al interior de los partidos políticos, sino que también las organizaciones feministas se vieron perplejas frente a la marea popular que llegando de los suburbios puso en jaque sus prácticas, sus discursos y las obligaba a reposicionarse en el complejo panorama político que inauguraba la obra del gobierno peronista. En este sentido, como sostiene Marysa Navarro, los grupos feministas de manera “coherente con su elitismo... dictaron su propia sentencia de muerte. Después de las elecciones de 1946, cuando se planteó el nuevo problema de los derechos políticos de la mujer, las condiciones políticas habían cambiado de tal forma que no podrían jugar ningún papel”.

En las elecciones de 1948 y 1949 Eva Perón conduce personalmente las negociaciones con el Partido Peronista Masculino y la CGT por el cupo de las mujeres en las candidaturas. Su intención era cumplir con el cupo del 33%. Y en 1951, ya afirmada la “rama” femenina, Evita elige personalmente a las 23 diputadas que conformarán el 16,88% de la Cámara que repartieron su trabajo en 26 de las 32 comisiones legislativas.

En 1952 las mujeres cubrirían el 25% de las bancas en el Senado de la Nación. Si bien el cupo del 33% no fue cubierto, Eva Perón se aseguró de que las candidatas ocuparan lugares expectables: todas las propuestas fueron elegidas. Y de las elegidas ninguna pertenecía a los “antiguos” cuadros que habían trabajado en la conformación del Partido Peronista Femenino. Muchas mujeres, desilusionadas, se alejarán por este motivo de la política. Esta diáspora de cuadros, sumado al estilo fuertemente verticalista de conducción del partido, convirtió a la muerte de Eva en la causa del debilitamiento del Partido Peronista Femenino, que poco a poco comenzó a debilitarse y con él la incipiente política de cupo desaparecía. Sin embargo, la participación de estas mujeres tanto en los cargos electivos como en la vida política concreta y cotidiana cambiaría para siempre el panorama cultural de la política argentina: las mujeres habían obtenido la palabra, aunque muchas de ellas tuvieron que seguir sosteniéndola en los silencios de la resistencia.

Como podemos adelantar en este recorrido no hay un pretendido “progreso”, sino que pretende ser una invitación a la reflexión sobre el carácter sobredeterminado del género en, como sostiene Lawrence Grossberg, contexto y coyunturas diferentes. Hacer una historia del género y sus productividades no puede hacerse como operación de la Escuela de los Annales, sino que exige la reconstrucción de complejos marcos que desde la actualidad siempre renovada nos permitan leer relaciones como la articulación enmarañada de una totalidad que pretendemos emancipar y hacer renacer, siempre.

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