Es un secreto a voces que el gobierno nacional, inquieto ante la perspectiva de una crisis mundial que (sabiamente) percibe en crecimiento y no en disminución, pretende aquietar las aguas empresariales para aguantar el inevitable cimbronazo.
Quizás esa conciencia del invierno global que se nos viene se deba a la “marxista” mirada del viceministro de Economía judío, Axel Kicillioff (como dijo, no sin cierto aroma a carne humana chamuscada en Auschwitz, el folletinero de “La Nación” Carlos Pagni). Acierta (el gobierno, no Pagni). Porque el parate es inevitable tras el incendio de los valores acumulados durante cuarenta años por el sistema financiero globalizador e imperialista.
Estos valores no encontraron salida en la producción de bienes porque era imposible incrementar el consumo de las masas en el grado necesario sin poner en riesgo las tasas de ganancia (lo que se vio dramáticamente en la crisis de 1975). Ahora es el momento en que tanta ficción tiene un aterrizaje forzoso, y es muy bueno que el gobierno argentino tenga plena conciencia de ello.
Menos bueno, quizás, aunque no totalmente incorrecto, encontramos el modo en que busca sostener la firmeza nacional.
Por un lado, toma ciertas medidas indudablemente dignas del mayor aplauso en algunos sectores de la economía, como la transformación del Banco Central (de los financistas) en un verdadero Banco Nacional (de los argentinos), por decirlo en los términos del analista económico-político sino-estadounidense Henry Liu.
También (¡al fin!) avanza sobre la penetración imperialista en el campo energético. Al momento de escribir estas líneas fuertes rumores aseguran que finalmente el Estado pasará a controlar Repsol-YPF. Ojalá se materialicen. Pero aunque así no sea, es cierto que existe conciencia cada vez más clara de la imposibilidad de seguir con la hegemonía absoluta de la empresa privada en el tema gas y petróleo, y se está avanzando en un sentido nacional general.
La madera de la tercera pata de la mesa, sin embargo, está apolillada. Casi como una transacción con el alto empresariado, parecería que también es intención del gobierno descargar el peso del enfriamiento sobre los hombros de los asalariados “privilegiados” (en rigor, los que menos peor están en un país donde aún no se han recuperado los niveles de ingresos reales no ya de 1975 –hoy por hoy, mito inalcanzable- sino del inicio de la convertibilidad). El mazazo inicial, la prueba de amor que el empresariado necesita, cae sobre sus conducciones más aguerridas y más defensoras de su independencia.
Esa política parece estar empujando a la Casa Rosada a tratar de “disciplinar” la actual dirigencia de la CGT, forjada en las largas luchas contra el coloniaje que culminaron con el 19 de diciembre de 2001. Los tironeos, las operaciones y las investigaciones en torno a la APE que analizamos en otra nota no son sino una muestra privilegiada del embate en su conjunto. El destrato al movimiento obrero en el armado de las listas electorales del 2011, el silencio de radio de la Casa Rosada hacia Hugo Moyano, y la mala información que nutrió recientes declaraciones de la Presidenta sobre los docentes argentinos se inscriben en la misma línea.
No nos parecen movimientos razonables, ya que una mayoría electoral, en la Argentina, se derrumba fácilmente cuando el estáblishment, la oligarquía y el imperialismo logran articular a las masas en torno a alguna bandera falsa para atacar (y eventualmente derrocar) a un gobierno popular. Entre 1952 y 1955, y por cosas así, Perón pasó de una mayoría electoral aplastante al exilio.
Nada que quiebre la alianza plebeya entre clases medias y trabajadores es buena política. Pero que estos lineamientos sean erróneos no implica que del otro lado se pueda hacer cualquier cosa.
Últimamente, Hugo Moyano, el hombre que más hizo dentro del movimiento obrero para enfrentar al neoliberalismo, se ha dejado empujar a ciertas relaciones poco y nada recomendables en el afán por combatir el ninguneo “disciplinador” que emana de la conducción política del movimiento nacional.
En julio, como se sabe, Moyano va a disputar su continuidad al frente de la CGT.
En la medida que desde el kirchnerismo político se intenta socavar su predicamento en la dirigencia sindical promoviendo candidatos “alternativos” cuya única fuerza es la mirada benévola de la Casa Rosada, es lógico que se vea obligado a tender puentes con sectores que, en términos generales, le son esquivos o incluso antagónicos.
Pero hay límites. Los acercamientos a sujetos como Luis Barrionuevo son autodestructivos. La asistencia, como partiquino y no como polemista, a programas digitados por el bloque mediático que hasta ayer nomás lo ponía en la picota inquisitorial, también. La búsqueda de acuerdos con sectores del viejo peronismo menemista en descomposición final lanza señales desalentadoras a sus propios partidarios.
Cualquiera tiene derecho a comprarse un DVD… a condición de no vender el televisor para financiar la compra. Y lo que muchos compañeros del campo nacional (y no solo de la izquierda nacional) vemos, con creciente preocupación, es que tanto la conducción política como la conducción sindical del movimiento están jugando mal sus fichas en un país donde las alternativas son más cerradas de lo que parece.
El gobierno debería reconsiderar su ataque a la conducción de la CGT, y la conducción de la CGT debería empezar a plantearse prácticamente la continuidad de los grandes logros del movimiento obrero que tan justificadamente reivindica: no se trata solamente de homenajear los 26 puntos de Saúl Ubaldini, o los programas de La Falda y Huerta Grande. El movimiento obrero tiene que hacer su propuesta programática al pueblo argentino en lugar de acercarse a sentinas malolientes que debilitan en vez de fortalecer.
Comentarios
Publicar un comentario