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LA REFORMA LABORAL, LA COMPETITIVIDAD Y EL MITO DEL COSTO ARGENTINO (2DA PARTE)

Por Facundo Piai (Córdoba)


El vicepresidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) y máxima autoridad de la Copal, Daniel Funes de Rioja, sumó su voz al reclamo por una reforma laboral. En una entrevista radial, el dirigente empresario argumentó que para que “aparezcan muchas empresas”, se tiene que poder “descontratar” con mayor facilidad, en caso de que le vaya mal. Esta declaración se suma a la del empresario mediático Cristiano Rattazzi, uno de los dueños de Café Cabrales y a la del presidente de la Cámara de la Construcción, entre las más resonantes. De este modo, consolidan el tema del costo laboral y la productividad del trabajo en la agenda de discusión, justo cuando el Gobierno nacional enciende su retórica contra los sindicatos.

En la primera parte de esta nota señalábamos que en la estructura de costos de las principales actividades económicas, la masa salarial tiene un menor peso en comparación con: la energía, combustibles o diferentes insumos. También advertíamos que en las actividades primarias con poca mecanización del proceso productivo el costo del trabajo es mayor que en aquellas actividades en donde hay más uso de tecnología y maquinarias, al requerirse de más variables para producir. Por caso, en la siembra y cosecha de la hoja de la yerba mate, la tecnología empleada es casi nula y la mano de obra representa la proporción de costo más importante. Sin embargo, en otros procesos de la cadena de valor de la yerba, como el secado, la molienda y el fraccionamiento de la hoja hay otros costos que desplazan a la mano de obra. Así, todo parece indicar que a mayor incorporación técnica, menor peso del salario en el costo total.

Los reclamos de parte del empresariado sugieren que a mayor salario, menos productividad y, por tanto, menos competitivos son los productos en el mercado externo. En consecuencia, la economía no logra hacerse de los dólares que necesita para funcionar porque el costo laboral resta competitividad a las exportaciones, advierten. Para comprender mejor el problema cabe preguntarnos ¿Cómo se mide la productividad del trabajo? Para conocer el rendimiento del trabajo basta con dividir el volumen total de producción (PBI) por las horas trabajadas para conseguirlo, durante un período determinado. Es decir, la ecuación está conformada solo por dos variables, sin embargo, las mismas expresan en su interior a diferentes elementos del proceso productivo, como la innovación técnica utilizada, inversión del capital, entre otros.

En una entrevista televisiva sobre este tema, el economista Orlando Ferreres reconoce que el rendimiento del trabajo es bajo y que la inversión también está muy reducida hoy. El presidente de la consultora Orlando Ferreres & Asociados advierte que el empresariado no reinvierte por los impuestos que le demanda el Estado y por las elevadas cargas sociales. De modo tal que “para ser competitivos en el mercado internacional, el Estado debe reducir la presión impositiva y reducir su déficit fiscal”.

De lo expuesto se deduce que al haber menos presión impositiva, el empresariado se queda con un remanente que (como buen burgués) automáticamente lo transforma en capital al adquirir maquinaria, innovación productiva o mano de obra, de acuerdo a la lógica que propone el consultor. Sin embargo, la historia reciente pone en duda la conducta productiva de nuestra burguesía. Según documenta el investigador Eduardo Basualdo, a partir de la última dictadura militar hubo una expansión de los subsidios, exenciones impositivas y otras transferencias del Estado al sector privado. Durante casi toda la década del ochenta dicha transferencia alcanzó los 67 mil millones de dólares, el 9,7% del PBI de la serie señalada. Mientras que la inversión mostró un deterioro, al alcanzar durante el periodo un promedio anual de 4,9% del PBI, cuando durante la década anterior la inversión neta significaba anualmente 10 puntos porcentuales del producto. Es decir, los subsidios explícitos e implícitos que percibió el sector productivo privado no fueron canalizados hacia la inversión, sino que alimentaron la especulación y la fuga, principalmente.

Entre 1980 y 1989 los trabajadores perdieron 10 puntos de participación en el valor agregado total; es decir, entre lo que el trabajador genera en el proceso productivo y lo que recibe como paga. Además, durante el período señalado hubo recesión económica, caída de la inversión, hiperinflación y se desplomó el salario industrial. En consecuencia, bajó el costo salarial y no se avizoró un incremento de la productividad industrial, publica el investigador científico del Conicet. La evidencia empírica muestra que si la productividad no es una resultante de la innovación tecnológica que permita producir más en menos tiempo y de la inversión del capital, la misma no mejora la calidad de vida de los asalariados.

Haz lo que yo digo y no lo que hago
Estas visiones lineales y simplistas respecto a la relación de las variables salario y productividad, no pueden explicar por qué los bienes norteamericanos, en donde el salario mínimo es de U$D 1.222,7 o los provenientes de China (con un salario mínimo de 302,5), son más competitivos que los producidos en Argentina, en donde el salario mínimo de la mano de obra es de 298,6 dólares. Esta pregunta sólo puede responderse teniendo en cuenta la innovación tecnológica aplicada en la producción en las dos economías más grandes del globo. Para tener un parámetro, China y EEUU cuentan con más de un millón de científicos, mientras que Argentina apenas supera los 50 mil.

Los norteamericanos se encuentran en un proceso virtuoso en donde la economía crece de la mano de un déficit fiscal por encima del promedio de los últimos años, el mercado laboral se expande, la desocupación se reduce y los salarios se recomponen, puesto que hay más oferta laboral que desocupados. El pago por hora subió 3,4 por ciento, frente a una inflación de poco más de un punto, es decir, la recomposición salarial dobló al aumento de precios.

“El crecimiento de la productividad, junto a las inversiones en software e investigación y desarrollo, se han acelerado en el último año”, dice el economista Brian Schaitkin, quien reconoce que “este repunte en la productividad es esencial para prolongar la duración de la actual expansión”. En este caso, el empresariado yanqui sí transformó en inversiones la quita de impuestos de la gestión Trump.

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