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LA RESTRICCIÓN EXTERNA Y EL FUTURO GOBIERNO ARGENTINO



A 41 años de la movilización a la Plaza de Mayo contra el régimen dictatorial oligárquico e imperialista de Videla, Martínez de Hoz y sus socios, sucesores y beneficiarios, el partido Patria y Pueblo convoca a las argentinas y los argentinos a no dejarse apartar del camino de su liberación nacional y social.

El 27 de marzo de 2023, el portal El Destape publicó una excelente nota de Claudio Scaletta, uno de los más profundos pensadores económicos de la Argentina contemporánea. Al pie de este texto está el link.
Scaletta habla allí de la "restricción externa", uno de sus temas obsesivamente predilectos. La "restricción externa" es el modo en que ha decidido denominar la ciencia económica más seria que ha producido el mundo académico argentino aquello que la Izquierda Nacional, hace ya más de medio siglo, identificó como el problema crucial del desarrollo económico de nuestro país: la creciente incapacidad estructural de generar en el intercambio mercantil interno la suma de valor requerida por la reproducción anual del nuevo ciclo económico.

Es ya un hecho clamoroso que el esfuerzo de los productores directos de la Argentina no agrega al valor de las materias primas, insumos y equipos empleados en cada ciclo productivo suficiente valor adicional como para al año siguiente reproducir (ni hablemos de ampliar) el ciclo mismo. El país depende entonces de los intercambios con el exterior para repetir ese ciclo (insistimos: no hablamos ni siquiera de ampliarlo).

Sin solucionar la "restricción externa", la Argentina o se endeuda o se empobrece, haciéndose al mismo tiempo más desigual y más violenta. La economía académica, al menos en su mejor versión, identificó ya con extrema claridad el ciclo, al que ha bautizado por sus efectos y no por sus causas.

El origen del ciclo es aquello que desde la buena economía marxista se conoce como deformación estructural por escaso o nulo desarrollo de la Rama I de la economía (que en términos de economía tradicional sería bastante bien definida como la producción de bienes de capital, mercancías que solamente -o sustancialmente- sirven para producir mercancías, y no para producir directamente seres humanos).

Para los marxistas, la solución al problema de la "restricción externa" es el problema de incrementar sistemáticamente el peso de la "Rama I" en el proceso productivo total. Dicho sea de otra manera, consiste en transformar estructuralmente el país para que esté en condiciones de producir cada vez más materias primas, insumos y equipos: medios de producción para que los consuma la industria, y en particular medios de producción producidos por la industria pesada.

Lo que se entiende por "industria pesada", como es lógico, va cambiando al compás de las revoluciones técnico-científicas. Pero su desarrollo siempre está asociado a su vez al de la educación técnica y científica. La industria pesada requiere una masa humana cada vez más capacitada para poner en movimiento toda su estructura. Es decir, es un hecho civilizatorio en sí misma.

Esa rama de la economía produce mercancías que producen mercancías e incrementa la capacidad global de la actividad económica. Incrementa la productividad del productor directo, o sea de cada trabajador individual (no solamente productividad de ganancias empresariales sino la productividad material misma). Permite terciar en el mercado mundial con productos de mayor valor agregado, pero también abastecer al mercado interno con cada vez más productos manufacturados localmente. Y también resuelve la cuestión de la "restricción externa".

Al depender cada vez menos del mercado externo para obtener los capitales requeridos por la expansión productiva, la actividad directa del Estado sobre la economía encuentra a su vez creciente capacidad de orientación del trabajo social en general. Se libera cada vez más de cubrir la necesidad recurrente de resolver cuellos de botella y estrangulamientos externos: se ve cada vez menos obligado a satisfacer las exigencias de los sectores agroexportador pampeano y financiero-bursátil.

Éste, en las condiciones de la restricción están en perfecta posición de ponerle un cepo al desarrollo del país y desentenderse de su destino, ya que su capital invertido no se realiza dentro del mercado interno sino en el exterior (y eso más allá de que la inversión de ese capital siempre tiene el techo de su destino, que es acceder a los mercados externos).

Por ello, y de hecho, todas las inestabilidades sucesivas de la vida institucional argentina se deben a la permanente oposición del hoy complejo agroexportador-financiero a ese desarrollo tan técnicamente obvio pero tan incompatible con los múltiples privilegios que derivan de la deformación estructural que los potencia. Obedecen a esa oposición tanto los regímenes cada vez más criminales a cargo de sicarios de uniforme que tuvimos como telón de fondo y amenaza perpetua entre 1955 y 1983 como los regímenes de democracia tutelada en que vivimos desde 1958 hasta 1966, 1973 a 1976, 1983 a 2003 y 2016 hasta hoy.

El problema es político y debemos resolverlo por métodos políticos, en el más amplio sentido de la política, el que, cuando las tensiones internas exigen una resolución de fuerza a un empate hegemónico nefasto, la hermana con la confrontación directa que es la guerra (o, preferentemente, su forma más moderada: el estado de emergencia).
La política es economía concentrada -en pocos lugares se puede percibir con más claridad que en la Argentina- y la guerra (o el recurso a formas no económicas de coerción, como las que normalmente usan las clases dominantes para mantener sometidas a las clases explotadas) es la coronación de la política cuando ésta se muestra incapaz de resolver las cuestiones claves de la economía.

La oligarquía agroexportadora y financiera siempre lo supo, y jamás le tembló la mano, en doscientos años de vida política argentina, al momento de recurrir a las más brutales formas de coerción no económica para aplastar la resistencia u oposición a sus designios. Dada la estructura semicolonial del país, el sector no oligárquico de la vida argentina, con el que nos consustanciamos, no siempre está en condiciones de ejercer acciones equivalentes en el plano de los regímenes de fuerza.

De allí que -con la triste y aún no totalmente asimilada excepción de los grupos que eligieron sustituir por el heroísmo individual la acción de masas entre 1965 y 1975, y especialmente después de 1970- los movimientos de resistencia al bloque arcaizante siempre hayamos sido partidarios de la resolución política de los problemas.

Pero esa dificultad y aversión a recurrir a los métodos del bloque oligárquico, que irónicamente podríamos denominar "el problema de los problemas", nos obliga a una dialéctica permanente de resistencias y puebladas para someter al interés general, siquiera mínimamente, la voluntad de la rosca agrofinanciera.

Para no alargar este texto más de lo imprescindible, amén de hacer notar que la sucesión de abstenciones más revoluciones era el modo en que la practicó Hipólito Yrigoyen, percibamos que

(a) la resistencia del radicalismo yrigoyenista posterior al golpe de 1930, que se acentuó durante la Década Infame -cuyo verdadero inicio formal se produce con la llegada a la presidencia del radical alvearista Agustín P. Justo en 1932-, recién obtuvo sus resultados con la pueblada de 1945.

(b) la resistencia de profunda raíz sindical y obrera que lidió desde el campo popular con el ciclo de regímenes de fuerza y de democracia tutelada iniciados en 1955, a los que venció parcialmente entre 1973 y 1976, sólo se coronó con las grandes puebladas del ciclo 1969-1971, puerta de entrada de la recuperación democrática de 1973 que, sin embargo, tampoco logró revertir las principales transformaciones de estructura económica impuestas por el golpe de 1955.

(c) la resistencia al vesánico régimen de fuerza de 1976 y las diversas formas de democracia tutelada que lo siguieron -que incluye, y no en un lugar menor, la tozuda negativa a la desmalvinización con la que el bloque oligárquico pretende permanentemente desarmar al pueblo argentino en relación a los socios extranjeros de la deformación interna- recién puso fin a las consecuencias políticas (no las de estructura económica) de ese régimen de fuerza con la pueblada del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Esa pueblada es el no reconocido nudo originario de la larga década 2003-2015, en la que el peronismo encontró en Néstor y Cristina Kirchner dos líderes que, pese a sus limitaciones y su moderación, intentaron -y el Plan Quinquenal de De Vido, nunca implementado a fondo, lo demuestra- retomar gradualmente el rumbo industrial para la recuperación del empleo.

No lograron sin embargo superar la restricción externa, porque la debilidad del Estado que habían alcanzado a producir las fuerzas del bloque oligárquico lo habían debilitado al extremo, en especial bajo el régimen de Menem. En esa incapacidad, y en la imposibilidad de identificarla con toda precisión, está el origen estructural de la derrota electoral de 2015 que abrió un nuevo ciclo de reacción oligárquica, en el que nos encontramos todavía más allá de que la presencia del gobierno de Alberto Fernández ha sido una eficaz empalizada contra las peores calamidades que el Pro y sus secuaces nos tenían preparadas.

La incapacidad de identificar que la restricción externa es la ley no escrita de la oligarquía cada vez que llega al poder explica, dicho sea de paso, la liviandad suicida con que importantes sectores del campo nacional limaron por mezquindades internistas la candidatura del campo propio en 2015. Lo dejamos en claro aquí porque esta conducta se vuelve a repetir ahora, cuando lo que está en juego es muchísimo más grave.

Pero tengamos en cuenta en qué condiciones estamos. Además del ya conocido y monstruoso empobrecimiento y endeudamiento general de la República Argentina y de sus sectores populares (todo él inevitable consecuencia del esquema de negocios con el que llegó al poder la banda denominada Pro), el régimen macrista perpetró en solo cuatro años una violencia institucional, una degradación cultural, una barbarización de la vida política y social, y una demolición de la capacidad de acción del Estado como pocas veces ha visto (si es que alguna vez las vio) nuestra nación.

El gobierno de Alberto Fernández permitió que el campo nacional democrático impidiese una segunda presidencia de Macri, pero no desvaneció la herencia increíblemente nefasta y perversa. Creemos, en ese sentido, que fue un gravísimo error no presentarle al pueblo argentino, al momento de asumir el cargo o en el primer discurso parlamentario, el balance real y completo de esa herencia como parte del esfuerzo de reconstrucción que íbamos a tener que encarar, y como explicación de las dificultades que íbamos a tener que atravesar.

Aún así, no son pocos sus logros, que no es del caso enumerar aquí por ahora. Digamos solamente que a la herencia siniestra se agregaron, en ininterrumpida sucesión, una pandemia sin precedentes a escala planetaria, una guerra en apariencia localizada pero de dimensiones mundiales, una sequía que afecta decisivamente la capacidad argentina de exportar bienes de origen agropecuario pampeano, y lo que parecería ser una inminente caída progresiva de las estructuras financieras del mundo occidental cuya profundidad aún no se puede dimensionar.

La solución a nuestro problema, como vimos, no es solamente económica y técnica, sino política y económica: en la Argentina, como en cualquier otro lado, la estructura productiva se sostiene gracias a que engendra una determinada estructura de relaciones sociales, culturales, políticas e institucionales que impiden modificarla. El macrismo se encargó (y se encarga aún hoy) de consolidar todas esas relaciones, en la esperanza de entorpecer la acción del gobierno y derivar así hacia su propio estanque un caudal de votos suficiente como para recuperar el poder.

La pregunta del momento es cómo impedirlo con tanto viento en contra. Lo que hasta ahora fue la dialéctica de resistencia -que va debilitando al régimen hasta que se hace intolerable- y puebladas -que devuelven el poder al pueblo pero nunca terminan de consolidarlo para siempre ahí- no es aplicable hoy. Tantas décadas de practicarla con resultados cada vez menos promisorios en el rumbo específico de la creación de una estructura económica independiente del balance comercial o del crédito externo para su funcionamiento han traído a los argentinos a una situación que, en el mejor de los casos, deberíamos denominar de confusión y angustiosa tristeza.

No hay modo, por lo demás, de practicar una resistencia al gobierno propio sin fortalecer las posiciones del campo agrofinanciero (error en el que, por arrastre de la práctica heredada, no pocos sectores del movimiento nacional y popular están cayendo hoy y ya hemos mencionado arriba). La gran pregunta se transforma en "¿Cómo resistir a una oposición?"

La respuesta es simple: a la oposición se la resiste sosteiéndose en el gobierno. Pero además, no se trata de evitar males menores. Se trata de aprovechar en nuestro propio favor las actuales condiciones -en apariencia desesperantes- en que nos encontramos debido al escenario mundial.

Volvamos al principio: el problema básico de la actividad económica argentina es resolver favorablemente la ecuación del sector externo que nos lleva sistemáticamente a tropezar contra la barrera de la improductividad estructural de divisas que permitan fortalecer al Estado contra el bloque agrofinanciero.

Ese fortalecimiento es el punto de partida inevitable para luego encarar un programa profundo de reforma general de la vida económica del país, una reforma patronal que revierta los resultados no sólo del macrismo sino también del menemismo, del videlato, del régimen de 1966 y de la Revolución Libertadora. La redistribución urgente de ingresos que se requiere efectuar para encarar ese programa es un gigantesco problema, pero no es el problema básico hoy, por más duro que sea admitirlo.

Ese fortalecimiento es perfectamente alcanzable si a lo largo del período 2023-2027 empiezan a funcionar las fuentes alternativas de recursos financieros externos que la Argentina necesita imperiosamente por ahora para asegurar el funcionamiento normal de su sector industrial, y ni hablar de su crecimiento, diversificación y densificación. La primera, que ya estamos viendo cerca de su inicial concreción, son las exportaciones de hidrocarburos. La segunda, la minería del cobre y del litio.

Hay otras propuestas más, que han sido presentadas recientemente desde el gobierno, pero con esas tres fuentes de financiación externa cualquier gobierno de orientación popular de la Argentina no sólo podrá programar la reconversión profunda del país (y de sus patronales) con las manos más libres que hoy. Además podrá diversificar crecientemente las fuentes de financiación del imprescindible "estado de bienestar" que deberá asegurar la prosperidad popular y revertir en sentido nacional el esfuerzo de industrialización. Sin esa prosperidad e igualación creciente de ingresos, ningún gobierno puede aspirar a un apoyo electoral sostenido y duradero a lo largo de varias décadas.

Estamos ante una nueva oportunidad, sin precedentes, de lanzarnos a la reconstrucción económica global del país sometiendo al bloque agrofinanciero a la dictadura burguesa del Estado con apoyo de masas. La alternativa, en lo que del bloque agrofinanciero depende, siempre es la guerra civil o alguna forma de derramamiento de sangre de compatriotas. Si la gestión del país queda en manos de nuestro campo en 2023, hay buenas posibilidades de evitarla, o al menos limitarla al mínimo en el caso de que ese bloque, como ya lo intentó en el pasado, intente ahora recuperar por la fuerza el poder que el pueblo habrá consolidado.

La oportunidad histórica de forjar una nueva Argentina, con una patronal reformada en función patriótica, y sin cepo oligárquico a su desarrollo económico, está próxima. De que el bloque agrofinanciero hoy representado por JxC y otras colaterales del Pro depende que la aprovechemos o la despilfarremos. Es una hora bisagra de nuestra vida como nación. Ningún interés sectorial puede desviarnos de ese camino.

Buenos Aires, 30 de marzo de 2023.

Mesa Nacional del Partido Patria y Pueblo • Socialistas de la Izquierda Nacional
Néstor Gorojovsky - Secretario General
Aurelio Argañaraz, Hugo Santos, Rubén Rosmarino, Baylon Jerez y Jacinto Paz

Acceso nota en "El Destape": https://www.eldestapeweb.com/opinion/panorama-economico/la-madre-de-todos-los-problemas-20233260531?fbclid=IwAR3R9-I4Z9i2nwW7FYMsBsztPWL8p1KN43fstgA3y75OX9LFizg-E6tres8 

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