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A 47 AÑOS DEL MAYOR TRIUNFO EN UNIDAD DEL CAMPO NACIONAL

 


Hace hoy 47 años el General Juan Domingo Perón era reelecto, por tercera vez y con el 62% de los votos de la ciudadanía, Presidente de la Nación.

Terminaba así un largo período de proscripción de la voluntad mayoritaria de los argentinos y las argentinas.

Dentro de esos casi dos tercios del electorado, que dejaron a Perón 38 puntos por encima del segundo candidato más votado, el radical Ricardo Balbín, estaban los 900.000 votos del Frente de Izquierda Popular, que proclamaban la voluntad de apoyar a Perón y luchar por la liberación nacional y social de la Argentina.

Exactamente 18 años antes, el 23 de septiembre de 1955, el nacionalista clerical Eduardo Lonardi había proclamado la victoria de la nefasta "Revolución Libertadora" -que empezó con una proclama suya en Córdoba una semana antes- sobre la voluntad general.

El prólogo al derrocamiento del Presidente de la Argentina soberana, industrial y  popular había sido un Guernica peor que el original, puesto que no fue perpetrado por aviadores extranjeros sino por connacionales de las víctimas: el bombardeo de civiles inocentes del 16 de junio de ese mismo año.

Midamos el volumen del odio: en cuatro oleadas, ese acto terrorista asesinó más de 300 personas en la Plaza de Mayo con los cañones de los Gloster Meteor adquiridos para defender a la Nación.

Si ése fue el prólogo, el epílogo fueron el aleve espionaje, la captura relámpago y los ilegales fusilamientos del 9 de junio de 1956 contra el grupo de patriotas y demócratas que se habían organizado en torno al prestigioso general Juan José Valle para restablecer el imperio de la Constitución y de la Ley.

Nada demasiado distinto, como se ve, de lo que hemos vivido luego, en cada oportunidad en que la oligarquía y el imperialismo asaltaron el poder en la Argentina. 

Dejamos constancia expresa, de paso, de que incluimos en esa lista de calamidades el período de forajidismo constitucional de Mauricio Macri. El contrabandista de autos "para discapacitados" llegó al gobierno por un desvergonzado fraude de campaña, atropelló la Constitución al momento mismo de jurar su cargo y no dejó tropelía por perpetrar para poner fin al frágil y apenas asentado período de reconstrucción nacional que se abrió con la presidencia de Néstor Carlos Kirchner en 2003.

Tanta sangre y tanta infamia habían sido imprescindibles, en 1955, para ponerle un punto final al más exitoso intento del pueblo argentino de hacer realidad el enunciado del Himno Nacional y levantar ante la faz de la Tierra una "nueva y gloriosa Nación".

Ahora bien, el intento de reconstrucción nacional del General Perón en 1973 fue efímero: no sobrevivió en mucho al fallecimiento, en julio de 1974, del gran líder parido por la clase trabajadora y las Fuerzas Armadas el 17 de octubre de 1945.

El permanente ataque oligárquico a los trabajadores y el pueblo argentino, así como disensiones internas -que muchos intentaron dirimir por las armas- debilitaron cada vez más el peso de esa rotunda expresión de unidad en los comicios.

La oligarquía y al imperialismo se sirvieron de esa fractura y de esa violencia para justificar su intento de destruir hasta los cimientos de la Argentina plebeya construida en los fulgurantes diez años que habían precedido a la "Libertadora".

La tragedia de 1976 fue continuidad y profundización de la de 1955, y tenía una innegable filiación en las sanguinarias posiciones del Almirante Isaac Francisco Rojas.

Todas las esperanzas nacionales del 23 de septiembre de 1973 se vieron destrozadas, junto con la Argentina industrial en su conjunto, por las medidas tomadas bajo la feroz dictadura oligárquico-imperialista de 1976.

En particular, por la entronización en nuestra vida económica del modelo de valorización financiera de Martínez de Hoz, cuya viga maestra interna (la otra es la deuda externa) es la Ley de Entidades Financieras de 1977. Esa ley sigue asfixiando toda posibilidad de retomar un camino de vida política y económica independiente.

Ese horror que implantó Martínez de Hoz es lo que ahora conocemos como neoliberalismo. Ser neoliberal es ser partidario de Jorge Rafael Videla.

Por desgracia, también completaron la destrucción de ese gran país posible que se avizoraba el 23 de septiembre de 1973 las medidas tomadas después del final del régimen militar por los presidentes Alfonsín, Menem y De La Rúa.

Esto también hay que decirlo, si queremos hacer real justicia al día que conmemoramos hoy.

Es cierto que tanto Alfonsín como Menem fueron incapaces de convocar al pueblo argentino a enfrentar la extorsión y presión económica, política y diplomática de los grupos económicos locales y extranjeros, con la Embajada estadounidense en el papel de cañonera probritánica.

Pero la aversión del pequeño burgués agrario bonaerense Raúl Alfonsín hacia el peronismo en general y las organizaciones de la clase trabajadora en particular, su debilidad ante los sectores del privilegio heredados del sistema oligárquico que reemplazó, su incapacidad o falta de voluntad de ir más allá de un democratismo formal, condición necesaria pero absolutamente insuficiente para recuperar la Patria después del régimen del 76, terminaron fortaleciendo el sometimiento del conjunto de la sociedad a las fuerzas y el proyecto que Videla, Viola, Galtieri y Bignone habían defendido.

Más allá de sus intenciones, que no juzgamos, el Dr. Alfonsín estableció como enemigo al movimiento obrero antes que a la oligarquía. La idea del "pacto militar-sindical" presidió prácticamente todos sus movimientos en este sentido, pero atacó con mucho más énfasis a la supuesta pata sindical que a la cierta pata militar de esa alianza ficticia. 

Si bien la inmensa de mayoría de los argentinos no deseaba otra cosa que recuperar al menos la democracia formal para dejar atrás la pesadilla de la dictadura, y en eso Alfonsín cumplió con una aspiración general, la concentración en ese objetivo junto a su pertinaz enfrentamiento con el movimiento obrero terminaron reforzando el vasallaje heredado del período 1955-1973 sin garantizar un final digno para su propio gobierno.

Era casi natural que, desgastada su propia base electoral y alejado de la aún crucial dirigencia sindical, fuera despachado sin miramientos por aquellos a los que había toreado sin clavarles ni siquiera una banderilla cuando sobrevino la crisis de 1989, que lo obligó a entregarle la presidencia antes de tiempo al presidente electo peronista Carlos Saúl Menem.

Menem, a su vez, había derrotado en una interna a Antonio Cafiero, que había labrado la gran victoria peronista en la Provincia de Buenos Aires de 1987, haciendo embozado énfasis en los parecidos entre Cafiero y Alfonsín. Una vez en el poder, por los motivos que sea, hizo propio el programa de su adversario de 1989, el radical Angeloz, y terminó poniendo de ministro de Economía al hombre que se lo había redactado, el procesista Domingo Cavallo.

Con fulminante velocidad y pleno apoyo del imperialismo y de la oligarquía, Menem trasladó plenamente al campo de los hechos económicos el vasallaje con su extranjerización total de la economía y la destrucción de las grandes empresas estatales en los servicios públicos.

Derrumbó así decisivamente las bases materiales de la prosperidad nacional y puso en manos del imperialismo el control de la vida de los argentinos como nunca lo había estado desde 1943. Ése es todo el significado del beso de Menem al almirante Isaac Francisco Rojas.

Ante la pasividad de un peronismo político catatónico, Menem enfrentó al movimiento obrero con el silencioso apoyo del radicalismo. El movimiento obrero, desgastado y fragmentado por la herencia de la dictadura y la crisis económica, ya no estaba bajo la conducción plena del combativo Saúl Ubaldini. 

Menem, después de una larga partida, quebró su resistencia y se produjo un desbande que dejó a algunos dirigentes en combate solitario, a otros a la defensiva, y también a más de uno en abierta traición al interés de sus representados. El reagrupamiento recién empezó a darse luego, con el surgimiento de la CTA y el MTA.

A Menem, que le arrancó a Alfonsín su reelección en 1995 a cambio de autonomizar la Capital Federal (convirtiéndola así en trampolín de candidatos antinacionales como De la Rúa y Macri), lo sucedió Eduardo Duhalde, su ex vice y ex gobernador de Buenos Aires, quien argumentaba que "el modelo" de su mentor riojano estaba agotado de puro exitoso.

El horror al menemato llevó a parte de las clases medias liberales a seguir al "Chacho" Álvarez en su apoyo al radical de derecha De la Rúa, y en 1999 Duhalde fue derrotado en lo que Jorge Enea Spilimbergo supo definir como una interna del Partido Único de la Dependencia.

Como recibió todo hecho por Menem y Cavallo, De la Rúa creyó no necesitar más que continuar la obra de sus predecesores con una pátina de "manos limpias" para llegar al final de su mandato. Todo  hubiera ido bien (a pesar de la desilusión de la pequeño burguesía honestista representada por la dramática renuncia de Álvarez a la vicepresidencia) si no hubiera sido por la crisis general del sistema de saqueo y el hartazgo popular que estalló en diciembre de 2001.

Al precio de 40 vidas humanas, el ciclo iniciado por el régimen de 1955 parecía haber llegado a su fin con el formidable alzamiento popular del 19 y 20 de diciembre, del cual fue heredero no totalmente agradecido un hasta entonces ignoto gobernador santacruceño, Néstor Carlos Kirchner.

Tan desconocido era ese candidato a la presidencia que sólo accedió a ella después de un golpe matoneril en Chapadmalal, orquestado al parecer por Duhalde, y otro parlamentario en el Congreso de la Nación contra el Dr. Adolfo Rodríguez Saá. El puntano se había hecho cargo de la candente presidencia acéfala por renuncia de De la Rúa y había iniciado su labor llevando al Congreso la odiosa deuda externa heredada del 76 y años subsiguientes. 

Esos dos golpes de Estado abrieron el camino a la presidencia al continuismo del Dr. Eduardo Duhalde y, después del asesinato policial de Kosteki y Santillán, a nuevas elecciones.

En ellas, Menem se mandó su última tropelía: se retiró de una segunda vuelta en la que seguramente no alcanzaría a obtener más de un 35% de los votos y de esa manera le impidió a su adversario Néstor Kirchner convalidarse con el 65 o 70% que seguramente lo hubiera llevado a la Presidencia con un apoyo abrumador.

Kirchner tuvo que asumir sobre la escasa base electoral del 22% que había obtenido en la primera vuelta (las tratativas para concretar una fórmula común con Rodríguez Saá, una especie de "Frente de Todos" anterior al Frente de Todos, que seguramente hubiera concitado entre 35 y 40% de los votos en primera vuelta, habían fracasado).

Desde ese punto de partida inició un lento pero claro proceso de reconstrucción nacional que, otra vez, pareció acercar a la Argentina, en los doce años que duraron su gobierno y el de su compañera, Cristina Fernández de Kirchner, a condiciones que permitieran soñar con la restitución del país que el 23 de septiembre de 1973 había elegido a Perón como presidente por tercera vez.

No fue posible, y nuevamente por disensiones internas en el campo nacional y popular que terminaron por dejarle el terreno a la reacción oligárquica e imperialista más reconcentrada. En dos errores sucesivos, el campo nacional le dejó al partido de la dependencia llegar al poder primero en la ciudad de Buenos Aires, y luego en la Nación.

En ambos casos hubo sectores que, por "derecha" o por "izquierda", rompieron la unidad necesaria para vencer al candidato del imperialismo y la oligarquía. En 2007, la sectaria división del campo popular entre las candidaturas de Télerman y Filmus en la Capital Federal desempeñó idéntico papel al que cumplió la desconfianza de muchos dirigentes en Daniel Scioli para ser presidente de la Nación en 2015.

Hubo, es cierto, múltiples operaciones de todo tipo que aseguraron el triunfo oligárquico en ambos comicios. Pero esto es una obviedad. Las negras también juegan en el ajedrez de la política.

¿Puede algún argentino en su sano juicio esperar que clases sociales que han perpetrado -y siguen reivindicando- las masacres del 55 y el 76, y tienen un largo pedigrí de sangre derramada en toda la historia argentina se quedarían quietas ante la posibilidad de imponerse por diversas formas de fraude en disyuntivas electorales?

Tenemos que hacernos cargo de una buena vez de que cuando está unido el campo nacional, el partido del coloniaje, verdadera fuerza cívica interna de ocupación e intervención extranjera, jamás puede imponer su voluntad al conjunto.

Que la lupa sobre el aliado no vuelva a nublarnos la mirada general. Para que no vuelva a ocurrir, después de la victoria popular de 2019, lo ya sucedido después de los grandes triunfos de 1973 y 2003, hay una simple receta: mantener el apoyo unificado al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner del más amplio de los espectros políticos y sociales posibles.

Dentro de ese marco, todo será posible. Fuera de él, tendremos el infierno en nuestras mismas entrañas. Construir una Nación pasa hoy por maniatar e inmovilizar a los agentes locales del poder imperialista. Ése será el mejor homenaje al triunfo popular del 23 de septiembre de 1973. Mañana, seguramente podremos aspirar a cosas más grandes y hasta derrotarlos definitivamente si obtenemos una mayoría suficiente en las parlamentarias de 2021.

Los socialistas de la Izquierda Nacional, agrupados hoy en el Partido Patria y Pueblo, somos los herederos políticos organizados de ese Frente de Izquierda Popular que aportó casi un millón de votos -que nunca consideró propios, pero sí convocó a un apoyo al movimiento nacional con generosidad y amplitud- al triunfo del peronismo en esa fecha con su boleta.

En la misma convicción de entonces, en circunstancias dramáticamente distintas, y con formas muy diferentes de acción política en un país arrasado por 65 años de hegemonía de una contrarrevolución agrarizante y semicolonial, volvemos a reiterar que solamente en la unidad y diversidad del campo nacional está la garantía de soberanía política, independencia económica y justicia social que nuestro pueblo merece tener.

Estamos convencidos de que solamente esa unidad es el camino para poner a disposición del pueblo argentino los métodos socialistas que podrán asegurar que nunca más haya un retroceso frente a los partidarios del atraso. Hacemos hoy esta convocatoria a defender la empalizada que logramos alzar en 2019 para impedir que la contraofensiva gorila la derrumbe en su intento destituyente. No podemos bajar los brazos ante una nueva contrarrevolución posible.

Mesa Nacional
Partido Patria y Pueblo • Socialistas de la Izquierda Nacional
Néstor Gorojovsky - Secretario General
Rubén Rosmarino, Lorena Vazquez, Aurelio Argañaraz, Hugo Santos, Juan Maria Escobar, Baylon Jerez, Gastón González, Pablo López, Jacinto Paz, Laura Gastaldi, Silvio Zuzulich.

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