Editorial •
por Nestor Gorojovsky
Hemos vencido en una gran contienda y ahora viene
lo más difícil
LA LECCIÓN QUE NOS DEJARON
CUATRO AÑOS SÓRDIDOS
El dispositivo que intentó derrotar al pueblo
argentino en las presidenciales de 2019 era imponente. El régimen antinacional
de Mauricio Macri contó con pleno apoyo de todos los países imperialistas del
mundo. De nada le sirvió. Fue derrotado en primera vuelta sin apelación posible
por un campo nacional unificado tras una maniobra táctica genial y generosa de
Cristina Fernández de Kirchner.
Basten para medir
el apoyo del que disfrutó Macri los recursos financieros que el mundo
imperialista puso a disposición de su campaña electoral. Desde que, en 2017, el
esquema financiero implantado a fines del 2015 entró en cesación de pagos, el
Fondo Monetario Internacional financió tanto la fuga de capitales como la
campaña electoral. Para ello, comprometió el 60% de su cartera prestable, un
gigantesco préstamo “stand by” de casi 57.000 millones de dólares. Ese crédito
sirvió en un 71% para financiar la huída de los especuladores globales. Pero
eso era, justamente, la campaña electoral.
Ante el montaje
de la segunda bicicleta financiera de Sturzenegger, esos capitales habían
volado hacia nuestro país como moscas a la miel; chuparon todo lo que pudieron,
y salieron disparados cuando ya no quedaba más dulce gratis. Eso puso a la
banda Pro de fugadores y malandras de Macri y su murga fantasmal ante una
corrida cambiaria que no pudieron detener sin culminar su festival de
endeudamiento externo con el sometimiento al FMI.
Ese día, un manto
de espeso silencio amenazante empezó a cubrir al gobierno de Cambiemos. Y el
horizonte electoral, que ellos creían hasta entonces venturoso, empezó a
presentarse sombrío.
Para ello, el
rechazo y la represión a la marcha contra la reforma previsional, y la
resistencia del movimiento obrero a la depresión salarial violenta se habían
sumado al veloz derretimiento de la ilusión más arraigada del macrismo: de que
para poner en marcha la nueva Argentina alcanzaría con que una fuerza violentamente
antiperonista se apropiara del Estado y lo manejara sin el menor escrúpulo a
favor de los grandes capitales.
Pese a todas las
seguridades que deben de haber recibido entre palmadas en la espalda en sus
cónclaves en el extranjero, nunca llegó para refrescar al árido intento del
gobierno de los gerentes imperialistas la esperada lluvia de inversiones que
generaría empleo. No alcanzó para atraerla la supuesta confianza que
–supuestamente- despertaba la banda local entre sus supuestos pares globales.
Mucho se ha
hablado de la impericia sumada a ceguera ideológica como causa de la derrota
electoral del macrismo y la victoria del pueblo argentino sobre la fuerza de
tareas civil del coloniaje. Pero también cuenta la estupidez: al igual que
Galtieri en su momento, los estrategas del neoliberalismo local pensaban que
ese buen trato demostraba que pertenecían al club.
Y no fue así. La
plata que esperaban nunca llegó. El gobierno, después de la victoria en las
elecciones de medio término de 2017, ingresó a la campaña electoral de 2019
después de la corrida cambiaria de 2018, atado al FMI, y con todos los
indicadores económicos en descenso cada vez más veloz.
Fue la campaña
electoral más cara de la historia. Fiel a su costumbre, Mauricio Macri dejó un
pagadiós, un muerto, del cual, dadas las circunstancias y la correlación de
fuerzas internas, tendremos que encargarnos el resto de los argentinos. El peor
gobierno de la historia argentina -sólo comparable quizás a la salvaje tiranía
unitaria en la Provincia de Buenos Aires de 1829, durante la cual murió más
gente que la que nació- no dejó villanía y bajeza por perpetrar, con tal de
obtener el apoyo exterior que contrarrestase al repudio cosechado durante su
sórdido y letal cuatrienio.
Mientras tanto,
el campo nacional logró superar, algunos por convicción, otros por espanto, las
múltiples divisiones que lo habían llevado a las derrotas de 2015 y 2017. El
clamor por la unidad y la solución al peso electoral decisivo pero insuficiente
de Cristina Fernández de Kirchner fueron recuperadas por la ex presidenta con
la jugada política más brillante de los últimos años el 18 de mayo de 2019.
Sobre la hora,
podría decirse, Cristina desbarató todas las maniobras del régimen y cedió el
primer puesto de la fórmula presidencial a Alberto Fernández, abriendo así las
puertas a la constitución del Frente de Todos. Frente que, además, se propone
aglutinar ahora franjas cada vez más grandes del arco político para constituir
aquello que en su momento nosotros definimos como un vasto Frente de Salvación
Nacional.
Previamente, se
había comenzado a dar un proceso aún inconcluso de reunificación del movimiento
obrero, que influyó también sobre las conducciones políticas del peronismo y
del kirchnerismo. El carácter profundamente ahistórico y degradante de la
apuesta macrista logró lo que nada parecía estar en condiciones de conseguir.
Así es cómo se
llegó a las PASO del 11 de agosto. El espectacular 15% de diferencia que
cosechó el Frente de Todos contra Cambiemos (ahora con nueva marca: Juntos por
el Cambio) fue el resultado de la inmensa rabia acumulada por años de miseria.
Pero también influyeron en el voto la violencia policíaca y el negacionismo
setentista (porque los verdaderos setentistas son los que añoran los tiempos de
Videla y quieren anclarnos en ellos).
Ayudaron el evidente
desprecio del partido de gobierno hacia el pueblo y el país que gobernaba, el
hartazgo ante la prédica incesante de los profetas del odio, la indignación
ante la permanente violación de los derechos humanos, el racismo cada vez más
explícito, la disolución del Estado de Derecho bajo el baño corrosivo de los
servicios de inteligencia, la venalidad y codicia de los jueces y el creciente
descrédito de los medios hegemónicos.
La sensación de
haber sido estafados violentamente se sumó a las realidades de una diplomacia
arrodillada y servil, la ruptura de los lazos con América Latina, la
persecución política a los opositores, la uniformidad del discurso, la cada vez
más evidente corruptela y codicia de las clases dominantes que apoyaron con
alma y vida el proyecto, el enorme edificio de falsedades, calumnias e injurias
en que invertía buena parte del presupuesto Marcos Peña Braun, el cierre
virtual del Parlamento (que equivale a un régimen que gobierna por decreto), y
la cada vez más repelente manía de contar plata delante de los pobres. Cada vez
más plata, cada vez más pobres. Y los pobres, cada vez más cercanos a la
indigencia. Todo el experimento termina con un índice de pobreza que roza ya
los alcanzados durante la crisis de 2001.
El movimiento
nacional ha retornado al gobierno. Nos encontramos con un Estado devastado y
desplumado, descerebrado y prácticamente desprovisto de viabilidad financiera.
Es decir, hemos permitido a los partidarios más extremos del coloniaje
desarrollar su programa hasta tocar fondo. Y ese Estado hay que reconstruirlo
al mismo tiempo que se recuperan las finanzas públicas, se atacan las inmensas
carencias sociales que deja el macrismo (el hambre, en primer lugar), y se
inicia la reconstrucción del tejido productivo devastado por el régimen
macrista.
Estas líneas son
escritas sobre el filo de la navaja que separa ambos períodos de nuestra
historia: no se trata de un mero recambio presidencial sino de la recuperación
del país después de una enorme derrota frente a las fuerzas del gran capital,
local y extranjero. Fuerzas que además han provocado una degradación
institucional, ideológica y cultural de enorme magnitud, en su intento de
transformar a la Argentina en un páramo sin nexos sociales, sin protección a
las mayorías, de economía fuertemente primarizada, con un sector industrial que
boquea ya sin oxígeno, y sin barreras a la invasión de cualquier chuchería
importada con tal que le rinda algún beneficio a un fugador de divisas.
No podemos hacer
aún el balance final. En particular, no podemos todavía tener una medida cabal
del daño moral, psíquico y anímico que hizo la inyección en dosis masivas del
veneno ahistórico, sórdido y letalmente insolidario a una masa poblacional
reducida a la desesperación. Pero creemos que combatir esa intoxicación es una
tarea tan importante como recuperar nuestra soberanía (porque las FFAA, que
votaron masivamente al macrismo, fueron, después de los asalariados, sus
máximas víctimas: ahí están los centinelas eternos del ARA San Juan para
demostrarlo).
Y de eso,
justamente, se trata: de recuperar la política, de defenderla del ataque de los
mercaderes (el último jefe económico de la banda, Hernán Lacunza, inició sus
tareas en este período como ministro de economía de la hoy alicaída María
Eugenia Vidal en la Provincia de Buenos Aires, puesto desde el cual proclamó
que la más democrática de las instituciones era… el mercado). Y recuperar la
política, la supremacía de lo político, es a su vez defender la democracia. Para
defender la democracia, y para recuperar la política, necesitamos forjar las
armas intelectuales y espirituales de la recuperación nacional.
No podremos
eliminar la grieta que divide al país. Sí podremos, en cambio, encapsular a la
minoría oligárquica e imperialista al reducirla a su mínima expresión. Y, una
vez logrado eso, avanzar a paso de vencedores hacia la reconstitución de la
unidad americana forjada a principios del siglo XXI (y a superar esos logros).
Nada de eso se logrará, sin embargo, con un Estado débil y con masas apáticas o
desorganizadas. Las fuerzas de mercado solamente se domestican ante fuerzas
similares, pero de la política. De donde la defensa de la democracia, la
defensa de la política, se convierten en política de defensa.
Y allí está uno
de nuestros mayores desafíos. Qué política defenderá a nuestra democracia.
Solamente hemos aprendido una cosa: la unidad del campo nacional es sagrada
mientras existan el imperialismo y la oligarquía. Y no es poco. Gracias,
Mauricio Macri, por la maldita lección. Hemos aprendido. Argentinas y
argentinos, a las cosas.
Comentarios
Publicar un comentario