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SALIÓ PYP 68 • CONSEGUILO


Editorial
por Nestor Gorojovsky

Hemos vencido en una gran contienda y ahora viene lo más difícil
LA LECCIÓN QUE NOS DEJARON CUATRO AÑOS SÓRDIDOS

El dispositivo que intentó derrotar al pueblo argentino en las presidenciales de 2019 era imponente. El régimen antinacional de Mauricio Macri contó con pleno apoyo de todos los países imperialistas del mundo. De nada le sirvió. Fue derrotado en primera vuelta sin apelación posible por un campo nacional unificado tras una maniobra táctica genial y generosa de Cristina Fernández de Kirchner.

Basten para medir el apoyo del que disfrutó Macri los recursos financieros que el mundo imperialista puso a disposición de su campaña electoral. Desde que, en 2017, el esquema financiero implantado a fines del 2015 entró en cesación de pagos, el Fondo Monetario Internacional financió tanto la fuga de capitales como la campaña electoral. Para ello, comprometió el 60% de su cartera prestable, un gigantesco préstamo “stand by” de casi 57.000 millones de dólares. Ese crédito sirvió en un 71% para financiar la huída de los especuladores globales. Pero eso era, justamente, la campaña electoral.

Ante el montaje de la segunda bicicleta financiera de Sturzenegger, esos capitales habían volado hacia nuestro país como moscas a la miel; chuparon todo lo que pudieron, y salieron disparados cuando ya no quedaba más dulce gratis. Eso puso a la banda Pro de fugadores y malandras de Macri y su murga fantasmal ante una corrida cambiaria que no pudieron detener sin culminar su festival de endeudamiento externo con el sometimiento al FMI.

Ese día, un manto de espeso silencio amenazante empezó a cubrir al gobierno de Cambiemos. Y el horizonte electoral, que ellos creían hasta entonces venturoso, empezó a presentarse sombrío.

Para ello, el rechazo y la represión a la marcha contra la reforma previsional, y la resistencia del movimiento obrero a la depresión salarial violenta se habían sumado al veloz derretimiento de la ilusión más arraigada del macrismo: de que para poner en marcha la nueva Argentina alcanzaría con que una fuerza violentamente antiperonista se apropiara del Estado y lo manejara sin el menor escrúpulo a favor de los grandes capitales.

Pese a todas las seguridades que deben de haber recibido entre palmadas en la espalda en sus cónclaves en el extranjero, nunca llegó para refrescar al árido intento del gobierno de los gerentes imperialistas la esperada lluvia de inversiones que generaría empleo. No alcanzó para atraerla la supuesta confianza que –supuestamente- despertaba la banda local entre sus supuestos pares globales.

Mucho se ha hablado de la impericia sumada a ceguera ideológica como causa de la derrota electoral del macrismo y la victoria del pueblo argentino sobre la fuerza de tareas civil del coloniaje. Pero también cuenta la estupidez: al igual que Galtieri en su momento, los estrategas del neoliberalismo local pensaban que ese buen trato demostraba que pertenecían al club.

Y no fue así. La plata que esperaban nunca llegó. El gobierno, después de la victoria en las elecciones de medio término de 2017, ingresó a la campaña electoral de 2019 después de la corrida cambiaria de 2018, atado al FMI, y con todos los indicadores económicos en descenso cada vez más veloz.

Fue la campaña electoral más cara de la historia. Fiel a su costumbre, Mauricio Macri dejó un pagadiós, un muerto, del cual, dadas las circunstancias y la correlación de fuerzas internas, tendremos que encargarnos el resto de los argentinos. El peor gobierno de la historia argentina -sólo comparable quizás a la salvaje tiranía unitaria en la Provincia de Buenos Aires de 1829, durante la cual murió más gente que la que nació- no dejó villanía y bajeza por perpetrar, con tal de obtener el apoyo exterior que contrarrestase al repudio cosechado durante su sórdido y letal cuatrienio.

Mientras tanto, el campo nacional logró superar, algunos por convicción, otros por espanto, las múltiples divisiones que lo habían llevado a las derrotas de 2015 y 2017. El clamor por la unidad y la solución al peso electoral decisivo pero insuficiente de Cristina Fernández de Kirchner fueron recuperadas por la ex presidenta con la jugada política más brillante de los últimos años el 18 de mayo de 2019.

Sobre la hora, podría decirse, Cristina desbarató todas las maniobras del régimen y cedió el primer puesto de la fórmula presidencial a Alberto Fernández, abriendo así las puertas a la constitución del Frente de Todos. Frente que, además, se propone aglutinar ahora franjas cada vez más grandes del arco político para constituir aquello que en su momento nosotros definimos como un vasto Frente de Salvación Nacional.

Previamente, se había comenzado a dar un proceso aún inconcluso de reunificación del movimiento obrero, que influyó también sobre las conducciones políticas del peronismo y del kirchnerismo. El carácter profundamente ahistórico y degradante de la apuesta macrista logró lo que nada parecía estar en condiciones de conseguir.

Así es cómo se llegó a las PASO del 11 de agosto. El espectacular 15% de diferencia que cosechó el Frente de Todos contra Cambiemos (ahora con nueva marca: Juntos por el Cambio) fue el resultado de la inmensa rabia acumulada por años de miseria. Pero también influyeron en el voto la violencia policíaca y el negacionismo setentista (porque los verdaderos setentistas son los que añoran los tiempos de Videla y quieren anclarnos en ellos).

Ayudaron el evidente desprecio del partido de gobierno hacia el pueblo y el país que gobernaba, el hartazgo ante la prédica incesante de los profetas del odio, la indignación ante la permanente violación de los derechos humanos, el racismo cada vez más explícito, la disolución del Estado de Derecho bajo el baño corrosivo de los servicios de inteligencia, la venalidad y codicia de los jueces y el creciente descrédito de los medios hegemónicos.

La sensación de haber sido estafados violentamente se sumó a las realidades de una diplomacia arrodillada y servil, la ruptura de los lazos con América Latina, la persecución política a los opositores, la uniformidad del discurso, la cada vez más evidente corruptela y codicia de las clases dominantes que apoyaron con alma y vida el proyecto, el enorme edificio de falsedades, calumnias e injurias en que invertía buena parte del presupuesto Marcos Peña Braun, el cierre virtual del Parlamento (que equivale a un régimen que gobierna por decreto), y la cada vez más repelente manía de contar plata delante de los pobres. Cada vez más plata, cada vez más pobres. Y los pobres, cada vez más cercanos a la indigencia. Todo el experimento termina con un índice de pobreza que roza ya los alcanzados durante la crisis de 2001.

El movimiento nacional ha retornado al gobierno. Nos encontramos con un Estado devastado y desplumado, descerebrado y prácticamente desprovisto de viabilidad financiera. Es decir, hemos permitido a los partidarios más extremos del coloniaje desarrollar su programa hasta tocar fondo. Y ese Estado hay que reconstruirlo al mismo tiempo que se recuperan las finanzas públicas, se atacan las inmensas carencias sociales que deja el macrismo (el hambre, en primer lugar), y se inicia la reconstrucción del tejido productivo devastado por el régimen macrista.

Estas líneas son escritas sobre el filo de la navaja que separa ambos períodos de nuestra historia: no se trata de un mero recambio presidencial sino de la recuperación del país después de una enorme derrota frente a las fuerzas del gran capital, local y extranjero. Fuerzas que además han provocado una degradación institucional, ideológica y cultural de enorme magnitud, en su intento de transformar a la Argentina en un páramo sin nexos sociales, sin protección a las mayorías, de economía fuertemente primarizada, con un sector industrial que boquea ya sin oxígeno, y sin barreras a la invasión de cualquier chuchería importada con tal que le rinda algún beneficio a un fugador de divisas.

No podemos hacer aún el balance final. En particular, no podemos todavía tener una medida cabal del daño moral, psíquico y anímico que hizo la inyección en dosis masivas del veneno ahistórico, sórdido y letalmente insolidario a una masa poblacional reducida a la desesperación. Pero creemos que combatir esa intoxicación es una tarea tan importante como recuperar nuestra soberanía (porque las FFAA, que votaron masivamente al macrismo, fueron, después de los asalariados, sus máximas víctimas: ahí están los centinelas eternos del ARA San Juan para demostrarlo).

Y de eso, justamente, se trata: de recuperar la política, de defenderla del ataque de los mercaderes (el último jefe económico de la banda, Hernán Lacunza, inició sus tareas en este período como ministro de economía de la hoy alicaída María Eugenia Vidal en la Provincia de Buenos Aires, puesto desde el cual proclamó que la más democrática de las instituciones era… el mercado). Y recuperar la política, la supremacía de lo político, es a su vez defender la democracia. Para defender la democracia, y para recuperar la política, necesitamos forjar las armas intelectuales y espirituales de la recuperación nacional.

No podremos eliminar la grieta que divide al país. Sí podremos, en cambio, encapsular a la minoría oligárquica e imperialista al reducirla a su mínima expresión. Y, una vez logrado eso, avanzar a paso de vencedores hacia la reconstitución de la unidad americana forjada a principios del siglo XXI (y a superar esos logros). Nada de eso se logrará, sin embargo, con un Estado débil y con masas apáticas o desorganizadas. Las fuerzas de mercado solamente se domestican ante fuerzas similares, pero de la política. De donde la defensa de la democracia, la defensa de la política, se convierten en política de defensa.

Y allí está uno de nuestros mayores desafíos. Qué política defenderá a nuestra democracia. Solamente hemos aprendido una cosa: la unidad del campo nacional es sagrada mientras existan el imperialismo y la oligarquía. Y no es poco. Gracias, Mauricio Macri, por la maldita lección. Hemos aprendido. Argentinas y argentinos, a las cosas.

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