El partido Patria y Pueblo – Socialistas de la Izquierda Nacional repudia el salvaje golpe de Estado perpetrado hoy contra el presidente legal y democráticamente electo de Bolivia, Evo Morales Ayma, y su vicepresidente, Álvaro García Linera, y expresa su completa solidaridad con los derrocados así como con las grandes masas de Bolivia, destinatarias y víctimas finales de la asonada.
Los dos mandatarios bolivianos se encontraron a merced de una jauría de civiles que humillaron autoridades legítimas, invadieron, saquearon e incendiaron viviendas, y amenazaron la integridad y vida de familiares de integrantes del gobierno y representantes del pueblo boliviano. Para todo ello disfrutaron de una zona liberada policial de alcance nacional.
Amparada por el autoacuartelamiento, la horda puso al país al borde de una trágica confrontación civil, ante la incalificable pasividad de las Fuerzas Armadas. Éstas no solo faltaron a su deber de proteger la institucionalidad sino que, en el colmo de la ignominia, fueron las portadoras de la exigencia de renuncia a Evo Morales.
La misión de la OEA actuó de hecho al servicio de los golpistas. Evo Morales renunció para evitar una masacre en la calles. Sebastián Piñera lleva más de 20 muertos y la OEA no se inmuta. Y en Bolivia apresuró sus conclusiones ante los movimientos de la oposición destituyente. Su propio informe admite que no pudo auditar algunos departamentos por los bloqueos, la violencia y el incendio de documentación y de oficinas públicas, todo obra de los opositores. Termina expresando dudas, “probabilidades de”, pero no llega a una definición firme, sino que se limita a observar algunas desprolijidades que de ninguna manera permiten determinar el fraude en el recuento provisorio del Tribunal Superior Electoral. Pese a ello, el organismo requirió nuevas elecciones, a lo cual Morales se allanó.
La OEA tampoco requirió la renuncia del presidente y vicepresidente de Bolivia. Pero el opositor Carlos Mesa no solamente exigió la renuncia, sumándose a su socio Luis Fernando Camacho, sino que además ¡requirió la proscripción de los dos candidatos vencedores en cualquier elección futura!
Carlos Mesa es el último resto viviente de la antigua Rosca del Súperestado de Patiño, Hochschild y Aramayo y figura fundamental del régimen de saqueo del corrupto y prófugo Gonzalo Sánchez de Lozada; se suman a él representantes de oscuros intereses de la Media Luna boliviana, entremezclados con iglesias evangélicas y agencias diversas de los Estados Unidos, desde la USAID hasta formas de crimen organizado entretejidos con el tráfico de drogas.
La mano de los Estados Unidos es demasiado visible. Mientras retrocede en la Argentina y empieza a tener problemas en Brasil, Washington asiste a la insurrección del pueblo chileno y hasta a la derrota de sus cipayos en las elecciones municipales de Colombia. En respuesta, fogonea guerras judiciales, traiciones, golpes y derrocamientos en Ecuador, Venezuela y, ahora, Bolivia.
El orden unipolar nacido treinta años atrás está terminado desde la crisis económica mundial de 2008. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, los pueblos de América Latina perciben que pueden contrarrestar el saqueo imperialista y oligárquico apoyándose en la nueva multipolaridad. Por ello, hoy no somos solamente una nación balcanizada sino campo de disputa entre el gran capital financiero y las economías postcapitalistas de Oriente, en particular la China.
El retroceso de Estados Unidos en el Viejo Mundo ante el empuje de la economía planificada de la China ha llevado a que se concentre en su viejo patiecito del fondo, América Latina. Donald Trump modificó los grandes lineamientos de la geopolítica –de base y objetivos financieros- de Hillary Clinton y Barack Obama en Eurasia y África. Pero por eso mismo potenció su agresividad en América Latina.
En la Argentina, asoma un nuevo tiempo con el gobierno de Alberto Fernández, que pone fin al cuatrienio sórdido de Mauricio Macri y sus secuaces. Pero tendremos que estar muy alertas ante cualquier atentado que perpetren las bandas macristas expulsadas del poder contra su voluntad y, particularmente, contra la voluntad imperialista. No solamente debemos ser solidarios con el pueblo y gobierno boliviano, sino disponernos a enfrentar a estas nuevas formas de golpismo antinacional, cuyo objetivo es el mismo de siempre: garantizar la destrucción de la Argentina para sostener una clase social de zánganos internos y lacayos hacia el imperio que ya se convirtió en un lujo demasiado caro para nuestras grandes mayorías.
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