Desde el 10 de diciembre de 2015 vivimos en el Apocalipsis: la inflación nos come la vida; los precios de las cosas se disparan y nuestros salarios caen en picada; las tarifas de los servicios se volvieron impagables; el dólar parece quieto, pero sabemos que esta agazapado, dispuesto a pegar nuevos zarpazos.
El verdadero espíritu del proyecto macrista se basa en que nos acostumbremos al horror. Que vivamos sufrientes, calladitos y amargados. Que aceptemos como natural que los hospitales no tengan personal ni insumos, o que directamente cierren. Que exploten escuelas, que niñas y niños no coman, que proyectos personales se archiven, que carritos de supermercado se vacíen. Que investigadores (del Pro!) vayan a un programa de televisión para financiar sus proyectos porque el Estado no lo hace. Que la banca oficial esté en riesgo porque debe financiar el pago de la deuda externa que adquirió este gobierno. Que la “plata de los jubilados” sea manoteada para solventar gastos corrientes del Estado. Que las universidades públicas sean desfinanciadas.
Nuestra vida transcurre entre vallados policiales, patrullas de gatillo fácil, comercios y pymes cerrados, fábricas paradas, empresas legendarias con sus cortinas bajas, filas interminables de postulantes para un solo puesto laboral. Los ingresos se van carcomiendo minuto a minuto. Y quien más, quien menos, todos sabemos que en cualquier momento podemos perderlos de golpe. La plata no alcanza y todos los meses nos endeudamos.
Otros tienen menos suerte aún, ya cayeron en el fondo del pozo: nos pasamos el día descubriendo (o asistiendo) marginados que viven –o mueren, sin que las autoridades se inmuten- en las calles. Personas solas, pero también familias enteras.
El producto del trabajo de los argentinos pasa a manos de un grupo minúsculo de financistas y rentistas hábiles para mentirnos y esconderse tras empresarios tan codiciosos como ignorantes para que exijan la “reforma laboral”, es decir el derecho patronal a vivir en paz mientras reducen a los trabajadores a la servidumbre.
El dinero de las exportaciones agropecuarias de la región pampeana queda en manos de una minoría de rentistas, que deciden no ingresarlo al país después de haber exportado la comida que a los argentinos nos está faltando.
Explotan escuelas, se hunde un submarino y el gobierno no hace nada, mueren gendarmes en accidentes de tránsito, mueren civiles fusilados por la espalda a cargo de gendarmes, las policías bravas muelen a patadas a personas desarmadas que tratan de vender alguna chuchería para sobrevivir, languidece la cultura, cierran editoriales, se desfinancian orquestas, todo se derrumba. Educación y salud, dos pilares de la vida civilizada, también pasan a ser, paulatinamente, un lujo de pocos. Como el abrigo, la vivienda y la comida.
Éste es el balance de cuatro años de macrismo. Esto era, en el fondo, el “cambio” que iba a traer esta Alianza del Pro, una banda de saqueadores y hampones, de turbias relaciones con banqueros y con el bajo fondo de la sociedad, una camándula de fulleros que odian al país y esquilman a su población.
Quieren que aceptemos, contra toda evidencia, que no merecemos vivir bien, que somos inútiles, haraganes, vagos, que nuestro país es muy pobre. Que aceptemos como normal tener hambre, angustia por los hijos o los nietos, usar ropa cada vez más rotosa, calzado cada vez más descosido. Vinieron a lograr que nos rindamos ante ellos y odiemos al vecino, como si el vecino no fuera otra víctima más del Apocalipsis Pro.
En su plan, sobra mucha gente. Mucha. Necesitan que nos vayamos. O que, si nos quedamos, nos vendamos por monedas para tentar, dicen, a las “inversiones extranjeras” que nos devolverán la prosperidad. Pero los mismos que te lo dicen tienen todas sus riquezas en el extranjero.
Pero esto podemos detenerlo. Ellos son muy pocos. Nosotros somos muchos, somos verdaderamente Todos. No importa qué filiación política podamos tener, ni las diferencias entre nosotros. No importa más la grieta entre “chorros” y “globoludos”. No dudemos más. Dejemos de sufrir.
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