Declaración
La ola de solidaridad conmovedora que ha desplegado el pueblo argentino en defensa de las primeras víctimas masivas del holocausto neoliberal es el primer signo colectivo de resistencia orgánica contra el régimen. Nada ha mostrado mejor el rostro verdadero del macrismo que su seco desinterés por los pobres que ha creado y que mueren de frío en las calles bajo el látigo del desamparo promovido por Mauricio Macri y sus secuaces de la Alianza Cambiemos.
Mientras Mauricio Macri se desvela y acuna al dólar para mantenerlo dormido, se desentiende de los argentinos desparramados por las calles de nuestras ciudades (más de 7.000 en la obscenamente próspera CABA) que, si se duermen, pueden llegar a morir helados bajo la glacial ola polar. Lo que mata no es el frío. Estamos ante otra escena más del lento genocidio macrista, que primero quita el techo a los pobres y luego los deja perecer en las calles con total indiferencia del Estado plutocrático.
Consecuente con su concepción darwinista de una sociedad en la que solamente sobreviven los más ricos, Macri no ha dudado en privatizar la solidaridad y la asistencia social. Deja que, si alguno queda, los ciudadanos de buena voluntad y suficientes recursos ayuden como puedan a las víctimas más golpeadas. Está convirtiendo a la Argentina en un inmenso campo de concentración, una Franja de Gaza de tres millones de kilómetros cuadrados.
Pero cuando Juan Carr, una de esas personas solidarias, intachable y posible Premio Nobel, se hace notoria, el siniestro plan de este gobierno queda al descubierto. Entonces, el macrismo no atina a otra cosa que a suponer una conspiración y calumniar a un hombre que honra al país con su accionar y su vida entera.
Es que para estos cipayos de helado corazón, argentinos solamente por azar de parición, aquellos que colaboran notoriamente con las víctimas más trágicas de su política entorpecen la "marcha normal de las cosas" en oscura connivencia con una oposición a la que la Casa Rosada no cesa de perseguir.
Se equivocan. Recibirán en las urnas el castigo merecido. Y si llegaran a intentar, como alertó ya el Presidente del PJ, algún fraude, descubrirán hasta dónde puede llegar un pueblo maltratado cuando le impiden expresar limpiamente el repudio a los neoliberales sin conciencia.
La ola de solidaridad conmovedora que ha desplegado el pueblo argentino en defensa de las primeras víctimas masivas del holocausto neoliberal es el primer signo colectivo de resistencia orgánica contra el régimen. Nada ha mostrado mejor el rostro verdadero del macrismo que su seco desinterés por los pobres que ha creado y que mueren de frío en las calles bajo el látigo del desamparo promovido por Mauricio Macri y sus secuaces de la Alianza Cambiemos.
Mientras Mauricio Macri se desvela y acuna al dólar para mantenerlo dormido, se desentiende de los argentinos desparramados por las calles de nuestras ciudades (más de 7.000 en la obscenamente próspera CABA) que, si se duermen, pueden llegar a morir helados bajo la glacial ola polar. Lo que mata no es el frío. Estamos ante otra escena más del lento genocidio macrista, que primero quita el techo a los pobres y luego los deja perecer en las calles con total indiferencia del Estado plutocrático.
Consecuente con su concepción darwinista de una sociedad en la que solamente sobreviven los más ricos, Macri no ha dudado en privatizar la solidaridad y la asistencia social. Deja que, si alguno queda, los ciudadanos de buena voluntad y suficientes recursos ayuden como puedan a las víctimas más golpeadas. Está convirtiendo a la Argentina en un inmenso campo de concentración, una Franja de Gaza de tres millones de kilómetros cuadrados.
Pero cuando Juan Carr, una de esas personas solidarias, intachable y posible Premio Nobel, se hace notoria, el siniestro plan de este gobierno queda al descubierto. Entonces, el macrismo no atina a otra cosa que a suponer una conspiración y calumniar a un hombre que honra al país con su accionar y su vida entera.
Es que para estos cipayos de helado corazón, argentinos solamente por azar de parición, aquellos que colaboran notoriamente con las víctimas más trágicas de su política entorpecen la "marcha normal de las cosas" en oscura connivencia con una oposición a la que la Casa Rosada no cesa de perseguir.
Se equivocan. Recibirán en las urnas el castigo merecido. Y si llegaran a intentar, como alertó ya el Presidente del PJ, algún fraude, descubrirán hasta dónde puede llegar un pueblo maltratado cuando le impiden expresar limpiamente el repudio a los neoliberales sin conciencia.
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