#LaSemanalDePyP
Por Martín Gorojovsky
El estreno de la miniserie biográfica acerca de León Trotsky en la plataforma Netflix ha despertado, como no podía ser de otra manera, diversas polémicas. Se podría hacer la vista gorda y dejarla pasar como una ficción de entretenimiento más, si no fuera porque ofrece, a pesar de los defectos que enumeraremos, algunos detalles de interés político.
Viejas mentiras
La narración avanza desde los últimos meses de la vida de Trotsky exiliado en México. Tras el fallido atentado cometido por una banda de hombres armados con ametralladoras, el personaje central discute sus recuerdos con el periodista Frank Jackson (seudónimo de Ramón Mercader, su eventual asesino). En los sucesivos capítulos se pinta al organizador del Ejército Rojo como un hombre perseguido por los fantasmas de su pasado los cuales se encargan al final de los primeros siete capítulos (de un total de ocho) de señalarle la proximidad de su muerte, con el peso de millones de vidas perdidas en vano durante el proceso revolucionario. De hecho gran parte de la trama gira en torno al planteo según el cual los bolcheviques lanzaron a Rusia al caos y la destrucción sin el menor remordimiento en pos de una utopía irrealizable, como se puede observar en la escena donde Trotsky pretende anunciar el fin de la guerra civil en un acto multitudinario pero no puede hacerlo dado que la localidad en la que se encuentra está casi deshabitada como consecuencia de la contienda.
Estos elementos, que sumados al uso comercial de las escenas de sexo podrían aparecer en cualquier obra similar producida en el occidente imperialista, se combinan con las viejas calumnias del stalinismo acerca de la relación entre Trotsky y Lenin. Ambos líderes son descriptos como figuras antagónicas a lo largo de gran parte de la miniserie, con particular énfasis en el momento de la división de la socialdemocracia rusa en 1902 (en una escena ambos se amenazan de muerte), y durante la toma del poder en 1917, donde se le atribuye la insurrección de Octubre a Trotsky con total desconocimiento y desacuerdo de Lenin, quien sin embargo es investido con el poder dado que, según especulan los bolcheviques, Rusia no va a aceptar a un judío (Trotsky) como líder de la nación.
El sello del estado ruso
Hay sin embargo especificidades rusas que vale la pena observar en el libreto. En medio de las inexactitudes y mentiras sobre la política interna del partido bolchevique, se da cuenta de la coincidencia de Lenin y Trotsky acerca de la necesidad de apartar a Stalin del gobierno soviético, lo cual no es poco para un país que durante décadas ocultó el hecho.
Y más notablemente aún el capítulo que mejor parado deja al protagonista es aquel que se refiere a la creación del Ejército Rojo, es decir el que rescata a la Revolución como eslabón en la construcción del Estado ruso, construcción que va de la mano con la defensa de la patria frente al invasor enemigo, y con la aspiración de elevarse a los estándares de vida de la civilización occidental moderna. Este triple objetivo es la idea fija de Rusia hace tres siglos, sostenida a brazo partido por Vladimir Putin. De ahí sus repetidos choques con Occidente, uno de los tantos aspectos que diferencian a su gobierno de las potencias imperialistas del mundo actual.
Revoluciones nacionales y conciencia histórica
¿Por qué entonces si su posición geopolítica la enfrenta con Occidente Rusia elige sostener la falsificación de su conciencia histórica? Porque, como explica el propio Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa, las clases dominantes de las naciones que cumplen satisfactoriamente el ciclo de las tareas nacional-democrático-burguesas repudian luego el origen revolucionario de ese proceso. Lo hacían los británicos respecto a Oliver Cromwell y su ejército de pequeños propietarios rurales puritanos, y lo hacían los franceses respecto de la pequeña burguesía jacobina liderada por Maximiliano de Robespierre.
Pero la conclusión exitosa del ciclo nacional-burgués en Rusia lo realizó la revolución bolchevique. Y la defensa de ese legado, aún bajo el capitalismo, es inadmisible para el Imperialismo; por lo tanto una Rusia capitalista autocentrada defenderá en los hechos gran parte de las conquistas de Octubre, aun cuando lo haga a contrapelo de su conciencia. Luego las leyes de la Revolución Permanente se encargarán de que llegue el momento en que se asuma una conciencia revolucionaria, y entonces Trotsky será finalmente reivindicado en su tierra de origen. Hasta entonces no vale la pena amargarse excesivamente por un producto comercial que perdurará tanto como cualquier artesanía de su género.
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