#LaSemanalDePyP
Por Nestor Gorojovsky
La actividad económica empezó 2019 con malas noticias para los argentinos, y nada puede hacer prever que las haya mejores en lo que queda del año, y menos para antes de las elecciones de octubre.
Tampoco empezó mejor el clima político, con una proliferación de detenciones arbitrarias, represiones violentas y patoteriles de manifestaciones pacíficas con reclamos justos, y una impudicia declarativa del régimen de Cambiemos que alcanzó su pico máximo con la difusión de un elocuente dibujito en el que media docena de rubios, expresivos y bien trajeados ejecutivos sostenían sobre sus hombros una multitud anónima a la que ni siquiera interesaba dibujarle el rostro.
Este símbolo de lo que realmente piensa Cambiemos (y en particular su verdadero brazo verdugo, el Pro) sobre qué papel le cabe a cada cual en la Argentina coronó así la explicitación final y completa del proyecto de país que nos depara la continuidad de Mauricio Macri en el poder.
El pueblo argentino enfrenta el más audaz y profundo intento de borrar definitivamente toda la historia de la Patria desde el momento mismo en que Hipólito Yrigoyen dio el primer paso hacia la democratización política de la semicolonia próspera del Centenario. El Pro no solamente pretende dar vuelta la situación representada en ese dibujito sino además convencer a la población de que la verdadera justicia se encuentra en él, y de que la "fiesta" debía terminar.
Verbalmente, el Pro intenta afirmar que esa "fiesta" empezó con el peronismo, pero lo cierto es que su programa ataca toda esa ampliación de derechos con ascenso social que, con avances y retrocesos, fue caracterizando la concepción popular del destino argentino desde Yrigoyen (si no desde 1880) hasta 2015.
Es decir: el proyecto del Pro necesitó de la UCR para llegar al poder, pero ahora necesita demoler no solamente el sustento de los asalariados (muchos de ellos, por lo demás, pequeño burgueses vinculados a la UCR por tradición familiar y pertenencia de clase) sino las vías habituales de ascenso social de la mayoría de los integrantes de las clases medias: en primer lugar, el sistema educativo estatal, sometido a múltiples bombardeos.
Demos por sentado que Mauricio Macri llegó al poder gracias al acuerdo preliminar y poco razonado de esas clases medias (y de sectores no minimizables del mundo de los trabajadores conveniados) con la tesis fundamental del Pro: que cada cual obtiene lo que le toca en la vida según sus méritos individuales, eliminando por completo toda influencia -positiva o negativa- del entorno social, y muy en particular de las políticas de Estado.
Ese acuerdo acaba de romperse.
No lo decimos por la creciente presencia positiva de los candidatos y grupos políticos del campo nacional en los resultados de las encuestas de opinión. Entre otras cosas que hay en muchos países imperialistas y no hay en la Argentina, nos falta un instituto demoscópico oficial sometido a auditoría técnica y política del Parlamento y las universidades del Estado.
Las encuestas que circulan pública y gratuitamente despiertan sospechas de parcialidad. Cada encuestador privado hace su negocio y elige su público, y no pocos actúan para influir sobre la opinión cuando difunden los resultados de sus mediciones.
Lo que no puede despertar sospecha alguna es la actitud de los dirigentes políticos mismos. En el vasto espectro del campo nacional y popular se asiste a una lenta pero notable convergencia -tendencia en la cual hace punta el movimiento obrero, aunque esto está asordinado en la gran prensa- que amenaza con convertirse, como mínimo, en un acuerdo electoral capaz de barrer en primera vuelta del escenario a Mauricio Macri (empecinado aún en presentarse por segunda vez como candidato presidencial).
Pero estos movimientos aún no terminan de cuajar. Mientras el vendaval de la crisis azota a todo el país, mientras el presidente se va de gira lujosa por el Extremo Oriente (y le rinde homenaje... a Ho Chi Minh), mientras la vida política del país la gestionan las figuras tenebrosas de Marcos Peña Braun y Elisa Carrió, la respuesta del campo nacional y popular es todo lo lenta que imponen las hondas heridas que provocó una traumática absorción de la derrota del 2015 que dejó aún muchas cuentas por saldar.
Las facturas que le han empezado a llegar al Pro y a Mauricio Macri no vienen tanto de quienes deberían acaudillar al pueblo argentino ya mismo en una cruzada política contra la oligarquía y el imperialismo, sino de sus aliados e incluso desde las propias filas del partido del coloniaje y las cuentas costa afuera: la UCR y la gobernadora bonaerense, Vidal.
Cambiemos empieza a resquebrajarse lenta pero imparablemente. No es, como muchos creen, resultado directo de la creciente crisis económica impuesta por quienes realmente dirigen los destinos del país desde la gran corrida cambiaria de principios de 2018. Tampoco es consecuencia directa de la creciente parafernalia represiva y militarizadora del accionar policial que corrió paralela con esa corrida y sus consecuencias.
Es algo peor: son los movimientos de una cúpula política sensible al creciente descreimiento y cinismo de su base popular de sustentación, que empieza a tomar distancia de un presidente cada vez más desgastado y un partido de gobierno que desilusiona cada vez más a la masa de sus votantes, incluso los más cerriles, que corren a refugiarse en el sonsonete de "son todos iguales".
Ese termómetro vale por mil encuestas de opinión. La derrota del Pro en la interna por la candidatura a la gobernación de La Pampa, las airadas protestas del Dr. Sappia (laboralista radical, es decir "mafioso" radical según Macri, y presidente del Comité Nacional del radicalismo), las desesperadas búsquedas de separar las elecciones en las provincias donde gobierna Cambiemos, y el intento de María Eugenia Vidal de sacarse la mochila de adoquines que representa Mauricio Macri, son nada comparados con lo que está ocurriendo en el radicalismo cordobés.
En Córdoba, directamente, estamos asistiendo a una sublevación de la dirigencia radical, en la cual Mestre, que no es precisamente un socialista o un yrigoyenista, se opone sin embargo a la candidatura de Mario Negri, al que se conoce en su provincia como un alfil de Macri más que como una figura de la UCR.
Estas luces rojas pueden terminar o no con una partición de Cambiemos, eso se verá. Pero señalan el principio del fin del régimen liderado por Macri. Aún en el caso de que Mauricio Macri lograse ser reelecto (algo que cada vez suena más lejano), su segundo gobierno será la antesala de su caída final, que no se producirá en 2023 sino muchísimo antes.
Y eso más allá de la oposición neta de quienes jamás transaron con el neoliberalismo, sino por el hartazgo de la base electoral de su alianza con las políticas siniestras del partido de Mauricio Macri. O la UCR las usará para negociar un fin inglorioso para el actual presidente, incluso después de que gane las elecciones, o el pueblo argentino se rebelará contra todas las fuerzas que conforman Cambiemos.
No es una profecía: la crisis desatada en la alianza de gobierno, que no puede sino ir creciendo con el correr de los meses y la casi segura seguidilla de derrotas electorales que jalonarán el camino a las PASO y a las presidenciales presenta tres salidas posibles, y solamente tres:
a) la derrota de Cambiemos en las presidenciales
b) el reemplazo del Pro por el radicalismo en el gobierno, o
c) la destrucción total del aparato cambiemita en un incendio de ira popular que no podrá detener represión alguna.
Desde Patria y Pueblo instamos a asegurar que Cambiemos sea derrotado en 2019. Y nos comprometemos a luchar para ello. Cualquiera de las otras dos opciones impondrán al pueblo argentino dolores inimaginables. Aún estamos a tiempo. Un campo nacional y popular unificado en torno a un breve haz de coincidencias patrióticas es posible. Derrotar al macrismo es necesario.
Hagamos posible lo necesario.
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