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MÉXICO Y EL SUR



Por Nestor Gorojovsky
#LaSemanalDePyP

Mucho más interesados en pasear por las cámaras de TV sujetos como Eguilor, o por esquivar la cuestión central del partido definitivo de la Copa Conquistadores de América (el liso y llano robo del fútbol a manos del cártel presidencial de las Sociedades Anónimas Deportivas), los medios dominantes -y totalitariamente excluyentes- en la Argentina brindaron una cobertura casi de compromiso a la asunción presidencial de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México.

Tal como explicaba Alberto Methol Ferré, se nos permite ser violentamente provincianos (y xenófobos con respecto a los inmigrantes latinoamericanos y de bajos recursos) o universales (y cholulos de familias reales europeas, particularmente la holandesa). No se nos permite, eso sí, ser nacionales, es decir latinoamericanos.

En particular, ni siquiera los medios progresistas señalaron un aspecto crucial de este cambio de frente de la política mexicana: que con AMLO el país de Juárez, Villa, Zapata y Cárdenas vuelca su mirada hacia el Sur al mismo tiempo que rechaza, de un modo aplastante, el neoliberalismo impuesto desde ese Norte con el que, para su desgracia, los mexicanos comparten una trágica medianera.

Uno de los rasgos definitorios del período neoliberal de la historia mexicana, que hoy intenta dejar atrás el nuevo mandatario, fue que dio la espalda a América Latina, y muy en especial a los gobiernos nacionales, populares, democráticos y revolucionarios.

Dentro de los estrechos límites que les dejaba una tradición diplomática heredera de la Revolución de 1910, los gobiernos neoliberales de México se las arreglaron muy bien para aislar de sus hermanos del Sur al único país de América Latina que se había negado a sumarse al criminal bloqueo yanqui contra Cuba de julio de 1960.

La pieza central de ese giro fue el tratado de libre comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA por su sigla en inglés), que facilitaba la desnacionalización de las riquezas mineras e hidrocarburíferas del país, y lo forzó a migrar (internamente y hacia los Estados Unidos) mientras al Sur de la frontera y hasta las inmediaciones del Distrito Federal mismo se instalaban plantas de trabajo mexicano semiesclavo y barato para las empresas imperialistas, las conocidas "maquilas". Al Sur, ni siquiera maquila hubo. Su población se integró a la ola migratoria que atravesaba su territorio desde Honduras, El Salvador o Guatemala, y recaló en las grandes ciudades del Norte del país o trató de infiltrarse a Estados Unidos.

Para el México neoliberal, América del Sur había dejado de existir a todos los fines prácticos. Hizo más ese México por la Nueva Orléans azotada por el huracán Katrina que por el Haití destruido por un devastador terremoto. Ahora, las cosas se han dado vuelta.

Es cierto que los Estados Unidos dio una mano desde que Donald Trump decidió romper con las políticas de liberalización desindustrializadora lanzadas a partir de 1990 para forzar la mano hacia la reindustrialización en una gran apuesta a competir con la China por el comercio mundial. Ese giro, aún en marcha, presiona a las grandes corporaciones a terminar con la maquila.

México, ante esa disyuntiva, se ve forzado a mirar hacia el Sur. Pero no se trata solamente de eso. López Obrador pretende recontactar a México con sus mejores tradiciones. Y así como en 1960 Chapultepec se atrevió a desafiar a Washington en el tema cubano, invitó especialmente al hostigado y satanizado presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, a la ceremonia de toma de posesión de su cargo. Ya de ese modo anunció que México vuelve su mirada al Sur y no solo eso: la vuelve, especialmente, al Sur "populista" demonizado por el imperialismo.

En ese sentido, desde Patria y Pueblo señalamos que López Obrador no solo repara la política servil del régimen de Mauricio Macri y su comparsa, sino también, todo hay que decirlo, esa enorme pifiada del progresismo argentino (e incluso de parte del peronismo) que significó eludir el apoyo a Maduro contra la agresión estadounidense, que es cotidiana y permanente.

"Acepto el reto. No tengo derecho a fracasar", declaró en cambio López Obrador, pensando quizás en los más de 150.000 muertos y al menos 37.000 desaparecidos que le dejaron, entre muchos otros duros componentes de "pesada herencia", los neoliberales de su país.

La suya no es una partida sencilla. Pero cuenta con toda nuestra esperanza y apoyo.

Quien quiera ver, que vea.

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