Marcos Peña Braun: el
Estado como administrador de los negocios de la oligarquía
Si, en base al
análisis concreto de la experiencia europea de mediados del siglo XIX, el
Estado moderno fue correctamente caracterizado por la teoría marxista como una junta
que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa, tal
definición se vuelve menos contundente cuando se trata de analizar los procesos
políticos en un país semi-colonial.
En efecto, desde que
el capitalismo se consolidó como el modo de producción y de organización social
dominante a escala planetaria, el mundo se estructuró a partir de una tensión
irresoluble entre países imperialistas y expoliados. En estos últimos, el
Estado se convirtió en uno de los principales objetivos en torno a los cuales
se articuló la lucha de clases.
Lejos de ser ese
órgano necesariamente opresor y garante del dominio capitalista a cualquier
precio, el siglo XX fue testigo de innumerables movimientos populares que en el
llamado “Tercer mundo” sustentaron y condujeron desde administración estatal
procesos de liberación nacional y redención social.
En América latina, el
Estado fue así muchas veces el articulador de amplios movimientos que, con
mayor o menor fortuna, disputaron contra las clases efectivamente dominantes.
En nuestro continente estas últimas distaban de ser las burguesías industriales
europeas. Se trataba en cambio de oligarquías monoproductoras, rentistas,
parasitarias, abocadas a sacar del circuito económico la riqueza que de él obtenían
y ajenas a las nociones de inversión y reinversión características del accionar
burgués clásico.
Así, ante el
raquítico desarrollo de las burguesías locales -sumado a la incapacidad de
éstas de encabezar un proceso tendiente a consolidar la autonomía nacional
debido a sus recurrentes sumisiones al imperialismo- fueron los Estados quienes
debieron ponerse al frente de generar un proceso de acumulación que permitiera
sostener el bienestar de nuestros pueblos. El Ejército –otro actor considerado
irremediablemente reaccionario por las izquierdas cosmopolitas- cumplió muchas
veces un rol central en ese camino.
El peronismo en la
Argentina, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en Bolivia, el
gobierno de Getulio Vargas en Brasil, el del General Juan Velasco Alvarado en
el Perú, la Revolución Mexicana, la Revolución Cubana y el chavismo en
Venezuela son quizá los ejemplos más paradigmáticos de este fenómeno.
Para las clases
dominantes latinoamericanas, entonces, el Estado representa una permanente
amenaza, ya que alberga siempre la posibilidad de ser recuperado por una
alianza popular que lo ponga en contra de los intereses del privilegio y el
saqueo. De ahí la necesidad que la oligarquía y sus socios tienen de quebrarlo
cada vez que llegan a su administración, principalmente por la vía de las
privatizaciones y el endeudamiento.
El macrismo es un
episodio más en esta larga tradición de las derechas liberales de encadenar al
Estado y ponerlo al servicio de los intereses oligárquicos.
Para tal fin,
difícilmente hubiesen podido encontrar un jefe de Gabinete de ministros más
adecuado que Marcos Peña Braun. Descendiente de una familia que supo amasar su
fortuna precisamente a partir de sus buenos vínculos con el poder político,
Peña es la perfecta representación de esa clase social para la que el Estado no
es más que un instrumento para facilitar sus negocios.
Desde que asumió su
cargo el 10 de diciembre de 2015. Peña Braun ha dado algunas definiciones
significativas:
-“Tenemos costumbres
de país rico”, justificando así la transferencia de ingresos hacia las empresas
energéticas a través de los tarifazos de agua, luz y gas.
-"Las paritarias
deben hacerse con los empleadores directos que son las provincias”, legitimando
el desguace del Estado nacional en tanto que compensador de las asimetrías
económicas y regionales que atraviesa el país.
-“El hecho de que nos
financien a cien años es una confirmación de que el mundo confía en que vamos a
cumplir con las metas fiscales propuestas”, blanqueando que el endeudamiento
tiene como contracara necesaria la exigencia de un brutal ajuste.
-"Si sale tal
como sale, va a ir a un veto, eso está claro", en relación a la denominada
“Ley antidespidos”, que proponía una serie de medidas favorables al trabajador
en caso de ser cesanteado.
Estas son solo
algunas de las opiniones de Peña Braun, pero entendemos que son representativas
de su ideario: es necesario bajar el nivel de vida del pueblo argentino, las
provincias pobres deberán sobrevivir sin la ayuda del Estado nacional -lo que implica
de hecho una reactualización de la dictadura de Buenos Aires sobre el interior
que originó las guerras civiles del siglo XIX-, el endeudamiento tiene por fin
agilizar la fuga de divisas de los grupos económicos dominantes y quebrar al
Estado a través de un ajuste, y el gobierno será un garante de la explotación
del capital sobre los trabajadores.
Se trata, ni más ni
menos, que del histórico programa del mitrismo, adecuado a las condiciones de
nuestro siglo.
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