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#LASEMANALDEPYP • Brasil y la Unidad Latinoamericana: Una utopía?


Por Laura Gastaldi

El dilema latinoamericano es ser una nación o no ser nada. Ser un Estado continental capaz de auto abastecerse y manejar sus asuntos con independencia.  Esa fue la idea original de los libertadores del siglo XIX. Hoy sigue siendo la dicotomía de la Nación latinoamericana que planteaba Abelardo Ramos, tomando como base las ideas de Manuel Ugarte y la generación del 1900. Un proyecto nacional a gran escala o un proyecto subordinado a los intereses enanos de unas burguesías compradoras que sólo se imaginan a sí mismas en una relación parasitaria con el imperialismo. 

Cuando Marx teoriza sobre la conformación de los Estados Nacionales, expone acertadamente que ésta tarea debe ser llevada a cabo por las burguesías nacientes como fuerza centrípeta. Efectivamente, las naciones en Europa se forjaron alrededor de sus industrias, que funcionaron como tracción sobre el resto de los territorios feudales y atrasados. En cambio entre nosotros, el problema nacional se presenta en otros términos. No son las fuerzas productivas las que conducen a la unidad latinoamericana, si no lo contrario. La unidad es para nosotros el prerrequisito hacia un mayor crecimiento del aparato productivo. No existe en Latinoamérica ningún país –ni siquiera Brasil- con el peso económico y político suficiente para realizar la unidad continental por  una vía coercitiva. Porque a diferencia de Europa, nosotros debemos forjar nuestra Nación con el imperialismo ahogando todos los impulsos.

Desde nuestros orígenes, la fragmentación latinoamericana reconoce como principal causa la atracción de los grandes centros de poder mundial, que a la hora de la independencia construyeron a nuestras sociedades de espaldas al continente y volcadas al exterior, con sus principales metrópolis cómo Bs As y Montevideo mirando a Europa. Brasil escapó hasta cierto punto a esa regla, siendo sede y asiento de los reyes de Portugal hasta finales del siglo XIX. Pero de cualquier manera, su vinculación con Europa y en particular con el Imperio Británico durante el siglo XIX y con EEUU durante el siglo XX, fue muy fuerte.

El imperialismo estructuralmente integrado en nuestras realidades, se presenta a través del control de los mercados internos de nuestros países por grandes empresas extranjeras radicadas localmente. De visión cortoplacista, no tienen otro horizonte que el de la maximización de sus beneficios. Por lo cual, la mayor parte de ellas no verían con desagrado una unidad latinoamericana que las provea de un gigantesco mercado cerrado para sus negocios de todo tipo. Pero el Departamento de Estado y el Pentágono, no aceptaran nunca de buen grado que su “patio trasero” se organice como una gran Nación unificada e independiente. Su visión más general de los intereses globales del imperialismo y una perspectiva a largo plazo, le permiten advertir la amenaza que un Estado de tal envergadura implica para su supervivencia como potencia mundial depredadora. De allí que la lucha por la unidad continental no tiene sentido sin la lucha antiimperialista. 

Basta mirar el mapa para comprender los lazos que unen a los países de América del Sur. Se ofrece como un área privilegiada para configurar un bloque regional. Tiene los recursos necesarios para ser autosuficiente, la inmensa mayoría de sus habitantes comparte la misma religión y una lengua común y (si se entiende al Portugués como idioma ibérico). Además la región está situada por fuera de los grandes intercambios de fuego que podrían producirse entre las potencias en caso de un conflicto a gran escala.  

Methol Ferre, el gran geopolítico uruguayo que teorizó sobre ésta problemática, advierte que ́los esquemas regionalistas como el Mercosur sólo alcanzarían su madurez si saben cuajar en Estados Continentales. Estado continental cuyos ejes de sean la integración energética, científico tecnológica, monetaria, financiera, militar, en infraestructura y sustentada en criterios de solidaridad.

En el ciclo de gobiernos progresistas, asistimos a un importantísimo avance en el camino de la integración. Fue el gran Hugo Chavez quién logró que Venezuela dejase de mirar al norte y se incline hacia Latinoamérica. Arrastrando tras de sí a los demás gobiernos del período. Sus proyectos de integración fueron amplios y con sentido bolivariano: monetaria y financiera con el Banco del Sur, energética con Petrosur (y Petrocaribe), la construcción del gasoducto transamazónico, que uniría Argentina con Venezuela pasando por Brasil. Militar con la conformación de alianzas estratégicas para protección del anillo del Amazonas y la proyección hacia la Antártida. Sin embargo, varios de los intentos quedaron inconclusos por los propios límites de estos gobiernos y su imposibilidad de enfrentar a las clases dominantes. Así, el proyecto del gasoducto del sur, queda trunco por impedimento de la burguesía paulista, deseosa de convertirse en una potencia exportadora de petróleo. Por otro lado el Mercosur, fundamental para nuestro crecimiento en la última década, resultó en un bloque de intercambio comercial entre Brasil y Argentina, que además de ser dos economías competitivas, dejaron al margen y casi asfixiando a Paraguay y Uruguay. No hubo un verdadero proyecto que abarque una industrialización simétrica y complementaria y de desarrollo tecnológico conjunto. Ya enfatizamos que un crecimiento industrial apuntalado por transnacionales y sin innovación tecnológica propia, solo termina convirtiendo al mercado común del sur, en un coto de caza del imperio. 

Brasil es la única potencia a nivel global de América latina que más ha adelantado el camino del desarrollo. Propulsado por su tamaño y su peso demográfico, pero también como resultado de su política exterior y por la permanencia de una visión geoestratégica en sus gobiernos a lo largo del tiempo. Se ahorró la devastación del Estado y el saqueo de la economía al que fue sometida la Argentina en especial desde 1976 en adelante. Incluso en los gobiernos militares que controlaron a ese país desde 1964 a 1985, se mantuvo una fuerte continuidad en lo atinente a la defensa nacional, con un importantísimo desarrollo industrial e industrial militar, lo que lo convierte en una potencia. Posee fabricación propia de armas, de aviones y el proyecto de desarrollo de 3 submarinos nucleares con tecnología francesa. 

Brasil no puede ignorar este dato y con seguridad el Estado Mayor de sus fuerzas armadas y sus políticos más ilustrados, están muy conscientes de la gravitación global de su país, que además de protección hacia toda América del sur tiene una gran salida al Atlántico y hacia África. Esto plantea para Brasil “una crisis de opción”, como definió el general Golbery do Couto e Silva (estratega durante la dictadura). Puede hacer valer esas cualidades para ayudar a sus vecinos, construyéndose solidariamente con ellos, o puede convertirse en una suerte de imperialismo bandeirante, ejerciendo un patronazgo hacia América latina.

En este sentido: ¿qué hará realmente Bolsonaro? Según un informe de Gabriel Merino de la UNLP (Universidad Nacional de la Plata), en 2017, luego de más de 6 años de negociaciones, el Ministerio de Defensa de Brasil y el Pentágono, firmaron el Acuerdo Maestro para el Intercambio de Información en el área de investigación y desarrollo en defensa.  La reivindicación de la dictadura de 1964-1985 que profesa Bolsonaro, su vicepresidente, y el posible nombramiento de militares en cargos de gobierno, pareciera ratificar ese acuerdo y recuperar la estrategia “subimperialista” que se dio con el golpe de 1964. En plena guerra fría, consistió en convertir a Brasil en su aliado estratégico en el cono sur a cambio de relativa autonomía en defensa y continuidad de política industrial nacional militar.

Sumado a esto, el programa anunciado por el nuevo gobierno parece ser el intento de una apertura económica indiscriminada y hasta la posible privatización de sus recursos estratégicos. ¿Qué tan probable será este desguace en un país como Brasil? Nos permitimos especular sobre las fuerzas en pugna que impedirán que el saqueo sea llevado adelante con total libertad. 

Empezando por las FFAA y la cancillería, que conservan amplios sectores opuestos a la entrega de los recursos. También por la contradicción entre la nueva ofensiva de EEUU para preservar la hegemonía sobre su patio trasero: la reactualización de la doctrina Monroe con sus nuevas estrategias de guerra judicial y seguridad nacional a través del enemigo “narcotráfico” y la dependencia del comercio con China y las crecientes inversiones del gigante asiático en Brasil. 

En esta nueva guerra fría geoeconómica a la que estamos asistiendo, Brasil es uno de los puntos más álgidos de la codicia. China, su mayor socio comercial, recibe el 30 % de sus exportaciones (el 80 % de la soja carioca). Ante las declaraciones explosivas de Bolsonaro, (que ahora se parece a un electoralista improvisado), de adherir a la política internacional norteamericana, la reacción de Pekín no demoró. El diario China Daily, vehículo casi oficial del gobierno para enviar señales al exterior, advirtió: “El costo económico puede ser duro para Brasil, que acaba de salir de una larga recesión. Esperamos que Bolsonaro mire de manera racional las relaciones basada en la complementariedad de nuestras economías.” China es paciente y no tiene intenciones de conflicto militar, pero ante semejante desplante de su socio menor en el BRCIS, no tardara en hacer tronar el escarmiento.

Y por último, hay que pensar en el papel que cumplirán las fuerzas políticas opositoras y las posibilidades de reconstrucción de un movimiento de liberación nacional en nuestro vecino país. Las condiciones al interior del pueblo brasileño son favorables para que esto suceda.

El PT hoy se encuentra en un estado de crisis agónica. Arrastra la ofensiva sufrida con la operación del Lava jato, el golpe destituyente a Dilma y la cárcel de Lula. Pero principalmente las propias impericias. Sin la proscripción, Lula hubiese sido electo presidente, pero su accionar desde la cárcel impidió una alianza con Ciro Gómez del PDM. Ciro como candidato aglutinante, tenía la ventaja de los votos propios y de poder sumar los que por rechazo al PT terminaron en Bolsonaro, desorientados, creyendo ver en éste una alternativa nacional.

Hoy se abre la incógnita sobre la reconstrucción de un movimiento nacional en Brasil, con el partido trabhalista como motor. El PMD es un partido postergado desde la recuperación de la democracia en 1985. En aquel momento su representante Leonel Brizola, pierde la posibilidad de que el varguismo recupere la presidencia. A través de una maniobra orquestada por la misma dictadura y articulada por el recién nacido PT. Desde aquel entonces quedó confinado a ser una pequeña minoría. Recién en esta instancia, de crisis de los partidos mayoritarios, resurge la tradición trabhalista de un movimiento de orientación nacional democrático.

Entre los factores que complican la concreción de una identidad propia y la liberación definitiva de nuestra patria grande latinoamericana, está la indefinición en sus dirigentes respecto a la naturaleza de nuestros conflictos internos. La falta de claridad para definir y atacar al único enemigo del pueblo latinoamericano: el imperialismo y las clases dominantes locales. Que ésta nueva encrucijada trágica sirva para entenderlo y re direccionarlo, dependerá en gran medida, de que surjan nuevas fuerzas capaces de llevar adelante la tarea.

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