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#LaSemanalDePyP • MACRI RIEGA CON ODIO Y DISCORDIA LA MISERIA QUE SIEMBRA



Por Nestor Gorojovsky

Todavía no hay un solo acontecimiento de la vida argentina que no esté marcado por la violencia desatada en nuestro país durante el año funesto que transcurrió entre el bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 y los fusilamientos de los rebeldes constitucionalistas del 9 de junio de 1956.

1955: la profecía de la violencia
Los civiles y militares que, fuera de la ley, llevaron a cabo ambos actos de extrema violencia física, política e institucional creyeron estar protagonizando una "Revolución Libertadora". Cada cual, desde Vittorio Codovilla hasta Federico Pinedo,  brindó una justificación.

La que prevaleció fue la de un marino a los sindicalistas: la de que ese movimiento restablecería "de una vez y para siempre" el orden social y garantizaría que en la Argentina "el hijo de un barrendero nunca sea otra cosa que un barrendero".

En lo institucional, la violencia llegó al colmo de derogar por decreto no ya leyes (como hizo el actual gobierno), sino la Constitución vigente. La pieza jurídica de marras, dado el carácter del régimen, no puede por lo demás considerarse menos que un grosero bando militar.

Ojalá la violencia hubiera sido solo institucional. Hubo muertos y enfrentamientos (muchos de ellos, como la Batalla de Ensenada, rescatados del olvido por los investigadores del Museo de la Memoria de la ex ESMA bajo el gobierno kirchnerista).

Las víctimas de esa voluntad de "orden" petrificado, el conjunto de las clases populares, denominaron "Fusiladora" a esa "Revolución". Pero además, nunca dejaron de considerarla un ataque a la soberanía nacional perpetrado por ciudadanos argentinos orientado a restituir aquello que en su momento don Arturo Jauretche denominó el "estatuto legal del coloniaje".

A los defensores periodísticos y culturales de ese movimiento, que asumían orgullosos y sin beneficio de inventario ambas masacres y todas las violencias institucionales conexas, también Jauretche los bautizó con gran justeza. 

Los llamó "profetas del odio".

Amor por el crimen
Vaya si acertó Jauretche al señalar que la prédica abominable que inundó el país a partir del momento en que esos Catones tomaron el poder, el 16 de setiembre de 1955, sería profética: nunca terminó su influencia, al punto que tenemos ejemplos de todo tipo en el gobierno de Cambiemos, que permiten definirlo como el descendiente directo del ala más puramente antisocial de esas jornadas infaustas.

Cambiemos, irradiado por la mortal lluvia de meteoritos radiactivos que emite su núcleo flamígero, el Pro, transpira violencia por todos los poros. Inclusive, y especialmente, cuando lleva la máscara hipócrita de la supuesta convivencia.

El mejor ejemplo nos lo brinda, justamente por la futilidad pueril de su personalidad y sus ideas, el actual secretario (ex ministro) de cultura, Pablo Avelluto. 

Antes de desembarcar en un área del Estado desde la cual debería haber defendido, entre otros intereses, el de los editores argentinos y no -como lo hace- el de los oligopolios extranjeros para los cuales trabajó, Avelluto aseguró en mensajes a la red Twitter que la Libertadora/Fusiladora era "su revolución preferida".

Apenas supo que el odio de sus preferencias, el que había sido profetizado medio siglo atrás, había logrado encaramarse en la Casa Rosada en la persona de Mauricio Macri, Avelluto se apresuró a borrar los mensajes. Pero quedaron las capturas de pantalla para estamparlo para siempre, a él y a todo el régimen que integra, en la historia que alguna vez se escribirá de la infamia antiargentina de la oligarquía, del imperialismo, y sus defensores.

Avelluto y todos los integrantes del régimen, sin exceptuar a uno solo, solo lamentan que la Libertadora/Fusiladora, por su carácter militar, haya obligado al peronismo a refugiarse de la persecución. 

Si la oposición a Perón se hubiera reservado para vencerlo electoralmente en 1958, suponen, el desmontaje del país industrial habría procedido sin resistencias.

Es decir: si en vez de Aramburu nos hubiera gobernado Mauricio Macri, y en vez de Rojas hubiera estado Marcos Peña Braun como segundo, la Argentina habría sido un país a la medida de sus sueños. 

La cultura del odio y la nostalgia de la muerte
Pero no. La destrucción de un país industrial para convertirlo en una semicolonia primarizada, agroexportadora, integrada plenamente como lacayo al sistema mundial dominado por el gran capital financiero metropolitano es un sueño caro. Cuesta mucha sangre.

Por eso Cambiemos tiende (y se frena cada vez menos) a reivindicar a los genocidas de 1976.

Por eso Macri tiene simpatía por los espías que violan la intimidad de cualquier ciudadano, los funcionarios que decretan prisiones injustificadas y alevosas de opositores notables, los policías que matan por la espalda, la administración de justicia cómplice, aterrorizada o adicta cuya máxima expresión es el hombre de la pistola Glock, el juez Bonadio. 

Por eso a medida que profundiza el plan de destrucción nacional que vino a implementar desde el primer día satisface y exacerba los peores instintos de su base popular, tratando de "mafiosos" y "ladrones" a todos los que huelan a Argentina industrial y autocentrada (o sea, en la media lengua presidencial, farfullante, mediopelesca y alucinada, a los "kirchneristas").

Por eso Patricia Bullrich, ese peligroso Rambo de utilería que gusta mostrarse con aspecto de resuelta jefa de tropas de ocupación, colma la medida de la influencia de ese odio y del gusto por la violencia que en 1955 se desplegó en la Argentina por primera vez desde nuestras guerras civiles. 

Cambio y fusilación
La Alianza Cambiemos representa la versión contemporánea de esa ciega revuelta de las clases arcaicas de la Argentina agroexportadora contra el esfuerzo de industrialización conciente iniciado desde el gobierno nacional por el General Juan Perón, tras haber sido robustecido políticamente por las elecciones del 24 de febrero de 1946.

Luego vino la apuesta a poner al servicio del imperialismo y de la oligarquía la "pesada herencia" que los fusiladores de la libertad no pudieron suprimir por completo.

Agreguemos, porque ayuda a mantener la cordura y revela el sentido político y social de la supuesta sicosis presidencial, que cuando Macri y sus secuaces dicen "mundo" dicen "imperialismo", y cuando dicen "Argentina", dicen "oligarquía".

Arquetipo del medio pelo, del arribista al que el verdadero oligarca mira con asco mal contenido, Macri se refiere a la oligarquía cada vez que dice "nosotros": "nosotros, los oligarcas", afirma. Pero la realidad, y en el fondo lo sabe, es otra. 

Macri ocupa en la Argentina el lugar que en Medio Oriente ocupa el sicario wahabita que, sentado sobre un barril de petróleo, practica la esclavitud en su país mientras le dice al gran burgués estadounidense "nosotros, los defensores de la libertad".

La violencia es la marca en el orillo del Pro.

Un país de Bolsonaros
La discordia, la violencia, la agresividad creciente, la indiferencia criminal por la vida humana que lanza Cambiemos día tras día sobre la sociedad están lejos de ser un asunto menor.

Porque son la expresión, en las relaciones cotidianas de los argentinos, del peso cada vez más intolerable del monopolio extorsivo que ejercen el bloque agroexportador y financiero, junto a la gran burguesía creada por el primer gobierno peronista pero ya irremediablemente transnacionalizada.

Paso a paso, a partir de 1955, este bloque se mantuvo firme en su decisión de hacer volver a la Argentina a las condiciones en las que fijó su mirada ideológica para siempre: el "país ideal" del Centenario.

Ahora que llegó por vía electoral al poder, cree que ganó el derecho a perpetrar sin oposiciones la demolición del desarrollo industrial, la única base material de la concordia en un país de 45 millones de habitantes de los cuales el 75% vive en grandes zonas urbanas.

El precio es la demolición final de lo que tiene de civilizado la vida argentina. Un país de Bolsonaros es el resultado de esta operación cruel y miserable a la que tenemos que poner fin.

La perpetuación en el poder de las clases dominantes impuestas en la derrota de Pavón, siglo y medio atrás, ya se hizo completamente incompatible con la paz y tranquilidad en la vida social de nueve de cada diez compatriotas.

La concordia, un arma de combate
Cuando los sembradores de miseria derraman odio entre sus seguidores y profundizan la discordia entre los argentinos sin la más mínima consideración, es obligación combatir por la concordia.

Porque la concordia implica la eliminación de la fuente de la discordia.

Y en la Argentina, hoy como en 1955, la discordia no brota del cielo. Brota del suelo.

Es momento de garantizar la concordia: la unidad tiene que tener un programa, que es el de cortar de raíz este nuevo intento de coronar la faena miserable de la Fusiladora/Libertadora. Los hijos y nietos de los barrenderos no solo tenemos el deber de unirnos para terminar con el gobierno del Pro.

Tenemos que hacerlo de tal manera que al día siguiente de que nuestros representantes lleguen al poder desenmascaremos a los agentes de la violencia y la discordia, y los acusemos de lo que realmente son: terroristas políticos, financieros, económicos, sociales e ideológicos. 

Con los terroristas, lo dicen todos en todo el mundo, no se negocia. Se los neutraliza, para vivir en concordia, que es el motor de la aspiración más revulsiva del statu quo que podemos imaginar hoy los argentinos.

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