Por Nestor Gorjovsky
Mientras el movimiento nacional parece ir encontrando lentamente su cauce, el descrédito creciente de la ruin alianza oligárquico-imperialista cercena sus probabilidades electorales en 2019.
Mientras tanto, el régimen urge a su cuadrilla de demolición poner más empeño y coherencia en la tarea de destrucción del país.
Y obtiene resultados. No solo prácticos, contantes y sonantes, sino también ideológicos y culturales. El régimen ha tenido éxito notable en su intento de emponzoñar el clima espiritual del país, para rebajarlo a su propio y paupérrimo nivel.
Siempre, desde el 4 de junio de 1943, y salvo lapsos excepcionales, sucedió lo mismo: el movimiento nacional encuentra una rendija en la roca impenetrable de la semicolonia, se planta en ella, se fortalece, agranda la fisura, crea espacios de crecimiento, promueve la dignidad personal y nacional de los argentinos, amplía derechos, hace respetar el interés del país en los foros internacionales, nos hace sentir completamente orgullosos de ser como somos...
Dicotomías sarmientinas al margen, el pueblo argentino, cuando logra desplegar sus capacidades y combate al sistema semicolonial y agroexportador, incorpora al país entero a la civilización moderna.
Y, de pronto, casi como un rayo en cielo sereno, el bloque antinacional se encarama en el poder y destruye todo lo construido... ¡en nombre de la civilización!
No solo eso: además, construye nuevas hegemonías; cada vez más degradadas, cada vez más brutales y cada vez más violentas, pero siempre gana terreno. Y vuelta a empezar, ahora desde algo más abajo que la anterior cumbre alcanzada.
Hace casi exactamente un año, Alejandro Grimson tenía que escribir en relación al "repentino" hallazgo del cuerpo sin vida de Santiago Maldonado: "Hay un cambio profundo en la sociedad ... Cambiamos: era inimaginable que alguien tratara de culpabilizar a Mariano Ferreyra o a Julio López. Al menos en público. Ya no es así"
Es indistinto el mecanismo por el cual llegan al poder los vendepatria: ningún golpe militar prospera sin haber construido previamente una base de apoyo que les brinde el aire necesario para obturar una salida patriótica, democrática y de masas.
Siempre hay "consenso" en la necesidad de la interrupción de la vida constitucional. El golpe de estado siempre se pudo ver en la preparación mediática de la opinión pública. La excepcionalidad del acceso de Mauricio Macri al poder no es tanta como parece.
La cuestión nos parece más urgente que nunca esta semana, en la cual se hacen cada vez más claras las señales de que el movimiento obrero logró con su ejemplo señalar por dónde se debe enfrentar a Macri y sus secuaces: la unidad del movimiento nacional, de la cual el primer paso es la unidad del peronismo.
Y es urgente. Por supuesto que habrá que encontrar consensos y compromisos; nos obligará a ello una coyuntura extremadamente compleja, y el hecho de que el abanico social (e ideológico por lo tanto) que tendrá que reestructurarse perdió demasiado tiempo desde la derrota de 2015.
Quienes tomen el relevo del desastre iniciado el 10 de diciembre de 2015 tienen sobre sus hombros el mandato de poner punto final, definitivo, a este ir y venir permanente en el cual se encuentran desde hace décadas las masas argentinas.
Quien sea capaz de ordenar la diversidad en torno a ejes clave durante la marcha misma será reverenciado como un nuevo padre o una nueva madre de la Patria por todo el país.
Esos ejes no pueden omitir la sustitución del sistema oligárquico por otro, autocentrado, y la represión implacable de cualquier intento de retroceder en ese rumbo.
Con la caída del gobierno de Macri, tiene que terminar la macabra montaña rusa en que viene desplazándose la nación argentina desde que, a partir del gobierno del general Juan Perón, empezó a buscar el camino del desarrollo autocentrado y la defensa nacional omnicomprensiva.
Ya ha sido demasiado el sufrimiento.
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