Editorial por Néstor Gorojovsky
Unidos nos ponemos de pie. Dispersos, nos derrotan
Unidos nos ponemos de pie. Dispersos, nos derrotan
Desde hace dos
años los argentinos vivimos una vengativa, desaforada, cruel, despiadada y
pesadillesca restauración de las mismas fuerzas que engendraron la sangrienta contrarrevolución
de 1955, promovieron el régimen de terrorismo de Estado en 1976, y luego nos
llevaron a la catástrofe de 2001 a través de la traición (ésa sí, traición
mayúscula) de Carlos Menem en 1989.
Es cierto que los
miembros del actual régimen se presentan como algo “nuevo”, sin “pasado”. Cruda
hipocresía: no se animan, al menos por ahora, a reconocerse como lo que son. “Cambiemos juntos” significa, en
realidad “Cambien ustedes”. Ellos,
las clases dominantes y el imperialismo, piensan seguir siendo fugadores de riqueza
y explotadores despiadados que desangran al país.
Tratan de
lavarle la cabeza a una nación entera. No piden “mirar al futuro” porque
propongan alguna novedad, sino para esconder su prontuario. Mientras demuelen
toda inversión productiva orientada a fortalecer nuestra independencia
económica pretenden forzarnos a dar por bueno el saqueo y la fuga de riqueza.
La economía se
derrumba, la indigencia crece, las estructuras del Estado se desguazan, la
bicicleta financiera corre desbocada cuesta abajo, la deuda externa en moneda
extranjera trepa al espacio como si la hubiéramos montado en el Tronador II, la
soberanía nacional se enloda, “entramos al mundo” para mendigar favores y pedir
disculpas por habernos atrevido a creer que podíamos tratar de igual a igual
con cualquier país extranjero.
Caen los
derechos ciudadanos, la protección legal de los trabajadores, las garantías
constitucionales, la independencia del poder judicial, el coraje del
Legislativo. Los antiguos coimeros adoptan pose de fiscales de la República
pero bajan costos: se apoderan del Estado y ya no rinden cuentas (ni pagan
comisiones) a nadie. Crece astronómicamente la corrupción estructural, porque
los corruptores ahora atienden ambos lados del mostrador. Un soez sistema de
medios en el que el Pro despliega su pulsión totalitaria insulta al movimiento
obrero y relata graves violaciones de las reglas más elementales de la
convivencia política como si fuera normal.
Y, si nada de
eso alcanza para convencernos de que al votar mayoritariamente a Mauricio Macri
los argentinos hemos cometido un error mayúsculo, miremos el indicador por
excelencia de la progresividad o regresividad de un régimen: la tasa de
mortalidad infantil. Tal como ocurrió en la ciudad de Buenos Aires desde que el
macrismo la domina, desde 2016 en la provincia de Buenos Aires no para de
subir. Un Herodes insaciable domina,
literalmente, el horizonte de las futuras generaciones.
La cultura
languidece en un desconcierto horrorizado. Desde las máximas alturas del poder
se viene imponiendo un “clima de época” racista, irracional, violento, regresivo
y policíaco. Vemos cómo se van ahogando cínicamente todas las voces críticas en
los medios de comunicación, y los servicios de espionaje se convierten en la
sombra negra de la vida cotidiana de toda la población.
Mírese también
el ataque insultante al movimiento obrero, y el calificativo de “mafia”
dirigido por el presidente de la Nación a cualquiera que ose frenar sus ímpetus
destructivos. Macri quiere eliminar de nuestra vida todo lo que hemos
construido los argentinos en defensa propia desde que, a manos del radicalismo
de Yrigoyen, sacamos del poder a la misma lacra que él representa hoy. Eso de
“Régimen falaz y descreído” cobra una nueva dimensión.
Corónase esta
síntesis con atropellos a la Constitución (incluso a una constitución deforme y
subsidiaria de las fuerzas que hoy gobiernan, como la de 1994), con la
desaparición en manos de fuerzas de seguridad del ciudadano argentino Santiago
Maldonado, y con la prisión sin causa judicial de Milagro Sala (y sus
compañeros) a manos de los capataces de Blaquier, el radical Morales y sus
socios, todo hay que decirlo, del Frente Renovador local. (El FR, digámoslo de
paso, también cogobierna, entre otros lugares, en la Provincia de Buenos Aires).
Todo esto, el
macrismo nos dice que es el resultado del “gradualismo” benévolo con que aplica
sus recetas. Y ya todo el país sabe que el “gradualismo” se acabará cuando
pasen las legislativas de Octubre. El pueblo argentino, digámoslo con todas las
letras, vive las consecuencias de una derrota gigantesca ¿Qué hacer?
En política, y
especialmente en política electoral, para vencer a los adversarios es
suficiente congregar a los propios, sumar
a los próximos, y dispersar a los ajenos. En los últimos diez años, nadie
entendió mejor que Mauricio Macri este principio. Y nadie, para desgracia de
nuestra Patria, lo entendió peor que
el campo nacional y en especial su conducción.
No haberlo
entendido nos trajo como consecuencia un progresivo desmigajamiento de las fuerzas
motrices de la soberanía nacional, la independencia económica y la justicia
social en la República Argentina.
Resquebrajado
por diferencias internas, desangelado ideológicamente, debiéndose como se debe
un debate que le permita rearmarse desde la derrota, el movimiento nacional fue
de hecho, gracias a sus debilidades, el mejor aliado que el macrismo supo
conseguir. La cuestión del momento pasa por dejar de serlo. Es necesario pasar
a ser su más astuto adversario. Ante
todo, es hora de impedir que el Pro y su comparsa puedan arrogarse una victoria
en las legislativas de 2017.
Hace ya mucho
que hemos entrado al momento de sumar voluntades. No lo hemos logrado. Pero
tenemos que buscar voluntades que no
necesitan que les recuerden cuántos beneficios recibían de un gobierno y una
dirigencia que terminaron rechazando.
Desde el poder,
y desde el llano, gran parte de la dirigencia del campo nacional fue incapaz de
la grandeza que la hora exige. Pues bien, las
legislativas de 2017 son la gran oportunidad que tenemos para empezar a tender los
puentes para rearmar la unidad. Atravesados los comicios, habrá mucho barro
que batir para que en 2019 se pueda expulsar del poder al macrismo y sus
aliados. Pero por algún punto hay que empezar.
Ese punto es
negarle a Macri y su banda la posibilidad de arrogarse una victoria,
complicarles la vida. Ya que no se pudo organizar lo que tenía que haber sido
una victoria aplastante, al menos ahora corresponde sumar la mayor cantidad de
votos posibles detrás de los candidatos que mejor miden.
No estamos
desamparados. Tenemos ante nosotros (literalmente, en el cuarto oscuro), las
boletas electorales de Unidad Ciudadana, Unidad Porteña, y los diversos frentes
que, uno en cada distrito, agrupen a
las mayorías nacionales en contra del actual proyecto de hundimiento nacional. Romper
la dispersión es la tarea de la hora.
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