De ellas depende que podamos resistir a la oligarquía macrista, o que nos pase por encima e imponga su programa de desempleo, pérdida de derechos y miseria general en un país rico que el establishment necesita volver indigno y pobre.
Desde que
llegó al gobierno el régimen de los ricos, un régimen que todos sabemos que
consiguió la mayoría que lo puso en la Rosada con una campaña mentirosa y
fraudulenta, no cumplió una sola de las promesas que hizo (o las convirtió en
una burla, como la “reparación histórica” que los jubilados tratan de
gambetear).
Los que
vinimos avisando que el macrismo no iba a cumplir una sola de sus promesas no
estamos contentos de haber acertado en ese momento.
Al
contrario, nos apena porque millones de argentinos viven ahora con el Jesús en
la boca, atemorizados y angustiados porque no saben si el próximo desocupado
creado por el macrismo estará dentro de su familia, o no.
Ya hay
cada vez más argentinos –y cada vez más chicos y chicas- que tampoco saben si
podrán comer la próxima cena, el próximo almuerzo, el desayuno o, quizás, están
olvidando lo que es tomar la merienda.
El propio
Presidente Macri, en un gesto que busca naturalizar esta odiosa puñalada a la dignidad
humana que es la extensión del hambre, inaugura comedores, como si eso fuera un
acto virtuoso de gobierno.
El hambre
y su progresiva extensión es lo que nos tiene reservado un gobierno que solo
actúa a favor de quienes poseen campos, de los gerentes de grandes empresas
imperialistas, de los concesionarios del Estado, de los timberos de las
finanzas y el cambio, de los importadores de cosas que podemos hacer aquí.
Cada vez
que Macri habla de “la Argentina” habla de esa minúscula mafia de ricos que toman
al país y sus habitantes como mera fuente de riqueza. Cada vez que dice
“nosotros” habla de “ellos”, y de nadie más. Nunca dijo que estaba orgulloso de
ser argentino, salvo en la última exposición de la Sociedad Rural.
El verso macrista
del “todos juntos” es el de la lombriz solitaria: “Comé, comé, comé”, dice,
pero solamente para chuparse toda la vitalidad de nuestro cuerpo y dejarnos
piel y huesos, hasta que al final nos mata.
Y el
hambre no es sino el principio. El macrismo está dispuesto a llevar a la
Argentina a la década del 90, pero no de 1990, sino de 1890: un país
agroexportador con algún otro tipo de negocio de comercio exterior, y millones
de nativos pata al suelo que empujen hacia abajo los sueldos de trabajadores
que, en lo que de Macri dependa, no tendrán sindicatos (salvo uno como el de
los trabajadores rurales del gremialista Pro Venegas y sus testaferros, que
hasta a la hija de Venegas le roban la herencia).
La guerra de pobres contra pobres, mientras los más
ricos entregan el país a la rapiña extranjera. Ése es todo su programa,
compatriotas. No
importa por quién haya votado cada cual en las presidenciales. Importa que
Macri no termine de legitimarse en las legislativas.
Porque si
lo hiciera, entonces sí, envalentonado por esa victoria (o lo que presentarán
por tal) mostrará todos los horrores que nos esperan. Y no es que lo digamos
nosotros: lo dicen ellos, por todos lados, anunciando que el ajuste de verdad
viene después de las elecciones.
Nos toman
por idiotas, compatriotas. Piensan que no podemos hacerles frente. Pero se
equivocan.
El Pro,
en particular, se equivoca. Pero más se equivocan esos radicales que votaron
por Cambiemos en la creencia de que iban a ser beneficiados por la restauración
del régimen de los grandes capitalistas, todos con el rostro vuelto al
extranjero, donde tienen puesto su dinero.
Se
equivocan los peronistas que, por cualquier motivo que sea, están dispuestos a
no votar por Unidad Ciudadana en PBA o Unidad Porteña en CABA. Hoy, no estamos eligiendo legisladores. Estamos
jugándonos el futuro.
El
programa económico y social del macrismo sembrará muerte y desolación si les
dejamos desarrollarlo por completo. Hay que ponerles un freno. Empecemos por
estas legislativas.
Dejemos de lado por una vez rencores o enojos justificados.
Aplastar al gobierno en las urnas es levantar nuestra cabeza después de la
elección.
El 22 de
octubre, los candidatos del campo nacional tienen que vencer a los de Cambiemos
en todos los distritos. Solo así empezaremos a retomar el buen rumbo.
Necesitamos
construir un frente de salvación nacional, compatriotas. Estas elecciones son
el momento en que, o empezamos a hacerlo, o nos pasan por encima los jinetes
del Apocalipsis neoliberal.
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