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Salió PyP 59. Editorial. Conseguilo

Editorial por Néstor Gorojovsky
ES HORA DE RETOMAR LA INICIATIVA

La reciente reunificación de la CGT, así como la foto de confluencia entre Cristina Fernández de Kirchner y Daniel Scioli, fueron para Mauricio Macri y la casta de vendepatrias que lidera más significativos que los resultados cada vez más inquietantes de las encuestas que, frenéticamente, organizan con fondos públicos el Pro y sus títeres de la UCR (ya totalmente entregada a su papel de esquirol del Régimen que, cien años atrás, intentaba combatir Hipólito Yrigoyen).

La respuesta de Macri, el mismo día de la aún en tránsito reunificación de la CGT, fue simplemente una declaración de guerra a los trabajadores argentinos, sus intereses y su voluntad de impedir todo cercenamiento de lo que lograron a partir de la huída en helicóptero de Fernando de la Ruina, con su correspondiente rastro de 40 personas muertas.

No de otro modo pueden entenderse sus insultos de patrón de estancia explotador y perverso a los trabajadores y los “palos en la rueda” que le ponen a los empresarios cuando ejercen sus derechos o tratan de impedir que les sean arrebatados. Que el hombre es bruto, es bruto, no puede negarse. Pero en este caso, tampoco puede negarse, fue veraz.

Patria y Pueblo, el partido de los Socialistas de la Izquierda Nacional, no puede en cambio sino alegrarse por la reunificación cegetista. Seguramente quedan del Congreso algunas aristas por limar, en particular con la CFT, pero podemos confiar en que Mauricio Macri mismo se encargará de amalgamar lo que de momento parece deshilachado. Lo importante es que, dándole un ejemplo a todo el arco político, la CGT se reunifica y lo hace, sin vueltas, en contra de las políticas de Macri.

Están en juego las clases sociales que determinan el proceso productivo en la polarización entre explotadores y explotados. Toda autoafirmación de unos representa siempre una negación, al menos parcial, de los otros. Hasta ahora todo le fue relativamente sencillo al macrismo en su admirable intención de suicidarse y arrastrar al país al vacío. Aquí encontró un escollo no negociable. Con el furioso instinto de sátrapa que lo caracteriza, Macri pescó al vuelo que esta unidad obrará en su contra, y que eso no lo ocultan ni siquiera los llamados a la calma de Barrionuevo (para no hablar de la vesania con que el “Momo” Venegas se amparó en un tecnicismo jurídico para tratar de torpedear la unificación).

Muchos critican la composición del triunvirato que está a cargo de la reunificación de la CGT. Nada pueden decir de Juan Carlos Schmid, cuya trayectoria jamás vio una agachada, una traición o una artería contra ningún compañero. Sí, en cambio, se le nota una clara raíz en la Rosario proletaria y contestataria de fines de la década del 60. No la oculta y le hizo honor (hecho que lo enorgullece) cuando se sumó a la Plaza de Mayo de diciembre de 2001 que le pegó el tiro de gracia a la versión anterior de la Alianza que tantos puntos en común tiene con esto que vemos hoy en la Casa Rosada.

De los otros dos, se afirma rotundamente que “llevarán la CGT al regazo de Massa”. Habrá que ver, porque al menos uno de ellos, el más orgánicamente ligado al Menemcito de Tigre, no se midió, precisamente, al caracterizar la situación actual de la Argentina. Se trata de Héctor Daer.

Daer, el “burócrata sindical massista”, fue el primero que, desde un sitio de poder vinculado al mundo de los trabajadores dice que el movimiento nacional nunca ha superado los retrocesos impuestos por el bloque oligárquico-imperialista, al menos desde 1976.

Es un paso inmenso para el movimiento obrero: hacerse cargo de que el movimiento nacional, tal como ha venido funcionando en 60 años, fue incapaz de revertir los avances estructurales del campo de los enemigos de la patria. Porque podría afirmarse que tampoco logró, jamás, recuperar lo sustancial de lo perdido en 1955.

Y lo dice el massista Héctor Daer, en Página 12, el 21 de agosto de 2016. Si fuéramos Massa (que quiere ser el “Macri bueno”) lo empezaríamos a mirar con recelo. 

Daer dice que las políticas de Mauricio Macri van “en el mismo sentido” que las que implementó la dictadura en 1976 y luego profundizó Carlos Menem en los 90, resume Página12, y agrega: “Sostiene también que el sindicalismo unido podrá plantearle al poder político las rectificaciones que debe hacer y no descarta la convocatoria a medidas de fuerza."

Eso no es nada. Para Daer "el país va hacia un modelo exportador de materias primas e importador de bienes de consumo y de capital con un gran mercado financiero en el medio", y es ahí cuando señala que “muchas veces se avanzó en transformaciones de estas y nunca se pudo volver atrás. En el año 76 se empezó a cambiar estructuralmente el país y nunca más se volvió atrás y en los 90 se avanzó en esos cambios y tampoco se pudo volver atrás”.

El ataque del partido mediático-judicial de la entrega, por su lado, no parece haber hecho mella duradera en la imagen de los políticos del campo nacional. Un juez carente de todo sentido de las proporciones le regaló a Macri un intento de meter presa a Hebe de Bonafini que despertó una gritería mundial y le abrió los ojos a más de un inversor sobre la clase de gente que dice “gobernar” el país desde el que, escondiendo apenas sus gestos de desesperación, se lo intenta seducir para que traiga su “lluvia de dólares”, la que nunca viene.

Las insistencia del macrismo (y aquí no se trata del Pro, también de radicales, y no solo del pérfido Lopérfido) en desdibujar las cifras de desaparecidos bajo el régimen de Terrorismo de Estado tampoco hace mucho por ganarle grandes confianzas en esos mismos inversores. Al hablar de “guerra sucia”, eso lo ve el planeta entero, está dándoles una señal de que lo que desea es una “democracia mugrienta”: traspasada de operaciones, con banditas de facinerosos amedrentando a la población (allí están los amigos del intendente Arroyo, en Mar del Plata, los de Garro, en La Plata, y unos cuantos muchachos de la vieja UCEP que nunca pierden la oportunidad de mostrarse corajudos con los desamparados), y con creciente inestabilidad social debido a la profundización incremental de la miseria, el desempleo y el desamparo. Contra lo que él cree, ese escenario espanta a los de por sí remisos dueños de esos dólares con los que pretende recolonizarnos para siempre.

Las agresiones jurídicas, verdaderos mamarrachos indefendibles, contra cualquier integrante del último gobierno kirchnerista, pero especialmente contra Cristina Fernández de Kirchner, se suceden como carcajadas de ametralladora loca. Solo falta que Bonadío la cite, imputada por la muerte de la palmera en la Casa Rosada. Más allá del ruido infernal y el acre olor de la pólvora, sin embargo, el daño que hacen es pasajero. Los asesores de Macri no dejan de lamentarlo, pero Macri no deja de pedir su “escándalo semanal”, en la creencia de que de ese modo logrará enterrar el maldito “populismo” (algo para lo cual, dicho sea de paso, nadie le dio mandato cuando fue elegido presidente).

La unificación de la CGT, dentro de este aquelarre que apenas si pintamos a grandísimos trazos azarosos (y no nos metemos en la política económica para no provocar suicidios entre nuestros lectores), tiene doble importancia que en otros momentos. No tanto por lo que el macrismo hace, sino porque el campo nacional sigue sin integrarse. Y no es por esos disparos en las sombras del turbio entorno de servicios con el que a Macri siempre le gusta entreverarse. 

Dejemos de lado indemostrables –por ahora, y con estos administradores de Justicia que tenemos- cohechos a integrantes de las bancadas originales del FpV. Más graves son los casos en que los gobernadores, desesperados por la asfixia con que los amenaza el extorsionador de turno, Rogelio Frigerio (nieto), tienden a concedérselo todo al secuestrador de Olivos con tal de mantener la cabeza de sus comprovincianos un poquitito, aunque sea, por encima del agua. Pero no les servirá de nada. Nuevamente, no se los dice ningún revolucionario kirchnerista: se los dice José “Pepe” Scioli.

En una muy reciente declaración, el hermano de Daniel Scioli afirmó que “a diferencia de lo que proclama la retórica oficial, desde el primer día de gobierno el Presidente Macri puso en marcha una política inspirada en el interés de una minoría, que en vez de unir, promueve la postergación de amplios sectores populares y de regiones profundas del interior del país.”

En ese contexto, agrega “Pepe” Scioli, los gobernadores de la oposición “deberían reflexionar seriamente sobre lo que se les viene. Porque la ‘cara dialoguista y política’, representada por Frigerio, no alcanza a compensar la cadena de hechos consumados que, objetivamente, van minando las bases sobre la que se asienta el poder de negociación de la gran mayoría de las provincias ante el gobierno nacional.”

Al mismo tiempo, el fallo reciente de la Corte Suprema contra la aplicación del tarifazo, lejos de demostrar la independencia del alto tribunal marca a fuego la interdependencia de una política de expoliación desatada, como la planteada por Juan José Aranguren, el hombre de la Shell, con una ruptura del estado de Derecho (que, por lo tanto, no debería dejarse de lado como perspectiva). Y revela una grieta fundamental en el edificio macrista: para tapar el agujero que le abrieron los cortesanos, el mismo hombre que fue tan mimado por los parásitos de la Sociedad Rural pocos días atrás ahora le informa a sus grandes amigos del complejo agroexportador que no podrá reducirle las retenciones tal como les había prometido.

¿Pero acaso alguien podía pensar que la Corte hubiera fallado del modo en que lo hizo si no hubiese brotado un clamor popular generalizado en contra de la aplicación de estos aumentos insensatos (que, según Aranguren –y no miente- no serían los únicos)? No, no hubiera sido así. Unificar los malos tragos del macrismo con la reconstrucción de la CGT y una confluencia política de las grandes mayorías agredidas por los que quieren retrotraernos a 1910 habría logrado muchísimas más cosas. 

Ya hace mucho que deberíamos haberlo hecho. Cada dirigente sabrá si prefiere estar a la altura de la hora o ser superado por los argentinos en el momento de la justicia contra los traidores a la patria. El movimiento nacional está en condiciones de terminar con este régimen de oprobio. Para ello, debe tener una grandeza y una voluntad de amalgamar y sumar que muchos, aún, se niegan a asumir.


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