El aluvión de votos de las primarias y las presidenciales había levantado una muralla contra las aspiraciones del estáblishment. Los candidatos de la oposición se habían revelado incapaces de enhebrar una estrategia común que presentase una batalla digna al Frente para la Victoria. Entre gruñidos y rugidos, lo admitían hasta esos grandes medios que los habían asesorado (ayudándolos quizás al descrédito que los dejó fuera de juego).
UNA ÁRIDA Y EFÍMERA ESPERANZA ANTINACIONAL
Las declaraciones de Hugo Moyano en el estadio de Huracán hicieron las delicias de la gran prensa y la colmaron de esperanzas ¡Se abría de una buena vez la tan soñada brecha en el muro! ¡Al fin se terminaba la árida sequía del 54%! Quizás, se esperanzó el bloque antinacional, los duros planteos del líder de los camioneros podrían servir a los fines del estáblishment con mayor eficacia que esa comparsa derrotada. El ejército de ocupación espiritual no tardó un segundo en adaptarse a la novedosa situación. Comandado por“Clarín” y “La Nación” invistió al hasta entonces horripilante camionero con virtudes propias de un galán de cine.
Allá ellos. La maniobra es tan burda que no podrá crear, como pretende, una cuña insalvable entre la conducción de la CGT y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Antes bien, ayuda a mantenerlos del mismo lado. Pero si bien la crisis no tiene ese sentido, eso no implica que carezca de sentido alguno.
Las palabras de Moyano dejaron en claro que sí existen diferencias en el seno del movimiento nacional. Y esas diferencias, con ser perfectamente negociables, no dejan de plantear, objetivamente, asuntos de indiscutible importancia que hacen a la continuidad y profundización del rumbo iniciado en 2003.
RIESGOS
Después del discurso en Huracán, en vastos sectores del movimiento nacional se instaló un clima de inquieta expectativa. No sería la primera vez que una disputa interna termina preparando una derrota futura. Es fundamental que se encuentren caminos de acuerdo para impedir que esto suceda.
Esta brecha -más allá de los esfuerzos por ahondarla (que no vienen solamente desde la prensa oligárquica)- puede resultar nefasta si termina con la conducción del movimiento obrero en una vereda y el gobierno y las estructuras políticas sobre las que se apoya en otra. Esto es difícil, dadas las reiteradas definiciones del propio Hugo Moyano (y recientemente de Facundo Moyano) sobre este tema. Pero que sea difícil no significa que sea imposible.
ELECCIONES, MOVILIZACIÓN DE MASAS Y MOVIMIENTO OBRERO
La raíz del problema es la siguiente: si algo enseña la historia argentina es que las victorias electorales no alcanzan para someter a la voluntad general a las clases dominantes interesadas en profundizar la deformación, el atraso y la dependencia estructural de la Argentina. Para ellas, la derrota electoral no es más que la señal de desensillar hasta que aclare, mientras se hace una paciente labor de zapa.
Baste pensar en la “125” y el largo período preparatorio que la antecedió, durante el cual hasta el Presidente de la Sociedad Rural Argentina recorría, como cualquier militante de base, cuanta reunión agropecuaria podía servirle para destilar veneno contra el gobierno kirchnerista. Los triunfos electorales no alcanzan: hay que sostenerlos en las calles.
Y la palanca primaria para ello, sin desdeñar otras instancias, sigue siendo por ahora el movimiento obrero, más allá de todas las críticas que puedan hacérsele en relación al modo en que ejerce ese rol. Esto se hace mucho más claro aún cuando, como consecuencia de las transformaciones producidas por un proyecto industrialista, el peso social y político de la clase trabajadora se incrementa... y el bloque antinacional percibe que sus privilegios y su poder se corroen.
GOBIERNO Y SINDICATOS EN LA ARGENTINA SEMICOLONIAL
El movimiento obrero no gobierna, es cierto. El apoyo a un representante sindical no se traduce automáticamente en apoyo electoral. Pero, por lo dicho arriba, sin el movimiento obrero un gobierno nacional y popular se debilita peligrosamente frente a los enemigos de la Patria. Está en el interés del propio gobierno que ese movimiento obrero se fortalezca y tenga vida y apoyo propio, independiente de la conducción vertical del Estado.
En la actual coyuntura argentina, esto pone más de relieve que nunca la necesidad de que se fortalezca incluso contra la tentación de someterlo a la necesidad más o menos pasajera del poder político. Los reclamos de Hugo Moyano, lejos de debilitar al gobierno (como desea la reacción antinacional), deberían servir para fortalecerlo.
Mas para ello, es importante que haya un diálogo entre el gobierno y el movimiento obrero. Se suele decir que una cosa son los intereses de los trabajadores y otra los de sus dirigentes. Pero esta es una afirmación engañosa. Salvo algunos casos verdaderamente patológicos (como por ejemplo el de José Pedraza), los dirigentes de los trabajadores tienen representatividad reivindicativa real.
Esto, innegablemente, sucede con Hugo Moyano, cuya trayectoria sindical le ha ganado un gran respeto en el mundo de los trabajadores y un odio equivalente fuera de él. En ese peso propio reside, precisamente, su capacidad de apoyar al gobierno. Quítesele ese criterio independiente y se habrá quebrado una de las patas de sustentación del gobierno nacional y popular.
VIEJAS RENCILLAS Y NUEVAS DIFERENCIAS
No se puede negar que, como decía recientemente Enrique Lacolla, “hay toda una parafernalia de resquemores, resentimientos y sospechas que avivan el conflicto. El “setentismo” de muchos integrantes del actual gobierno, la incapacidad para elaborar el duelo que deriva de la terrible experiencia de esos años, una desconfianza visceral que deviene del odio hacia la “burocracia sindical” que alentaba en sectores de las formaciones armadas y la Jotapé y que tal vez no era otra cosa que el trasvasamiento inconsciente de la sorda antipatía de los hijos de clase media hacia el “negraje”, son factores que pueden estar enturbiando el panorama actual.” (“Empezando con mal pie”, artículo del 17 de diciembre de 2011).
Pero estos factores subjetivos se apoyan además en una divergencia que no por estar inscripta en los mismos objetivos generales es disimulable, y que debe atacarse frontalmente cuanto antes. La discrepancia gira en torno al sentido de la necesaria profundización del modelo implantado a partir de 2003. Es esa divergencia la que brinda a buena parte de los reclamos estrictamente sindicales del discurso de Huracán el carácter inquietante que, tomados en sí mismos, no deberían tener.
UN EJEMPLO REVELADOR
Tómese por caso el que, quizás, resulte menos comprendido por el gran público (al que se le ocultan, por lo demás, elementos de juicio fundamentales para entender la disputa). Se trata de la reforma del régimen laboral agrario. Causó sorpresa, en efecto, ver a los diputados “sindicales” negarse a apoyar esta reforma, que es por supuesto un paso adelante en relación a la legislación heredada del régimen de Martínez de Hoz y Jorge Rafael Videla. Pero esa negativa tenía un motivo, y nada menor.
Se recordará que Mariano Ferreyra fue asesinado por combatir la tercerización en la actividad ferroviaria. La respuesta del movimiento obrero fue un proyecto de ley, presentado por el entonces diputado Julio Piumato, por el cual se establecía que los trabajadores de esas seudoempresas deberían percibir el salario del convenio más alto del sector donde se desempeñasen. De este modo se hería de muerte la tercerización, y se establecía además el principio de “norma más favorable”. Ese proyecto, contra todas las expectativas de los representantes del movimiento obrero, terminó durmiendo el sueño de los justos en un cajón del Senado.
Este criterio estaba incorporado al proyecto Recalde sobre el trabajo rural, que además incorporaba a los trabajadores rurales al régimen de la Ley de Contrato de Trabajo y no existe en el proyecto oriundo del Ejecutivo que finalmente se aprobó. El proyecto oficial, en cambio, quita al sindicato el derecho a administrar una bolsa de trabajo y a ejercer el poder de policía laboral. La bolsa de trabajo, desde el Estatuto del Peón en 1944, ha sido el punto de apoyo de cualquier reivindicación de los trabajadores rurales, y el ejercicio sindical de la policía laboral, independientemente de las características de la actual conducción del sindicato UATRE,es la única garantía de verificación real del cumplimiento de las normas laborales porque el Ministerio de Trabajo no tiene (ni tendrá en el futuro previsible) un sistema de inspección laboral que pueda suplantar al del RENATRE.
NEODESARROLLISMO
Lo que está en discusión, como se ve, no es el manejo de “caja” del sindicato (por más que el proyecto oficial tenga la consecuencia implícita, y quizás la intención, de debilitar financieramente a UATRE) sino la oportunidad misma de ejercer un derecho consagrado por la propia ley que se acaba de aprobar. Y no cualquier derecho, sino el más elemental de todos los asegurados por la norma.
Análisis parecidos se podrían hacer en todos los demás reclamos (y en otros planos que ni siquiera figuraron en el discurso de Huracán). Pero creemos que basta con el ejemplo del trabajo rural porque precisamente parecería el menos “defendible”. Es que, en general, diversas medidas oficiales de los últimos tiempos tienden a hacer pensar que en previsión del inminente impacto de la creciente crisis mundial, el gobierno argentino, sin modificar su rumbo general, busca llegar a acuerdos de gobernabilidad con las diversas fracciones del capital y refuerza la apuesta a la creación de una “burguesía nacional” como mecanismo para avanzar en la profundización del modelo. La “domesticación” de un movimiento obrero demasiado rebelde parecería ser, desde el punto de vista de la dirigencia más leal y combativa, una consecuencia de esos acuerdos.
El discurso de Moyano implica que, desde el punto de vista del movimiento obrero, la profundización del proyecto nacional burgués de la década 1945-1955 no puede darse retrocediendo hacia una forma actualizada de neodesarrollismo. Planteo atinado, ya que las crecientes dificultades y el derrumbe final del desarrollo económico argentino entre 1955 y 1975 son atribuibles también a la ilusión desarrollista de que la libre empresa, la apertura del sector manufacturero a la competencia internacional y la inversión extranjera directa podían sustituir (y no complementar) el plan, el monopolio del comercio exterior y la intervención directa del Estado en la economía.
EL DILEMA: EMPRESARIADO, ESTADO Y TRABAJADORES
El problema en modo alguno se reduce a la cuestión sindical. El empresariado, especialmente su capa superior (las 500 mayores empresas argentinas son, abrumadoramente, de propiedad extranjera), no solo es poco confiable en los momentos de prueba. En los mejores instantes, como la propia Presidenta lo hizo notar repetidamente, solicita subsidios mientras envía divisas al extranjero, “forma precios” para rebañar para sí los beneficios salariales que el Gobierno ofrece a la población, y obtiene espectaculares ganancias mientras mantiene planchados los ingresos de los asalariados.
El “éxito” representado por el fortalecimiento del “buen capitalismo” de de Mendiguren es ilusorio. Frente a la noche que siempre pretenden imponer los grandes capitales que dominan la economía argentina, de Mendiguren es tan impotente como un fósforo para alumbrar el océano Atlántico. Es perfectamente comprensible, desde el punto de vista táctico, que el gobierno nacional desee tomar medidas que nos permitan afrontar bien plantados los sacudones y remezones, y que entre esas medidas se encuentren acuerdos con los sectores dominantes del empresariado. Pero, ¿alcanzará con Guillermo Moreno para asegurar su cumplimiento? No sería acaso mejor poner a ese mismo empresariado ante la perspectiva de una profundización de la incidencia del movimiento obrero para garantizar su buena conducta?
En un país cuya economía se ha extranjerizado espectacularmente después del videlato y del menemato, todas estas son cuestiones de soberanía. Los trabajadores no pueden evadir divisas. No necesitan que nadie los convenza, eduque o reforme para ello. Su patriotismo forma parte de las condiciones mismas de su existencia. Quienes operan para despegar a la Presidenta del movimiento obrero, lo sepan o no, actúan en nombre de las más peligrosas corporaciones que operan en nuestro país. Estamos ante una seria disputa dentro del movimiento nacional. Es necesario resolverla con cuidado y sin caer en provocaciones.
Caso contrario, la Argentina bien puede estar perdiendo nuevamente una oportunidad histórica de llevar a cabo su revolución nacional. El movimiento nacional se pone a prueba. De la madurez que demuestre en la discusión de estos asuntos dependerá buena parte de lo que ocurra en la Argentina de los próximos años.
UNA ÁRIDA Y EFÍMERA ESPERANZA ANTINACIONAL
Las declaraciones de Hugo Moyano en el estadio de Huracán hicieron las delicias de la gran prensa y la colmaron de esperanzas ¡Se abría de una buena vez la tan soñada brecha en el muro! ¡Al fin se terminaba la árida sequía del 54%! Quizás, se esperanzó el bloque antinacional, los duros planteos del líder de los camioneros podrían servir a los fines del estáblishment con mayor eficacia que esa comparsa derrotada. El ejército de ocupación espiritual no tardó un segundo en adaptarse a la novedosa situación. Comandado por“Clarín” y “La Nación” invistió al hasta entonces horripilante camionero con virtudes propias de un galán de cine.
Allá ellos. La maniobra es tan burda que no podrá crear, como pretende, una cuña insalvable entre la conducción de la CGT y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Antes bien, ayuda a mantenerlos del mismo lado. Pero si bien la crisis no tiene ese sentido, eso no implica que carezca de sentido alguno.
Las palabras de Moyano dejaron en claro que sí existen diferencias en el seno del movimiento nacional. Y esas diferencias, con ser perfectamente negociables, no dejan de plantear, objetivamente, asuntos de indiscutible importancia que hacen a la continuidad y profundización del rumbo iniciado en 2003.
RIESGOS
Después del discurso en Huracán, en vastos sectores del movimiento nacional se instaló un clima de inquieta expectativa. No sería la primera vez que una disputa interna termina preparando una derrota futura. Es fundamental que se encuentren caminos de acuerdo para impedir que esto suceda.
Esta brecha -más allá de los esfuerzos por ahondarla (que no vienen solamente desde la prensa oligárquica)- puede resultar nefasta si termina con la conducción del movimiento obrero en una vereda y el gobierno y las estructuras políticas sobre las que se apoya en otra. Esto es difícil, dadas las reiteradas definiciones del propio Hugo Moyano (y recientemente de Facundo Moyano) sobre este tema. Pero que sea difícil no significa que sea imposible.
ELECCIONES, MOVILIZACIÓN DE MASAS Y MOVIMIENTO OBRERO
La raíz del problema es la siguiente: si algo enseña la historia argentina es que las victorias electorales no alcanzan para someter a la voluntad general a las clases dominantes interesadas en profundizar la deformación, el atraso y la dependencia estructural de la Argentina. Para ellas, la derrota electoral no es más que la señal de desensillar hasta que aclare, mientras se hace una paciente labor de zapa.
Baste pensar en la “125” y el largo período preparatorio que la antecedió, durante el cual hasta el Presidente de la Sociedad Rural Argentina recorría, como cualquier militante de base, cuanta reunión agropecuaria podía servirle para destilar veneno contra el gobierno kirchnerista. Los triunfos electorales no alcanzan: hay que sostenerlos en las calles.
Y la palanca primaria para ello, sin desdeñar otras instancias, sigue siendo por ahora el movimiento obrero, más allá de todas las críticas que puedan hacérsele en relación al modo en que ejerce ese rol. Esto se hace mucho más claro aún cuando, como consecuencia de las transformaciones producidas por un proyecto industrialista, el peso social y político de la clase trabajadora se incrementa... y el bloque antinacional percibe que sus privilegios y su poder se corroen.
GOBIERNO Y SINDICATOS EN LA ARGENTINA SEMICOLONIAL
El movimiento obrero no gobierna, es cierto. El apoyo a un representante sindical no se traduce automáticamente en apoyo electoral. Pero, por lo dicho arriba, sin el movimiento obrero un gobierno nacional y popular se debilita peligrosamente frente a los enemigos de la Patria. Está en el interés del propio gobierno que ese movimiento obrero se fortalezca y tenga vida y apoyo propio, independiente de la conducción vertical del Estado.
En la actual coyuntura argentina, esto pone más de relieve que nunca la necesidad de que se fortalezca incluso contra la tentación de someterlo a la necesidad más o menos pasajera del poder político. Los reclamos de Hugo Moyano, lejos de debilitar al gobierno (como desea la reacción antinacional), deberían servir para fortalecerlo.
Mas para ello, es importante que haya un diálogo entre el gobierno y el movimiento obrero. Se suele decir que una cosa son los intereses de los trabajadores y otra los de sus dirigentes. Pero esta es una afirmación engañosa. Salvo algunos casos verdaderamente patológicos (como por ejemplo el de José Pedraza), los dirigentes de los trabajadores tienen representatividad reivindicativa real.
Esto, innegablemente, sucede con Hugo Moyano, cuya trayectoria sindical le ha ganado un gran respeto en el mundo de los trabajadores y un odio equivalente fuera de él. En ese peso propio reside, precisamente, su capacidad de apoyar al gobierno. Quítesele ese criterio independiente y se habrá quebrado una de las patas de sustentación del gobierno nacional y popular.
VIEJAS RENCILLAS Y NUEVAS DIFERENCIAS
No se puede negar que, como decía recientemente Enrique Lacolla, “hay toda una parafernalia de resquemores, resentimientos y sospechas que avivan el conflicto. El “setentismo” de muchos integrantes del actual gobierno, la incapacidad para elaborar el duelo que deriva de la terrible experiencia de esos años, una desconfianza visceral que deviene del odio hacia la “burocracia sindical” que alentaba en sectores de las formaciones armadas y la Jotapé y que tal vez no era otra cosa que el trasvasamiento inconsciente de la sorda antipatía de los hijos de clase media hacia el “negraje”, son factores que pueden estar enturbiando el panorama actual.” (“Empezando con mal pie”, artículo del 17 de diciembre de 2011).
Pero estos factores subjetivos se apoyan además en una divergencia que no por estar inscripta en los mismos objetivos generales es disimulable, y que debe atacarse frontalmente cuanto antes. La discrepancia gira en torno al sentido de la necesaria profundización del modelo implantado a partir de 2003. Es esa divergencia la que brinda a buena parte de los reclamos estrictamente sindicales del discurso de Huracán el carácter inquietante que, tomados en sí mismos, no deberían tener.
UN EJEMPLO REVELADOR
Tómese por caso el que, quizás, resulte menos comprendido por el gran público (al que se le ocultan, por lo demás, elementos de juicio fundamentales para entender la disputa). Se trata de la reforma del régimen laboral agrario. Causó sorpresa, en efecto, ver a los diputados “sindicales” negarse a apoyar esta reforma, que es por supuesto un paso adelante en relación a la legislación heredada del régimen de Martínez de Hoz y Jorge Rafael Videla. Pero esa negativa tenía un motivo, y nada menor.
Se recordará que Mariano Ferreyra fue asesinado por combatir la tercerización en la actividad ferroviaria. La respuesta del movimiento obrero fue un proyecto de ley, presentado por el entonces diputado Julio Piumato, por el cual se establecía que los trabajadores de esas seudoempresas deberían percibir el salario del convenio más alto del sector donde se desempeñasen. De este modo se hería de muerte la tercerización, y se establecía además el principio de “norma más favorable”. Ese proyecto, contra todas las expectativas de los representantes del movimiento obrero, terminó durmiendo el sueño de los justos en un cajón del Senado.
Este criterio estaba incorporado al proyecto Recalde sobre el trabajo rural, que además incorporaba a los trabajadores rurales al régimen de la Ley de Contrato de Trabajo y no existe en el proyecto oriundo del Ejecutivo que finalmente se aprobó. El proyecto oficial, en cambio, quita al sindicato el derecho a administrar una bolsa de trabajo y a ejercer el poder de policía laboral. La bolsa de trabajo, desde el Estatuto del Peón en 1944, ha sido el punto de apoyo de cualquier reivindicación de los trabajadores rurales, y el ejercicio sindical de la policía laboral, independientemente de las características de la actual conducción del sindicato UATRE,es la única garantía de verificación real del cumplimiento de las normas laborales porque el Ministerio de Trabajo no tiene (ni tendrá en el futuro previsible) un sistema de inspección laboral que pueda suplantar al del RENATRE.
NEODESARROLLISMO
Lo que está en discusión, como se ve, no es el manejo de “caja” del sindicato (por más que el proyecto oficial tenga la consecuencia implícita, y quizás la intención, de debilitar financieramente a UATRE) sino la oportunidad misma de ejercer un derecho consagrado por la propia ley que se acaba de aprobar. Y no cualquier derecho, sino el más elemental de todos los asegurados por la norma.
Análisis parecidos se podrían hacer en todos los demás reclamos (y en otros planos que ni siquiera figuraron en el discurso de Huracán). Pero creemos que basta con el ejemplo del trabajo rural porque precisamente parecería el menos “defendible”. Es que, en general, diversas medidas oficiales de los últimos tiempos tienden a hacer pensar que en previsión del inminente impacto de la creciente crisis mundial, el gobierno argentino, sin modificar su rumbo general, busca llegar a acuerdos de gobernabilidad con las diversas fracciones del capital y refuerza la apuesta a la creación de una “burguesía nacional” como mecanismo para avanzar en la profundización del modelo. La “domesticación” de un movimiento obrero demasiado rebelde parecería ser, desde el punto de vista de la dirigencia más leal y combativa, una consecuencia de esos acuerdos.
El discurso de Moyano implica que, desde el punto de vista del movimiento obrero, la profundización del proyecto nacional burgués de la década 1945-1955 no puede darse retrocediendo hacia una forma actualizada de neodesarrollismo. Planteo atinado, ya que las crecientes dificultades y el derrumbe final del desarrollo económico argentino entre 1955 y 1975 son atribuibles también a la ilusión desarrollista de que la libre empresa, la apertura del sector manufacturero a la competencia internacional y la inversión extranjera directa podían sustituir (y no complementar) el plan, el monopolio del comercio exterior y la intervención directa del Estado en la economía.
EL DILEMA: EMPRESARIADO, ESTADO Y TRABAJADORES
El problema en modo alguno se reduce a la cuestión sindical. El empresariado, especialmente su capa superior (las 500 mayores empresas argentinas son, abrumadoramente, de propiedad extranjera), no solo es poco confiable en los momentos de prueba. En los mejores instantes, como la propia Presidenta lo hizo notar repetidamente, solicita subsidios mientras envía divisas al extranjero, “forma precios” para rebañar para sí los beneficios salariales que el Gobierno ofrece a la población, y obtiene espectaculares ganancias mientras mantiene planchados los ingresos de los asalariados.
El “éxito” representado por el fortalecimiento del “buen capitalismo” de de Mendiguren es ilusorio. Frente a la noche que siempre pretenden imponer los grandes capitales que dominan la economía argentina, de Mendiguren es tan impotente como un fósforo para alumbrar el océano Atlántico. Es perfectamente comprensible, desde el punto de vista táctico, que el gobierno nacional desee tomar medidas que nos permitan afrontar bien plantados los sacudones y remezones, y que entre esas medidas se encuentren acuerdos con los sectores dominantes del empresariado. Pero, ¿alcanzará con Guillermo Moreno para asegurar su cumplimiento? No sería acaso mejor poner a ese mismo empresariado ante la perspectiva de una profundización de la incidencia del movimiento obrero para garantizar su buena conducta?
En un país cuya economía se ha extranjerizado espectacularmente después del videlato y del menemato, todas estas son cuestiones de soberanía. Los trabajadores no pueden evadir divisas. No necesitan que nadie los convenza, eduque o reforme para ello. Su patriotismo forma parte de las condiciones mismas de su existencia. Quienes operan para despegar a la Presidenta del movimiento obrero, lo sepan o no, actúan en nombre de las más peligrosas corporaciones que operan en nuestro país. Estamos ante una seria disputa dentro del movimiento nacional. Es necesario resolverla con cuidado y sin caer en provocaciones.
Caso contrario, la Argentina bien puede estar perdiendo nuevamente una oportunidad histórica de llevar a cabo su revolución nacional. El movimiento nacional se pone a prueba. De la madurez que demuestre en la discusión de estos asuntos dependerá buena parte de lo que ocurra en la Argentina de los próximos años.
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