Por Alberto Franzoia*
Un 4 septiembre de 2004, hace ya siete años, el socialista de la
Izquierda Nacional que nunca bajó la guardia ante las embestidas del
enemigo nos dijo adiós. Estaba a un paso de cumplir los 76, de los que
buena parte estuvieron dedicados a dar la batalla cultural y política
contra el bloque oligárquico-imperialista, porfiadamente convencido del
triunfo final, porque se sabía eslabón de una larga cadena.
Fue
uno de los integrantes de esa avanzada intelectual que en otros tiempos
integraron la tropa de los gestores y difusores de idas alternativas a
las que nos proponen los intelectuales de las clases dominantes (de
adentro y de afuera). Esa avanzada magnífica del siglo XX que se fue
dejándonos un legado inmortal; la de los Arturo Jauretche, Raúl
Scalabrini Ortiz, Manuel Ugarte, Juan José Hernández Arregui, John W.
Cooke, Rodolfo Walsh, Jorge Abelardo Ramos y unos cuantos más.
Escribió
un tan breve como insustituible trabajo para cualquier compañero que
luche por el socialismo latinoamericano desde la trinchera del bloque
nacional y popular, se lo conoce como “Clase obrera y poder”, pero en
realidad eran las tesis de 1964 del Partido Socialista de la Izquierda
Nacional. Para ese entonces su producción teórica e histórica ya era muy
importante, aunque mucho más por la calidad de lo expresado que por la
cantidad de textos escritos. Primero nos había puesto en guardia ante
los diversos nacionalismos posibles en una semicolonia capitalista como
la Argentina , entonces nos advirtió que en estas cuestiones existen dos
especies bien distintas: “Nacionalismo oligárquico y nacionalismo
revolucionario”. Tampoco escapó a su mirada penetrante la necesidad de
una “Historia crítica del radicalismo”.
Sin embargo, estos
dos textos previos a “Clase obrera y poder” no eran todo lo que tenía
para decir. Por eso, harto de “socialistas” liberales, los que
proliferan en las fértiles tierras de la pampa húmeda, produjo “Juan B.
Justo y el socialismo cipayo”, que años más tarde formaría parte de su
magnífica “Historia del socialismo argentino”. Y anclando el socialismo
autóctono en la necesidad de compenetrarse con la cuestión nacional, nos
recordó que para aquel gran maestro con el que sin culpas se nutrió el
tema no era ajeno, entonces nos cautivó con “La cuestión nacional en
Marx”. Luego vinieron ampliaciones de los textos ya publicados y una
gran cantidad de artículos. Cuando los compañeros le insistían para que
continuara su producción teórica a través de nuevos libros, solía
responder que ya había dicho todo (lo sustancial) que necesitaba decir.
Sorprendente respuesta para nuestros días, en los que muchos de los que
se cansan de publicar aportan muy pocas ideas en las que valga la pena
abrevar.
Pero como además de pensar y escribir este hombre
era un militante político de primer nivel, sus días transcurrieron en
medio de una práctica incansable. Si había que convencer a un compañero
él iba personalmente hasta su casa, y si era necesario barrer el local
del partido (que con humildad conducía) al finalizar una reunión de
militantes, allí estaba, dándole a la escoba sin complejos. Y cuando
hubo que reorganizar el partido de una izquierda revolucionaria siempre
inmersa en las filas del frente nacional y popular, después de los
oscuros años noventa cuando el menemismo hacía estragos hasta en la
tropa propia, se colocaba en primera línea, con el mismo fervor de un
adolescente que quiere cambiar el mundo, convencido de que se puede.
Un día del 2004, cuando la Patria comenzaba a divisar en su horizonte político una posibilidad cierta de cambio, el luchador incansable de mil batallas, el revolucionario de descomunal estatura que nada ni nadie lograron doblegar, ese inagotable gestor de ideas a contrapelo de cualquier discurso esclerosado, nos dijo adiós. Alguna vez Bertolt Brecht escribió sabias palabras, válidas para cualquier latitud del globo terráqueo:
“Hay hombres que luchan un día y son
buenos; hay otros que luchan un año y son mejores; hay otros que luchan
muchos años y son muy buenos. Pero están los que luchan toda la vida y
esos son imprescindibles. “
No tengo ninguna duda que es
así, por eso sé que un 4 de setiembre de aquel esperanzador 2004 partió
uno de esos hombres especiales de los que hablaba Brecht. Sólo resta
decir que el presente y futuro de los pueblos de la Patria Grande le
agradecerán por siempre los servicios prestados. Se llamó Jorge Enea
Spilimbergo, sencillamente un imprescindible.
La Plata , Septiembre de 2011
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