UN EXCESO DE,LUZ PUEDE ENCEGUECER
Todas las encuestas, y más aún los primeros resultados electorales en diversas provincias, demuestran que la doctora Cristina Fernández de Kirchner tiene todas las posibilidades de ganar, incluso en primera vuelta, en las presidenciales de este año. Un sol arrasador parece brillar sobre el país político.
Esta situación surge, claramente, de una combinación de buena gestión, atención adecuada a las necesidades más urgentes de los sectores más sumergidos, paulatina profundización de los aspectos más nacionales de un programa aún demasiado prudente, y manejo inteligente de los ingresos extraordinarios derivados de una excepcional coyuntura mundial de precios agropecuarios. Al sentirse reconocidos por ese paquete de medidas, los sectores populares vuelven a brindar su confianza a un gobierno que, tras el duro traspié de la “125” y la derrota electoral en las parlamentarias parecía condenado al rápido fracaso.
También influye, aunque a nuestro juicio no en la medida necesaria, la batalla político ideológica (que algo insípidamente muchos llaman “cultural”) que encontró su máxima expresión en todo el proceso que culminó con la sanción de la ejemplar Ley de Medios. Esa batalla apunta a ganar el centro del tablero ideológico, y ha tenido como mínimo el excelente resultado de poner en discusión la politicidad necesaria del mensaje mediático, además de provocar una sana y masiva curiosidad en las jóvenes generaciones de la clase media.
Pero nada es más peligroso que el triunfalismo… especialmente cuando se está en clara ventaja. Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente, reza el sabio dicho popular.
Sería sumamente injusto reducir los méritos de la actual situación a los aciertos gubernamentales. Enorme es también el mérito de la oposición, a cuyos desaciertos no se puede sino rendir homenaje. El infructuoso intento revanchista de organizar el “Grupo A” tras las últimas parlamentarias terminó, como probablemente no podía ser de otro modo, en una disparada general frente al programa implícito del contubernio potenciado por los grandes grupos mediáticos.
La búsqueda de una “esperanza blanca” no le hace asco a nada. Hasta de Narváez busca pactar con dirigentes progresistas, que por supuesto huyen de semejante acuerdo para luego volver a juntarse y separarse en diversos intentos de alianza. Solanas no sabe si quedarse con algún radical o con algún socialista, le tiende a Binner el mate tóxico de la presidencia mientras él trata de asegurarse la más salible intendencia (ahora “jefatura de gobierno”, perdón, es que uno sigue siendo un argentino de la Capital Federal y no un porteño de la Ciudad Autónoma…) de Buenos Aires, Stolbizer que no sabe con quién juntarse, la Carrió que –ella sí consecuente- denuesta a todos, Duhalde, Rodríguez Saá y Chiche haciendo morisquetas para terminar cerrando el show antes de que se vaya el último asistente, Mauricio Macri soñando con una alianza con Alfonsín, que pone el grito en el cielo…
Durísimo el panorama opositor, realmente. Es previsible, sin embargo, que decante hacia dos polos: por un lado una oposición malthusiana representada por el macrismo y sus aliados, que intentarán mantenerse en la Capital Federal mientras buscan algún otro triunfito con aliados provinciales del tipo del salteño Olmedo, y por el otro un polo liberal abstracto donde el eje Binner-Alfonsín podría llegar a tener cierta viabilidad y capacidad de aglutinamiento. Ninguno, por ahora, ni juntos ni por separado, parece poder evitar la victoria de Cristina Fernández de Kirchner en la primera vuelta.
¿Qué peligros enfrenta, entonces, el campo nacional?
Los peligros que enfrentamos surgen precisamente del hecho de que, por primera vez en muchísimo tiempo, tanto la posibilidad como la forma de un triunfo electoral dependen pura y exclusivamente del campo nacional. En esta coyuntura, el variopinto espectro opositor es más espectral que nunca, y precisamente por eso es que los componentes del campo nacional tenemos la mayor de las responsabilidades en lo que vaya a ocurrir de aquí a las elecciones, y después.
Un proceso de decantación natural ha ido dejando fuera del arco oficialista a aquellos peronistas que, aparentemente sin retorno, se han comprometido orgánicamente con el libreempresismo entreguista de la oligarquía y el imperialismo, tanto desde filas cafieristas como desde filas menemistas. O (y no son pocos) desde todas las filas imaginables, por las cuales pasaron sucesiva o simultáneamente sin que se les moviera un pelo.
El intento fallido de la “transversalidad”, ese sueño de incorporar a las clases medias tal y como las había formado una historia de sometimiento a la colonización pedagógica de matriz mitrista y sarmientina, terminó también con la huida de diversas liebres sureñas a medida que el gobierno tomaba un tinte cada vez más nacional.
Esto dejó a la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner con dos apoyaturas fundamentales: por un lado, el movimiento obrero y en particular la conducción MTA de la CGT encabezada por Hugo Moyano, y por el otro un vasto pero escasamente organizado mundo de clases medias que iban desde el tradicional peronista de barrio hasta el izquierdista que había descubierto, gracias a los Kirchner y como Borges en otra oportunidad, que una “expresión masiva podía no ser indigna”.
Esa apoyatura gira, claramente, en torno a la potencia que provee la CGT. La decisión explícita de la conducción de la CGT de ingresar al ruedo político, novedad de enorme importancia en la vida argentina, levantó inmediatamente un revuelo descomunal.
Izquierdistas nacionalizados y gorilas recalcitrantes coincidieron, de pronto, en la inquina contra Hugo Moyano. Ambos se ofrecieron (sí, hasta Mariano Grondona, como ya hicimos notar hace tiempo) para “salvar” a la Presidenta de la extorsión de Moyano. No faltó quien llegó a deslizar el rumor de que Hugo Moyano había sido el responsable del malestar que provocó la muerte de Néstor Kirchner.
La CGT no se propone engendrar un partido leninista. Solo pretende tener vuelo propio para presentar un programa al pueblo argentino y someterlo a la decisión popular, sin por ello confrontar con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, al cual apoya con mayor lealtad (y mayor capacidad de resistencia) que cualquier fracción de lo que podríamos llamar el “kirchnerismo político”.
De allí la importancia del acto del 29 de abril, donde la CGT ha convocado a todos los argentinos dispuestos a apoyar al gobierno y profundizar el modelo de dignificación de la vida de los argentinos. Temen ese fortalecimiento del movimiento obrero, quienes ven en él un enemigo a combatir, y pierden de vista que el verdadero enemigo es el estáblishment oligárquico.
Ese estáblishment que provoca aumentos de precios por su control monopólico de la economía, que se considera por encima de la ley, que se atreve a desconocer el derecho del Estado a tener en los directorios empresariales representación proporcional al capital que tiene invertido en ellos, que trina de bronca ante la posibilidad de repartir una mínima fracción de sus ganancias con los trabajadores, que sueña con los buenos viejos tiempos del “1 a 1” y la ausencia total de paritarias...
Contra ese estáblishment, la fuerza social que más solidez opone y que más firmeza pondrá en cada enfrentamiento es la clase trabajadora argentina. Ella es el eje de la alianza que puede sacar al país de un pasado al que no se debe retornar y lanzarlo hacia un futuro que se debe conquistar. El mayor peligro que afronta en este momento el campo nacional está en quienes no perciben esto, entre quienes creen que hay que “recortarle el poder a los sindicalistas” para poder hacer política de Estado desde un Estado que, privado del apoyo de esos sindicalistas, se rebelará de inmediato contra el gobierno popular que lo maneja con habilidad digna de mejores “defensores”.
Comentarios
Publicar un comentario