PROSA DE UN SENTIMIENTO
Por Martin Gorojovsky*
Camino por la avenida Córdoba. Ha muerto Néstor Kirchner. Llueve. Después de dos días de velatorio, la multitud conmueve al propio cielo, que ya no puede contener sus lágrimas. Yo en cambio camino aguantándome las ganas de llorar. Insisto en decirme “¡Gorojovsky! ¡Los hombre no lloran!”, aún cuando soy consciente de que no es vergüenza llorar. Ni en la soledad de mi casa me lo permití, cuando la televisión me trajo los testimonios de llanto y de agradecimiento de los argentinos. No sé por qué ni para qué, pero sigo atajando las lágrimas, aunque me pregunto si en el momento de ver pasar el coche fúnebre voy a poder seguir resistiendo.
Me detengo con mi papá en Córdoba y San Martín. Es una buena elección. El nombre del Libertador estará presente para despedir a un patriota. Así comienza la espera. Hay tiempo para apreciar detalles. Por ejemplo, el joven catalán, de Barcelona para más datos, que también espera para presentar sus respetos. No está de paso en Argentina, vive aquí hace dos años. ¿Cómo? ¿Un joven cambia a Europa por Argentina? ¿A la próspera por la que se derrumba? ¿A la brillante por la réproba? ¿A la tranquila por la caótica? Sí. Y aún en los dos años más difíciles para los Kirchner los elige en vez de optar por la fácil y tentadora senda de los prejuicios propios de aquél que nació en la tierra de los poderosos. El muchacho (cuyo nombre no averigüé y seguramente ya nunca sepa) porta colgada a modo de capa una bandera catalana. No es simplemente la que a veces usan los jugadores del Barça, sino que a las rayas amarillas y rojas se le agrega un triángulo azul con una estrella blanca. Al parecer, ese diseño no solo identifica a la región. También reivindica a la República. Nuestro interlocutor peninsular dice que hace muchos siglos que están tratando de sacarse de encima a sus majestades. Yo le digo que acá hace doscientos años que nos libramos de los reyes, a lo que él asiente divertido, diciendo que en eso los argentinos les llevamos ventaja. Un vendedor ambulante intenta entonces mentar el autoritarismo de los Kirchner comparándolos con monarcas y mi respuesta no se hace esperar. Subo un poco la voz, sin gritar, y digo “¡Mejor una reina propia, que un rey extranjero!”
Observo otro detalle. Hay gente mirando desde los balcones y las ventanas. Dada la ubicación de la esquina, supongo que son oficinistas que sola y simplemente miran por curiosidad. Únicamente una chica en el balcón de un edificio que parece ser de departamentos me da la impresión de estar ahí para saludar a su referente político. Pienso en si algunos de los que miran desde lo alto será un antikirchnerista que intentará una provocación, y mi mente vuelve a reflexionar acerca de aquellos que se han alegrado por la muerte del pingüino, esos que no han tenido la altura que luego nos exigen, y han querido festejar. Esos que se hartan de que la tele hable de Néstor Kirchner, que quieren ilusionarse con que esto sea el principio del fin para la yegua, y que señalan a los micros que trajeron gente al velorio, porque en su miseria no pueden aceptar que haya motivos para llorar al ex presidente, y porque no pueden decir que nadie vino a la despedida. Los guía el odio, la soberbia, y una ignorancia tan grande como la que le achacan a los negros. Me enfurecen por estúpidos, y porque escupen hacia arriba, pero mi padre me recuerda que luchamos para protegerlos a ellos también. Me acuerdo pues de la frase de mi tocayo Fierro: esto no es para mal de nadie, sino para bien de todos.
El momento de saludar al féretro se acerca. Otra vez vienen a mí las dudas sobre si persistiré en demostrar (a mí mismo o a quién sabe) que no lloro, o si dejaré de exigirme que oculte mi emoción. Las bocinas y los cánticos se acercan. No soy el único que lucha por no quebrarse. Y sucede lo que no me imaginaba: las palmas y las voces me contagian el entusiasmo. Pasa el cajón y al mirar hacia arriba veo que no solo cae agua. Desde las ventanas y los balcones en los que no confié bajan aplausos y tiran papelitos, supremo símbolo de alegría popular. En el cortejo hay tristeza y rabia, pero también hay fe y ganas de salir adelante. Ni eso obtienen los gorilas: la oscura satisfacción de vernos abatidos. El velatorio ha trocado en fiesta.
Saludo levantando mi puño izquierdo, declarando quién soy y qué soy. Un orgulloso miembro de la Izquierda Nacional. El marxismo argentino está una vez más donde debe estar. Estoy dispuesto a mantener la mano alzada hasta que pase todo el desfile. Solo lo bajo cuando viene a mí encuentro, para mi total sorpresa, mi viejo amigo Fede Bajista. Aquél que en 2003 no creía en ningún candidato hoy llora desconsolado al vencedor de esa elección. Es el gran legado de Néstor Kirchner: mi generación, criada entre el nihilismo y el sarcasmo, vuelve a creer en la política.
Salud Pingüino. No aflojaste ni traicionaste tus ideas, por modestas que fueran a veces. No es poco en el mundo actual en general, ni para la Argentina que renace en particular.
* Militante del Partido Patria y Pueblo - Socialistas de la Izquierda Nacional
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