UNA GUERRA DE POSICIONES
En otro lugar comentamos la payasesca comparación de Argentina con Cuba que hizo el presidente de la UIA: detrás de la ira de Héctor Méndez, más que el odio a que le metan la mano en las ganancias para quitarle un diez por ciento, está el creciente peso político del movimiento obrero y el temor que esto le inspira. No se trata solo de Méndez, ni mucho menos. Menos difusión que su absurda comparación tuvieron un par de declaraciones más conceptuales, emitidas al mismo tiempo y con firmas mucho más temibles, por mucho más pensantes.
UN DÚO POCO HABITUAL
UN DÚO POCO HABITUAL
El 9 de setiembre, en una infrecuente y significativa coincidencia, tanto el veterano Mariano Grondona como su indiscutible candidato a sucesor Carlos Pagni editorializaron en La Nación sobre estos acontecimientos, en llamativa sintonía común.
Grondona, en un artículo titulado “Moyano va por más”, resalta la creciente empatía entre “Kirchner” y Moyano, paralela a un ataque kirchnerista a la “clase empresaria” en su conjunto. Y deja entrever, entre viboreantes signos de interrogación: ese Moyano, cuyo “poder no ha cesado de aumentar”, puede haber dejado ya de ser un uno de los “subordinados a Kirchner” para estar “en un pie de igualdad con su presunto jefe”. Alude a la “daga de la traición” que Moyano le tiene reservada para cuando empiece a debilitarse, y termina con la pregunta insidiosa: “¿Qué le quita en todo caso el sueño al ex presidente? ¿Una oposición aún dispersa o la sospechosa disciplina de sus principales seguidores?”
Carlos Pagni es más claro y directo aún. Titula “Kirchner, el gran bocado de Moyano”, y considera a este último una “usina de crisis que el oficialismo no puede controlar”. Dice que el sindicalista espera el momento de ocupar el lugar de Néstor Kirchner, en una “involución” con respecto a la “democratización del peronismo posterior a 1983”, cuyo vector principal (atención) fue el “repliegue de los sindicatos en la vida del partido” ¡Los que se habían “replegado” en 1983, en realidad, eran los sectores más nacionales del justicialismo, especialmente la clase trabajadora y la pequeño burguesía asalariada, y ese “repliegue” que Pagni celebra como base de la “democratización” del peronismo terminó llevando directamente a Carlos Menem!
UN HORROR QUE ACECHA DESDE 1945
Grondona, en un artículo titulado “Moyano va por más”, resalta la creciente empatía entre “Kirchner” y Moyano, paralela a un ataque kirchnerista a la “clase empresaria” en su conjunto. Y deja entrever, entre viboreantes signos de interrogación: ese Moyano, cuyo “poder no ha cesado de aumentar”, puede haber dejado ya de ser un uno de los “subordinados a Kirchner” para estar “en un pie de igualdad con su presunto jefe”. Alude a la “daga de la traición” que Moyano le tiene reservada para cuando empiece a debilitarse, y termina con la pregunta insidiosa: “¿Qué le quita en todo caso el sueño al ex presidente? ¿Una oposición aún dispersa o la sospechosa disciplina de sus principales seguidores?”
Carlos Pagni es más claro y directo aún. Titula “Kirchner, el gran bocado de Moyano”, y considera a este último una “usina de crisis que el oficialismo no puede controlar”. Dice que el sindicalista espera el momento de ocupar el lugar de Néstor Kirchner, en una “involución” con respecto a la “democratización del peronismo posterior a 1983”, cuyo vector principal (atención) fue el “repliegue de los sindicatos en la vida del partido” ¡Los que se habían “replegado” en 1983, en realidad, eran los sectores más nacionales del justicialismo, especialmente la clase trabajadora y la pequeño burguesía asalariada, y ese “repliegue” que Pagni celebra como base de la “democratización” del peronismo terminó llevando directamente a Carlos Menem!
UN HORROR QUE ACECHA DESDE 1945
Sabedor de la estrategia inflacionaria del estáblishment, Pagni amenaza a Cristina Kirchner con una guerra civil económica debida al excesivo poder de “Moyano”. Afirma, arbitrariamente, que la ausencia de “pauta oficial” para las paritarias de 2010 debilita a Kirchner frente a Moyano, porque la inflación solo afecta a “los trabajadores informales, corazón de la feligresía kirchnerista”. En esa hipotética guerra antikirchnerista lanzada desde la CGT (y no, por supuesto, desde las inocentes patronales oligopólicas que son las que controlan los precios), el acto previsto por Moyano en River Plate para el 15 de octubre es una arremetida a la búsqueda del poder absoluto.
Todo esto es una “trampa odiosa” que logra aislar a los Kirchner de “la clase media”, dice Pagni, mientras “siembra de dificultades la recuperación industrial en la que el Gobierno cifra sus expectativas proselitistas”. Porque Moyano, ironiza, “no pretende, como un vulgar destituyente, derrumbar a los Kirchner. Se ha propuesto, insaciable, devorarlos.”
Ambos analistas oligárquicos revelan así qué es lo que realmente desvela al señor Méndez. Los dos parecen impolutos repúblicos dispuestos a defender incluso un gobierno nacional que detestan, si hace falta, contra el avasallante y tenaz villano de la CGT. Pero en realidad lo que están mostrando es el temor que provoca en la oligarquía argentina el creciente poder de los trabajadores, que pese a todo se va incrementando a medida que avanza la reindustrialización del país. Es cierto, y no es un secreto, que la dirigencia de la CGT –en muy buena hora- ha decidido lanzarse a la política. En ningún momento lo hacen en contra del kirchnerismo, sin embargo, sino en defensa de la profundización de aquello que el kirchnerismo ha iniciado.
Y en ello reside, justamente, el peligro que ven Méndez, Grondona y Pagni. Desde el 17 de octubre de 1945, un fantasma incesante ronda las pesadillas de los estrategas cipayos de todo pelaje: que los trabajadores dejen de ser la columna vertebral del movimiento nacional y se coloquen, conciente y decididamente, a la cabeza. Eso es lo que Méndez quiere decir, en su media lengua ignara, cuando compara a la muy capitalista y burguesa Argentina de hoy con la Cuba socialista de Fidel Castro.
LA RECIEDUMBRE DEL “PERDEDOR” Y LA ILUSIÓN DEL “GANADOR”
Todo esto es una “trampa odiosa” que logra aislar a los Kirchner de “la clase media”, dice Pagni, mientras “siembra de dificultades la recuperación industrial en la que el Gobierno cifra sus expectativas proselitistas”. Porque Moyano, ironiza, “no pretende, como un vulgar destituyente, derrumbar a los Kirchner. Se ha propuesto, insaciable, devorarlos.”
Ambos analistas oligárquicos revelan así qué es lo que realmente desvela al señor Méndez. Los dos parecen impolutos repúblicos dispuestos a defender incluso un gobierno nacional que detestan, si hace falta, contra el avasallante y tenaz villano de la CGT. Pero en realidad lo que están mostrando es el temor que provoca en la oligarquía argentina el creciente poder de los trabajadores, que pese a todo se va incrementando a medida que avanza la reindustrialización del país. Es cierto, y no es un secreto, que la dirigencia de la CGT –en muy buena hora- ha decidido lanzarse a la política. En ningún momento lo hacen en contra del kirchnerismo, sin embargo, sino en defensa de la profundización de aquello que el kirchnerismo ha iniciado.
Y en ello reside, justamente, el peligro que ven Méndez, Grondona y Pagni. Desde el 17 de octubre de 1945, un fantasma incesante ronda las pesadillas de los estrategas cipayos de todo pelaje: que los trabajadores dejen de ser la columna vertebral del movimiento nacional y se coloquen, conciente y decididamente, a la cabeza. Eso es lo que Méndez quiere decir, en su media lengua ignara, cuando compara a la muy capitalista y burguesa Argentina de hoy con la Cuba socialista de Fidel Castro.
LA RECIEDUMBRE DEL “PERDEDOR” Y LA ILUSIÓN DEL “GANADOR”
Para colmo de males, ni Méndez, ni Pagni, ni Grondona pueden disfrutar de un frente antinacional unificado, por más esfuerzos que hagan. El Grupo A sirve para empantanar el Congreso, pero es “puro grupo” cuando de acordar un rumbo común se trata. No hay modo de juntarlos.
Es que la idea de que el 28 de junio había triunfado la oposición republicana ante la codicia de poder kirchnerista se reveló una maravillosa pero efímera ilusión. A medida que pasó el tiempo, se hizo cada vez más claro que esas parlamentarias fueron una derrota del kirchnerismo, pero solamente eso. En política, no toda derrota propia es un triunfo del adversario, y no se vence cada vez que se gana.
Todo el razonamiento era insostenible porque se asentaba en una falsa oposición donde la “virtud republicana” se oponía al “ansia de poder absoluto”. La verdad es menos espiritual, y mucho más pedestre. Desde el 19 de diciembre de 2001, la política argentina gira en torno de la puja de hierro entre dos opciones incompatibles: o se parte de esa derrota histórica del bloque antinacional para relanzar el proyecto cortado en 1955, sobre nuevas bases, o se amansan y regimentan las fuerzas desatadas en ese momento para sostener, hasta mejores tiempos, las líneas maestras de la economía extrovertida construida a partir de la caída del General Perón.
El secreto de la reciedumbre kirchnerista, que empezó a demostrarse ya al día siguiente de la derrota electoral, radica en su decisión de seguir avanzando, con creciente determinación, en torno al primero de esos dos caminos. Es cierto, sin embargo, que el gobierno de Cristina Kirchner, al igual que el de su antecesor y marido, se autolimita en la profundidad de sus medidas y en la confrontación antioligárquica prefiere seguir una vía fría que se presta a múltiples equívocos, con señales no siempre claras. Esta senda de reformas parciales dificulta la adhesión de los sectores de pequeña burguesía que se benefician con sus medidas de un modo indirecto, aunque ya ha señalado un camino claro a aquellos a los que la falta de signos ciertos había desorientado en junio del 2009.
Y es cierto también que ni Cristina ni su predecesor creen posible o necesario un ataque definitivo y en profundidad a las fuerzas del atraso económico y social de la Argentina. Es éste el origen de su mayor debilidad, puesto que esas fuerzas no solo se oponen a un ataque de ese tipo (que es lo que se pretende evitar con el rumbo adoptado) sino que ni siquiera toleran las reformas que lleva adelante el kirchnerismo, por más que sean relativamente suaves y a veces incluso queden esterilizadas en el camino por falencias de quienes tienen que ejecutarlas concretamente. La negativa a llevar hasta las últimas consecuencias el contenido revolucionario del camino reformista, así, dificulta la coagulación de un frente nacional a la altura de las tareas que enfrentamos.
LA OPOSICIÓN, ENTRE EL DESEO Y LA IMPOTENCIA
Es que la idea de que el 28 de junio había triunfado la oposición republicana ante la codicia de poder kirchnerista se reveló una maravillosa pero efímera ilusión. A medida que pasó el tiempo, se hizo cada vez más claro que esas parlamentarias fueron una derrota del kirchnerismo, pero solamente eso. En política, no toda derrota propia es un triunfo del adversario, y no se vence cada vez que se gana.
Todo el razonamiento era insostenible porque se asentaba en una falsa oposición donde la “virtud republicana” se oponía al “ansia de poder absoluto”. La verdad es menos espiritual, y mucho más pedestre. Desde el 19 de diciembre de 2001, la política argentina gira en torno de la puja de hierro entre dos opciones incompatibles: o se parte de esa derrota histórica del bloque antinacional para relanzar el proyecto cortado en 1955, sobre nuevas bases, o se amansan y regimentan las fuerzas desatadas en ese momento para sostener, hasta mejores tiempos, las líneas maestras de la economía extrovertida construida a partir de la caída del General Perón.
El secreto de la reciedumbre kirchnerista, que empezó a demostrarse ya al día siguiente de la derrota electoral, radica en su decisión de seguir avanzando, con creciente determinación, en torno al primero de esos dos caminos. Es cierto, sin embargo, que el gobierno de Cristina Kirchner, al igual que el de su antecesor y marido, se autolimita en la profundidad de sus medidas y en la confrontación antioligárquica prefiere seguir una vía fría que se presta a múltiples equívocos, con señales no siempre claras. Esta senda de reformas parciales dificulta la adhesión de los sectores de pequeña burguesía que se benefician con sus medidas de un modo indirecto, aunque ya ha señalado un camino claro a aquellos a los que la falta de signos ciertos había desorientado en junio del 2009.
Y es cierto también que ni Cristina ni su predecesor creen posible o necesario un ataque definitivo y en profundidad a las fuerzas del atraso económico y social de la Argentina. Es éste el origen de su mayor debilidad, puesto que esas fuerzas no solo se oponen a un ataque de ese tipo (que es lo que se pretende evitar con el rumbo adoptado) sino que ni siquiera toleran las reformas que lleva adelante el kirchnerismo, por más que sean relativamente suaves y a veces incluso queden esterilizadas en el camino por falencias de quienes tienen que ejecutarlas concretamente. La negativa a llevar hasta las últimas consecuencias el contenido revolucionario del camino reformista, así, dificulta la coagulación de un frente nacional a la altura de las tareas que enfrentamos.
LA OPOSICIÓN, ENTRE EL DESEO Y LA IMPOTENCIA
Esas tareas requieren, indudablemente, horizontes ideológicos más radicalizados y, mucho más importante, una reorganización del campo nacional que ponga a los trabajadores a su cabeza. Como vimos, ésta es la perspectiva que más temor provoca en los intelectuales más lúcidos del campo antikirchnerista. Pero no es ése el principal problema que aqueja a esa oposición.
Su problema principal es la tensión que existe entre el proyecto que cada uno de sus políticos levanta, las fuerzas sociales reales que le dan apoyo, y las necesidades de la fracción del pueblo argentino cuya representación desea asumir. Los grandes medios intentan engendrar un Frankenstein seductor a partir de la materia muerta sembrada por el estallido del 2001, pero esos muñones y miembros dispersos no tienen un eje unificador, y mucho menos una fuente de energía vital.
Si bien esto brinda al campo nacional un respiro momentáneo que corresponde aprovechar, no hay modo de asegurar que este respiro llegue a garantizar ni una victoria electoral en la primera vuelta de las presidenciales, ni mucho menos que esa victoria se alcance en una hipotética segunda vuelta. Allí volverían a resaltar las limitaciones del kirchnerismo, pero esta vez no se trataría de una derrota temporal sino del asalto al Ejecutivo por parte de una pandilla dispuesta a asegurar el retorno más rápido y profundo posible a la Argentina extrovertida y vasalla de los 80 y 90. El único bastión firme frente a todo esto es, justamente, el movimiento obrero.
Su problema principal es la tensión que existe entre el proyecto que cada uno de sus políticos levanta, las fuerzas sociales reales que le dan apoyo, y las necesidades de la fracción del pueblo argentino cuya representación desea asumir. Los grandes medios intentan engendrar un Frankenstein seductor a partir de la materia muerta sembrada por el estallido del 2001, pero esos muñones y miembros dispersos no tienen un eje unificador, y mucho menos una fuente de energía vital.
Si bien esto brinda al campo nacional un respiro momentáneo que corresponde aprovechar, no hay modo de asegurar que este respiro llegue a garantizar ni una victoria electoral en la primera vuelta de las presidenciales, ni mucho menos que esa victoria se alcance en una hipotética segunda vuelta. Allí volverían a resaltar las limitaciones del kirchnerismo, pero esta vez no se trataría de una derrota temporal sino del asalto al Ejecutivo por parte de una pandilla dispuesta a asegurar el retorno más rápido y profundo posible a la Argentina extrovertida y vasalla de los 80 y 90. El único bastión firme frente a todo esto es, justamente, el movimiento obrero.
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